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Kruger paró y puso una mano sobre el hombro del pequeño nativo.
— No permitirás que las puertas se cierren sin volver a verme, ¿verdad? — preguntó —. No quiero interferir en el trabajo que hay que hacer, pero no quiero verte por última vez, al menos por muchos años, tan pronto.
Sus dos ojos se movieron hacia arriba y se posaron durante un momento en la expectante cara de Kruger.
— Te prometo que nos volveremos a ver antes de que se cierren las Murallas — dijo Dar Lang Ahn. Continuaron su camino, satisfecho ya el chico.
La predicción de Dar de que habría un comité esperándoles resultó correcta. Estaba compuesto, notó el chico, por seres de su misma estatura: los nuevos Profesores. Uno de los gigantes con los que se habían encontrado antes, sin embargo, se ofreció como guía, y bajo su dirección Kruger vio las ahora completamente organizadas librerías, las cubas para almacenar la comida situadas en la parte superior a unos pocos metros tan sólo bajo el hielo que se encontraba sobre ellas y los grandes lechos en los ya más calientes niveles inferiores donde crecían plantas similares a los hongos de la Tierra.
Por fin, fue conducido arriba a la plataforma de aterrizaje, donde la actividad no había disminuido. Los planeadores se remontaban en el cielo, cargados para distantes ciudades, y si había tiempo antes de que volvieran, traían otra carga de comida. Otros aterrizaban en el relativamente pequeño espacio dejado para ese fin; ocupados tripulantes de tierra arrastraban todo el tiempo los planeadores de un lado a otro de la plataforma o dentro de la caverna para hacer sitio para los que llegaban.
— ¿No estoy robándole mucho tiempo? — preguntó Kruger cuando llegaron a la superficie —. Parece ser ésta la época más ajetreada en la vida de vuestra gente.
— No tengo nada más que hacer — fue la respuesta —. Mi sucesor ha ocupado ya mi lugar.
— Pero ¿no se queda esta vez en las Murallas de Hielo?
— No. Mi vida se ha acabado. Unos pocos de nosotros se quedarán para cerciorarse de que los cierres están correctamente colocados, pero ésa no es una de mis tareas. En cuanto deje de servir para algo, me iré.
— Pero pensé que habían desmantelado todos los planeadores capaces de llevar a uno de ustedes.
— Es cierto, me iré a pie. No volvemos a las ciudades.
— Quiere decir… — Kruger dejó de hablar; sabía que Dar había explicado a su gente muy poco sobre la radio, y no estaba seguro de lo que aquel ser sabría. Sin embargo, el profesor supo o se figuró lo que pensaba Kruger.
— No, no volvemos a las ciudades. No es la costumbre; dura ya tanto tiempo que no puedo darte detalles muy precisos sobre la causa. Sin embargo, es mejor que lleguemos al fin antes de que el calor sea muy fuerte, al menos no antes de que nuestros cuerpos sean destruidos por otros medios. Cuando ya no me necesiten… me iré a dar un paseo por el casquete polar.
Kruger se dio cuenta que no tenía nada que decir, excepto que aún necesitaba la compañía del profesor. Invitado por él, el ser entró en el módulo, donde fue inspeccionado con gran interés por los biólogos que habían ido con ellos. Uno hablaba lo suficiente de la lengua nativa para hacer i
Así pasaba el tiempo. Gradualmente, iba disminuyendo el número de planeadores, al cesar las llegadas y dirigirse al otro hemisferio los que allí estaban. La vista de la indiferencia con que estos seres empezaban sus últimos vuelos resultaba deprimente, no sólo para Kruger, sino también para los demás seres humanos que estaban contemplándolo.
— Supongo que dependerá únicamente de la forma en que seas educado — señaló uno de los hombres —, pero si supiera que sólo me quedaba una semana de vida tendría un aspecto mucho más circunspecto.
— Creo que les quedan unas tres semanas — dijo Kruger —. Cierran este lugar con un año de adelanto sobre el momento en que se espera el cambio atmosférico, para estar más seguros.
— No seas tan sutil.
— No trataba de serlo. Saqué la impresión de que Dar sentía lástima de nosotros por tener que vivir día tras día sin saber cuándo sobrevendría nuestro fin. Supongo que le será también a él difícil darse cuenta de que estamos habituados a ello, como lo es para nosotros comprender su actitud.
— Es cierto — una nueva voz respondió y Kruger se volvió para ver al comandante Burke de pie en la entrada al módulo —. Me hubiera gustado haber conocido mejor a tu amigo, señor Kruger, pero supongo que nunca llegamos a conocerle realmente, ni tú incluso.
— Puede ser que no, pero no puedo evitar pensar que sí le conocía.
— Mejor para ti. ¿No ha llegado casi el momento de cerrar las puertas? Varios hombres más estaban emergiendo de la pequeña nave.
— No he seguido la pista muy de cerca, señor, pero creo que será algo así. Casi todos los planeadores se han ido y… he visto salir a algunos Profesores de la plataforma y empezar a merodear por la montaña — su voz tembló un poco al decir esto y el comandante asintió con gravedad.
— Sí; el que le servía de guía se fue la última vez que se quedó dormido.
— ¿Qué? No lo sabía, señor.
— Sabía que lo ignoraba. Le aconsejé que lo hiciera entonces. Creí que sería mejor así — había algo en el tono de voz del oficial que prohibía que se le formularan más preguntas.
Algunos más de los Profesores gigantes aparecieron entonces en la plataforma y los hombres dejaron su conversación para observarlos. Uno se aproximó al grupo y habló.
— Vamos ahora a comprobar el cierre de las puertas del exterior. Están situadas a cierta distancia en el interior del túnel, ya que hemos encontrado conveniente dejar que el hielo penetre en las cavernas superiores en la última parte de la estación caliente. ¿Os importaría venir con nosotros para contemplar esta operación.
— ¡Espere un minuto! ¡Dar Lang Ahn prometió verme antes de que se cerraran las puertas! ¿Dónde está?
— Se dirige hacia aquí. Si vienes con nosotros lo encontrarás en el túnel. Veo que su planeador le está aguardando — el ser se volvió sin decir nada más y los hombres le siguieron, fijándose Burke en el aturdido Kruger, que se veía la pena asomar en su rostro.
Las puertas estaban a unas trescientas yardas en el interior del túnel, y de acuerdo a la predicción del profesor, Dar Lang Ahn les estaba esperando a su lado.
— ¡Eh, Nils! — gritó al aparecer a la vista el chico —. Siento haber tardado tanto. Había mucho que hacer, créeme.
— ¡Dar! No puedes haber terminado…, pero este Profesor dijo…
— Claro que acabé. Tenía que hacerlo. Vamos a la superficie, pues tengo que examinar mi planeador. ¿O prefieres ver cómo cierran la puerta?
— ¡Pero no pueden cerrarla! ¡No puedes haberles dicho todo lo que aprendiste de nosotros. ¡Tienes que quedarte y ser un Profesor para la próxima generación! — el pequeño nativo estuvo en silencio un rato y luego habló en voz suave.
— Ven conmigo, Nils. Tal vez haya hecho algo que no debiera, pero ya está hecho.
Trataré de explicártelo — gesticuló a lo largo del túnel y el chico le obedeció en silencio, manteniéndose al lado de su pequeño amigo. Dar empezó a hablar mientras andaban; el comandante les miró, moviendo la cabeza.
— Nils, no podía hacerlo. Pensé en lo que acabas de mencionar, y cuando empecé a aprender cosas de vosotros, en cierto modo, planeé hacer lo que acabas de sugerir. No me agradaba, por supuesto, pero parecía ser mi deber. Entonces permanecí contigo y tu gente y… seguí aprendiendo. Astronomía, geología, biología, arqueología, matemáticas y todas las otras especialidades representadas por la gente de tu grupo. Era demasiado para mí.
— ¿Demasiado para que tú lo recordaras? — cortó Kruger, sobreponiendo momentáneamente su sorpresa a su disgusto.