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Los animales dejaron de moverse, excepto por un incómodo girar de sus cabezas. Se habían separado un poco de sus vecinos y dejado de mordisquear las plantas. Durante varios segundos, experimentados y experimentadores se quedaron a la vez quietos mientras aumentaba el suspense.

Entonces la mayor de las pequeñas criaturas se murió de repente y en un período de treinta segundos las otras la siguieron. Kruger lanzó una mirada a Dar, pero éste no lo advirtió. Tenía ambos ojos fijos en la cámara. El chico miró de nuevo a los animales y se sintió súbitamente enfermo. Las pequeñas criaturas estaban perdiendo su forma, convirtiéndose en charcos irreconocibles de protoplasma. Los charcos permanecían separados, incluso aunque dos de las criaturas hubieran muerto bastante juntas. Los montoncillos de gelatina aún con vida se movían conmovedoramente, y al ver esto se le revolvió a Kruger su estómago. Corrió hacia fuera.

Dar no parecía afectado; permaneció durante la media hora siguiente, que fue el tiempo que tardó el último de los charcos en organizarse en cincuenta pequeñas cosas con un aspecto gusanoide que no guardaban el menor parecido con el animal a partir de cuyo cuerpo se habían formado. Gateaban por la cámara aparentemente capaces de cuidarse por sí mismos.

Las plantas habían también cambiado, aunque no mediante el mismo proceso. Las hojas de las mayores se cayeron y los troncos se marchitaron ligeramente. Al principio, los observadores supusieron que estaban simplemente siendo matadas por el calor, pero esta hipótesis fue eliminada por la aparición de cientos de pequeñas excrecencias en forma de bultos en los marchitos troncos. Se hincharon despacio, al parecer a expensas de la planta padre, y finalmente se liberaron en una lluvia de esferas que duró varios minutos.

Las plantas más pequeñas parecidas a la hierba se habían limitado a marchitarse, pero otras cosas estaban germinando rápidamente en sus lugares. Menos de una hora fue necesaria para transformar la cámara de una respetable representación del paisaje del exterior del módulo en algo totalmente extraño para todos, incluido Dar Lang Ahn.

— ¡Así que ésta es la historia! — gritó por fin uno de los biólogos. Ni él ni ninguno de sus colegas se habían sentido tan afectados por la visión como Kruger. Desde luego, ninguno tenía los mismos sentimientos personales por Dar —. Supongo que debíamos esperar una descendencia bastante elevada por individuo si es éste su único medio de reproducción.

La población de este planeta debe ser algo tremendamente adecuado después del cambio estacional.

Uno de los otros biólogos meneó la cabeza negativamente.

— Esa parte está bien — dijo —, pero hay algo más que no lo está. En este preciso momento estamos antes de uno de los cambios y hay aún muchos animales por ahí, tanto carnívoros como herbívoros, y la vegetación no parece demasiado apolillada. Me temo no poder aceptar que no haya aquí ningún otro medio de reproducción.

— ¿No dependería la necesidad de esto del tiempo que transcurre entre las estaciones?

Si ésta es la proporción normal, significa que alrededor de uno de cada cincuenta individuos vive a lo largo de la estación.

— De acuerdo, y la estación que ahora comienza dura alrededor de cuarenta años terrestres. Me niego a creer que una proporción tan grande de supervivientes pueda esperarse de cualquier animal salvaje durante un período así. Sabemos que comen tanto en comparación con su paso como sus animales correspondientes en la Tierra. ¿Qué opinas, Dar? ¿No empiezan nuevos animales a vivir durante tu período?

— Ciertamente — replicó el nativo —. Cualquier parte de un animal que sea lo suficientemente grande generará otro nuevo. De cualquier modo, los animales cuya carne comemos lo hacen; siempre dejamos algo de la criatura con ese propósito. ¿No pasa lo mismo con vuestros animales?

— ¡Uf! Hay algunas criaturas en la tierra capaces de ello, pero son formas bastante primitivas. No veo cómo se puede matar nada en este planeta.

— Bueno, algunos animales no dejan lo suficiente de sus víctimas para que ésta pueda volver a crecer, por supuesto. También pueden morirse de hambre o sed, aunque el hambre tarda mucho en arrugar algo lo suficiente para que llegue al punto en que no pueda vivir más.

Uno de los científicos miró pensativamente a una de sus manos, donde en lugar de dos dedos tenía sendos muñones, consecuencia de un accidente de su niñez.

— Supongo, Dar, que sería estúpido preguntarte si tu raza posee también dicha habilidad para la regeneración.

— No veo por qué iba a ser estúpido. Sí la tenemos; aunque en una comunidad civilizada haya, por supuesto, poca necesidad de ella. Ocasionalmente, una víctima de un accidente en planeador o algo por el estilo tiene que reponer un brazo o una pierna.





— ¿O una cabeza?

— Ese es un caso especial. Si la herida es de las que interrumpen los procesos regulares de vida, los tejidos vuelven al «principio» y se reorganizan en uno o varios nuevos individuos. En lo que respecta al individuo original, la muerte le ha sobrevenido.

Como decía, este tipo de accidentes acontecen muy raramente.

Sorprendió algo a los biólogos que se encontrase una explicación del fenómeno. Sin embargo, varias semanas de trabajo con todos los medios que el Alphard podía ofrecer dieron una respuesta razonable. Richter, jefe del departamento de biología, se alegró de podérselo explicar al comandante Burke. Aquel oficial había venido a preguntarle específicamente sobre dichos asuntos.

— Estoy un poco preocupado con esta gente. Richter — dijo Burke para abrir la conversación —. Como sabe, todos los comandantes de nave que salen de la Tierra reciben una larga amonestación sobre los riesgos de introducir especies nuevas en ningún medio. Nos hablan de los conejos en Australia y los escarabajos japoneses en Norteamérica hasta que acabamos hartos de todo lo relacionado con la ecología. Me parece que nos hemos encontrado con lo que puede ser un serio competidor para la humanidad, si lo que me han dicho sobre la gente de Dar Lang Ahn es correcto.

— Supongo que ha leído nuestro informe sobre la regeneración. Admito que esta gente es bastante sorprendente en algunos aspectos, pero no creo que constituyan ningún tipo de peligro.

— ¿Por qué no? ¿No se ajustan a la imagen de una criatura que entra en un nuevo medio donde sus enemigos naturales están ausentes y que se multiplica sin control?

Estos seres barrerían a los hombres en pocos años.

— No lo veo así. La gente de Dar tiene los mismos enemigos naturales que el hombre, que cualquier tipo de animal carnívoro, a la vez que sus usuales enfermedades. Dar confirma que las tienen. Algo así les sucedería.

— Pero el agente primario que mata a esta gente es el calor. ¿Qué sucedería si se estableciesen en la Tierra, o en Tha

— Aceptando que necesitaran el calor para morir «normalmente», creo que está olvidando una cosa. También lo necesitan para reproducirse.

— O eso o el desmembramiento. ¿Qué pasó en Chesapeake en los días en que los hombres-ostra pensaron que podían librarse de las estrellas de mar simplemente cortándolas en pedazos y arrojándolos al mar?

— No comprende bien, comandante…, y me temo que el joven Kruger tampoco. El hecho realmente importante es que la gente de Dar Lang Ahn tiene que morir para reproducirse.

¿Lo había pensado así? — hubo un largo silencio antes de que el comandante respondiera.

— No, no puedo decir que lo haya hecho. Eso cambia el cariz de la situación — hizo una nueva pausa a la vez que meditaba —. ¿Tiene alguna idea de por qué ocurre esto? o más bien, ya que es un obvio desarrollo evolutivo para un planeta como éste, ¿cómo ocurre esto?

— La tenemos. Fue difícil de imaginar, principalmente porque hay una gran evidencia de que este drástico cambio climatológico empezó a ocurrir en los últimos diez millones de años, más o menos; pero un organismo de nuestro propio planeta nos dio la pista.