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Pero todo esto había ocurrido antes, como un largo sueño. Ahora estaba despierto y sereno, esperando el día, en un aire que la aurora tino de plata y ante las rocas severas, que lentamente fueron apareciendo como riscos, peñas y laderas y que surgieron de la noche como una corroboración silenciosa de la realidad de mi regreso. Solo por primera vez, pero no un extraño en la Tierra y ya sometido a sus leyes, pude pensar, sin rebelión ni arrepentimiento, en los que se preparaban para ir a buscar el vellocino de oro de las estrellas…

La nieve de la cima ardió en oro y blanco, destacó, poderosa y eterna, contra las sombras violentas del valle. Y yo, sin cerrar los ojos llenos de lágrimas, en los que irrumpía esta luz, me levanté despacio y empecé a bajar por la ladera. En dirección al sur, donde estaba mi casa.


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