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Dar Lang Ahn trataba siempre primero con los problemas más próximos. Con un ojo fijo en su extraño salvador, pues durante mucho tiempo no supo las sensaciones que sus actos podrían producir en un ser humano, utilizó el otro y una mano para encontrar, recoger y llevarse a la boca la planta cuyos jugos habían salvado su vida. Allí la dejó durante un buen rato, convencido de poder utilizar hasta la última gota de líquido que pudiera sacar de ella, pero antes de haberla vaciado le sobrevino un nuevo pensamiento y tuvo que parar.
Kruger vio cómo su recién conocido sacaba de su boca la planta aplastada después de lo que parecía un buen rato y empezó a preguntarse con una cierta inquietud sobre qué pasaría después. No tenía realmente miedo, pues el nativo era bastante más pequeño que él, pero tenía la experiencia o la capacidad mental suficientes para saber que el tamaño y la capacidad para hacer daño pueden no guardar una estrecha relación.
Naturalmente, esperaba que realizara algún movimiento que pudiera sin lugar a dudas considerarse como amistoso, pero en principio no podía encontrar ninguno. Sin embargo, Dar Lang Ahn lo encontró.
Con un esfuerzo apreciable incluso por el ser humano, y que casi hizo perder el sentido de nuevo al pequeño mensajero, éste se levantó. Con cuidado, todavía con un ojo fijo en Kruger, se dirigió a un punto bajo la luz del sol a unas veinte yardas de distancia de su roca protectora. Allí se paró durante un instante para recobrar fuerzas, se agachó, partió otro cacto, sorbió un poco de su jugosa parte inferior para asegurarse de que era de la misma clase que el que acababa de utilizar, volvió a la roca y se lo dio a Kruger. El chico reconoció mentalmente que la inteligencia de Dar era más rápida que la suya, aceptó el regalo y bebió de él. Cinco minutos después los dos estaban sentados juntos tratando de interpretar sus sonidos respectivos.
Por supuesto, cada uno tenía cierta reserva mental sobre la amistad que se estaba desarrollando. Dar Lang Ahn no podía olvidar las sospechas que le suscitaba la familiaridad de su compañero con la vegetación del campo de lava; por su parte, Kruger trataba de concordar la ignorancia de dichas plantas con lo que parecía ser un ser bastante inteligente. Se le ocurrió pensar que Dar no era tampoco originario de aquel mundo, pero había presenciado la colisión del planeador y examinado sus restos cuando el piloto se marchó. Parecía anormal que un visitante de otro mundo viajara en un vehículo así; tendría que estar en su nave, o en algún módulo auxiliar, o a pie, como Kruger. Sin embargo, aquello era posible. Tal vez esa pequeña cosa de forma humana era un náufrago como Kruger, pero se había mostrado más ingenioso que el chico y logró construir el planeador él solo. Aquello concordaba con la rapidez de pensamiento que él, o ella, o ello, había demostrado, pero le hacía sentirse a Nils un poco incómodo.
Los seres humanos tienen una fuerte tendencia a aferrarse a cualquier hipótesis que desarrollen para explicar una situación nueva. Por lo tanto, aunque el pensamiento de que Dar Lang Ahn fuera de una raza de otro mundo y más agudo que él le humillase, esa sospecha fue convirtiéndose en los siguientes días en algo casi cierto para Kruger.
Dar tenía una ventaja al respecto sobre su nuevo conocido. Sus perjuicios más fuertes no eran a favor de sus propias ideas, sino a favor de las que los Profesores le habían inculcado. Al no habérsele mencionado nunca nada como Nils Kruger, era libre para formar su propio concepto sobre la naturaleza de aquella extraña criatura. No le gustó de momento elaborar hipótesis alguna, así que siguió pensando mientras le volvían las fuerzas a sus músculos.
Algo resultaba evidente: aquella criatura era inteligente y debía tener ciertos medios naturales de comunicación. De momento no parecía tener una voz, pero eso podía ser fácilmente comprobado. Para ello Dar dijo unas palabras al ser mayor.
Kruger respondió inmediatamente, emitiendo una serie de sonidos sin el menor sentido para Dar, pero demostrando así poseer un lenguaje. Fue ésta una de las pocas experiencias que compartieron que les dejó a los dos con la misma impresión; decidieron a la vez que eran necesarias las clases de idiomas y se sentaron a aprender uno del otro.
Hacía demasiado calor para viajar y Dar necesitaba aún recuperar más fuerzas.
La sombra del saliente de roca se iba haciendo menor conforme se iban separando los dos soles, después de producirse el semieclipse mientras Dar estaba agonizando; pero era aún lo suficientemente grande como para protegerles a los dos. Kruger se colocó apoyando la espalda en el saliente y Dar volvió a tomar su posición anterior, usando el paquete como almohada.
Hay varias maneras de aprender un idioma; pero con los medios de que disponían sólo había una posible, y aun así iban a tener dificultades; un campo de lava con algún que otro cacto, cierto número de sombras y dos soles brillando es muy poco material para enseñar nombres, y prácticamente nulo para verbos. Se podrían aplicar muchos adjetivos, pero resultaría difícil precisar en cada momento cuál se estaba utilizando.
Kruger pensó en hacer dibujos, pero no tenía lápiz ni papel y los bocetos que hacía sobre la lava no le parecían demasiado claros ni siquiera a su autor. Y desde luego no significaban nada para Dar.
Sin embargo, algunos sonidos adquirieron pronto para los dos aproximadamente el mismo significado. Llamar a su intercambio de ideas una conversación sería demasiado, pero de hecho lo hacían. Antes de que el sol rojo hubiera desaparecido por el sudeste habían llegado al acuerdo de dirigirse juntos al borde del campo de lava para encontrar cosas mejores para comer y beber que la nauseabunda pulpa de las plantas y el jugo de los cactos.
A decir verdad, Kruger no parecía muy contento con esto. Durante los meses que estuvo en el planeta había caminado unas tres mil millas en dirección norte para librarse del periódicamente intolerable calor del sol rojo, habiéndose dado cuenta en los últimos cientos de millas que cada vez veía más del sol azul. La razón era obvia: la estrella azul era «circumpolar» en la parte norte del hemisferio norte, o como hubiera dicho el oficial de derrota del Alphard, su declinación vista desde este planeta estaba algunos grados hacia el norte. El problema era que Kruger no tenía la más remota idea del movimiento del planeta con relación a la estrella azul; no podía suponer si produciría alguna variación estacional ni, en caso de que así ocurriese, cuánto duraría.
Había estado jugando con la idea de dirigirse de nuevo al sur varias semanas antes de ver volar el planeador de Dar. Fue aquél el primer conocimiento cierto, aparte de las dudosas luces vistas desde el Alphard, de que había algún tipo de gente en el planeta.
Tomó la dirección del planeador. Fue pura suerte que estuviera lo suficientemente cerca para poder ver la colisión de Dar, o mejor dicho, que aquello ocurriera tan cerca del lugar donde se hallaba Kruger. Durante varios días había seguido al pequeño piloto y saltado por los mismos sitios que Dar las grietas, con mayor riesgo aún, dado su mayor peso y su no tan grande fuerza, pero sin osar perder el rastro del ser; y le había chocado profundamente encontrar a su guía abatido y aparentemente desvalido en medio del desierto de lava. Entonces había confiado, sin mucha lógica, en que la criatura le pudiera informar de algún lugar al sur, fuera del permanente campo de acción del sol azul, donde pudiera hallar cobijo y compañía civilizada; después de todo, el planeador se dirigía hacia el norte, así que debía provenir de algún lugar.
Sin embargo, si el piloto quería dirigirse al norte lo único que podía hacer era seguirle.
Con certeza estaba tratando de encontrar algún sitio acogedor; Kruger se dio cuenta de que no tenía medios para saber lo que significaría para aquel ser agua, comida y temperatura, pero por lo menos su compañero tampoco disfrutaba en el campo de lava.