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Lo fue. Sucedió de nuevo. Después de experimentar durante varios minutos, pareció evidente que las corrientes de vapor que fluían por el corredor eran provocadas por el peso de alguien que anduviera o estuviera de pie sobre el suelo del corredor a unas diez yardas de distancia aproximadamente de las rosetas que liberaban el vapor.

— Lo cual es interesante — afirmó Kruger —. Supongo que debemos agradecerles que hayan dispuesto este invento para avisarnos. Les hubiera resultado igual de sencillo poner un resorte delante de sus humeantes tuberías.

— Parece que querían guardar dentro lo que hubiera aquí — fue la contribución de Dar —, pero sin importarles si algo o alguien viniera desde fuera. Estoy bastante interesado en lo que pueda haber al final de este túnel. ¿Llevas tu cuchillo, Nils?

— Sí. Estoy detrás de ti, Robin Hood.

Con su ballesta cargada y apuntando hacia delante, el pequeño abyormita empezó a descender la cuesta en dirección a la luz encendida. Kruger le seguía. Se les ocurrió pensar a ambos que con los ruidos precedentes habían perdido toda oportunidad de coger por sorpresa a lo que tuvieran delante, pero ninguno de los dos lo mencionó en voz alta.

VII. INGENIERÍA

No necesitaron haberse preocupado. Aquello era el colmo, pero después de buscar por el suelo del cráter durante más de una hora se vieron obligados a admitir que no había en el recinto ningún animal mayor que una ardilla. Esto constituía en cierto modo un alivio, pero dejaba aún más oscura la causa de la trampa del túnel. Comentaron esto mientras descansaban al lado del hoyo y comían carne conseguida con la ballesta de Dar.

— Supongo que es lógico no encontrar nada vivo por aquí, estando la ciudad desierta; pero cabría esperar ver por lo menos algún esqueleto — apuntó Kruger.

Dar rascó con una zarpa el suelo poroso.

— No sé mucho al respecto. Incluso los huesos cuya carne no ha sido completamente comida no duran demasiado tiempo, y si tienen mucha desaparecen de inmediato. Aun así, podíamos esperar encontrar vestigios de ocupación en los huecos de la pared que vimos desde arriba — estas aberturas habían sido inspeccionadas buscando bien a los habitantes del hoyo o algún rastro de ellos, pero sólo eran grutas de cemento.

La opinión de Kruger era que debían sentarse y, teorizar sobre la posible función del cráter en los días en que la ciudad estaba habitada; pero Dar tenía una idea más práctica.

— El que sirviera para guardar mala gente o malos animales significa poco para nosotros ahora — dijo —. El problema es que parece adecuado para tenernos a nosotros también. De acuerdo que no moriremos de hambre, ya que hay agua y comida. Sin embargo, me quedan muy pocos años de vida para pasarlos en este lugar, y además no tengo mis libros. ¿No sería mejor planear una fuga?

— Supongo que sí lo sería — admitió Kruger —. Aun así, si supiéramos lo que aquí se guarda podríamos hacerlo mejor. Si es una jaula para leones y estuviéramos enterados de ello, al menos sabríamos que las restricciones están preparadas para leones. Como…

— Como sucede, conocemos todas las restricciones, como tú las llamas. Si subimos por ese túnel, hace calor. No tengo conocimiento de primera mano de lo que me pasaría si me metiera en el vapor, pero estoy seguro de que mis Profesores tenían sus razones para mantenerme alejado de estas cosas. Me doy cuenta que tú, que no tienes miedo del fuego, no has mostrado tampoco ningún deseo de ponerte delante de esas tuberías de vapor.

— Cierto. No tengo miedo del fuego que controlo, pero esto es muy distinto. Espera un minuto, acabas de decir algo. Si subimos por el túnel apretamos esa especie de gatillo que hay en el suelo, pero éste no está justo enfrente de los chorros. No puede estar muy cerca de ellos, o habríamos quedado escaldados al entrar. Debe ser posible ir por el corredor, pasar la parte del suelo que controla las válvulas, esperar allí hasta que cese de nuevo el vapor, y entonces salir.

Dar tenía sus dudas.

— Parece demasiado sencillo — dijo —. ¿Qué pueden haber tratado de tener ahí, que se hubiera asustado simplemente por el ruido? Es todo lo que le mantenía realmente ahí, si tu idea es correcta.





— Tal vez fuera justo eso — respondió Kruger con rapidez —. De cualquiera forma, intentémoslo.

Ninguno de ellos se sorprendió esta vez cuando un rugido de vapor respondió a su peso en la zona determinada del suelo. Kruger iba delante todo lo cerca que se atrevía al chorro de gas caliente, que salía de unas espitas a un lado del corredor y que desaparecía en su mayor parte en grandes aberturas al otro. Nubes de vapor remolineaban fuera de la zona y se ensortijaban alrededor de ellos en girantes nubecillas de niebla caliente, pero había aire suficiente para respirar, y minuto tras minuto esperaban en el borde del chorro de la muerte.

Tras un buen rato Kruger tuvo que admitir que Dar había tenido razón. Se hallaban mucho más cerca del vapor de lo que habían estado cuando apareció por primera vez al entrar, pero parecía que no iba a parar entonces. Al parecer, la maquinaria era más compleja de lo que Kruger había creído.

Había, por supuesto, otra posible interpretación. Kruger no quería considerarla. No sabía si se le había ocurrido o no a Dar y se abstuvo diplomáticamente de preguntarlo, cuando estuvieron de vuelta al lado de la poza.

— ¿Supones que la trampa era para estas pequeñas cosas que hemos comido? — preguntó Dar después de un largo silencio.

— ¿Te unes a mi lógica? — inquirió Kruger —. No lo sé, y no veo qué ventaja nos reportaría que lo fuera.

— Tampoco yo, hasta que hablaste hace un rato. Sin embargo, empiezo a preguntarme cuánto peso era necesario para abrir la válvula. Sabemos que nuestros pesos a la vez bastaban; creo que también el tuyo; pero no sabemos si el mío, y si lo hicieran, qué cantidad sería necesario poner en aquella parte del suelo sin ponerlo en funcionamiento.

— Si el tuyo es demasiado, ¿para qué nos serviría tener más información?

— No es necesario poner todo nuestro peso sobre el mismo sitio, ¿no es verdad? Sería posible colocar ramas y troncos en el suelo de forma que…

— Kruger estaba de nuevo en pie; no hubo necesidad de acabar la frase. Esta vez fue Dar quien iba delante, con Kruger varios pasos detrás de él.

En su momento, el chorro de vapor demostró que el resorte había sido puesto en marcha. Kruger se quedó donde estaba, mientras Dar retrocedió hacia él. El chorro cesó; decididamente, Dar había abierto la válvula. Era difícil estar seguro de la posición precisa del resorte en el casi totalmente oscuro paisaje. Dar se movió hacia adelante y hacia atrás hasta que localizó la última pulgada del borde del área sensible; entonces le dijo a su compañero: Nils, si vuelves arriba y buscas varias rocas de diferentes pesos nos enteraremos del grado de sensibilidad de este ingenio. Yo me quedaré aquí y señalaré la zona.

— De acuerdo — Kruger comprendió que el pequeño tipo estaba pensando y obedeció sin ningún comentario o pregunta. Volvió a los cinco minutos cargado de piedras de lava cuyo peso total aproximado era las cincuenta y cinco libras de Dar, y los dos se dedicaron a hacerlas rodar una a una detrás de la línea fatídica. Unos minutos de emanaciones y silencios alternativos evidenciaron que el gatillo operaba con el peso y que se requerían aproximadamente quince libras para abrir las válvulas. Además, las quince libras podían ser situadas en cualquier lugar a lo ancho del corredor en una distancia de unos diez pies.

Simplemente, el esparcir sus pesos no sería de utilidad; tan pronto como la suma total llegaba al límite de quince libras el vapor se liberaba.

— Aún podemos hacer un puente sobre el corredor — señaló Dar cuando llegaron a esta conclusión.

— Será bastante trabajoso — fue la respuesta pesimista de Kruger —. Vamos a tener que cortar mucha madera sólo con dos cuchillos.