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— Me lo encontré. Dos se mueven mejor que uno solo. Además, estaba buscando un sitio en este mundo lo suficientemente fresco para un ser humano, y Dar dijo algo relacionado con un casquete polar al que se estaba dirigiendo. Aquello fue suficiente para mí.

— ¿Qué harías con los demás de su especie al encontrártelos en el casquete polar?

— Supongo que trataría de congeniar con ellos. En cierto sentido, es la única compañía que tengo; los trataría como si fueran de los míos, si me lo permitieran — hubo una pausa después de esta respuesta, como si los ocultos Profesores estuvieran conferenciando o meditando. Entonces las preguntas volvieron, pero estaba vez dirigidas a Dar Lang Ahn.

Este respondió que era un piloto al que se le había asignado la ruta entre Kwarr y las Murallas de Hielo. Los interrogadores preguntaron por la situación de la ciudad, a lo que Dar tuvo que responder minuciosamente. El y Kruger se preguntaron si los Profesores no lo sabían en serio o estaban sólo probando la veracidad de Dar.

No se hizo ninguna sugerencia en el sentido de que Dar no fuera nativo de este planeta, y al plantearse Kruger la cuestión, estaba cada vez más sorprendido. Le tomó algún tiempo deducir que al ser Dar de la misma raza que esta gente, también ellos debían provenir de otro mundo. El porqué vivían como semisalvajes era un misterio, pero tal vez sucediera que habían sido abandonados allí al estropearse su nave. Aquello hubiera justificado las preguntas relativas a su poder para construir una nave espacial. De hecho, parecía tener respuestas para todo menos para explicar por qué los Profesores permanecían ocultos.

— ¿Qué son esos «libros» que llevabas y por los cuales te inquietabas tanto? — esta cuestión atrajo de nuevo la distraída atención de Kruger, pues llevaba bastante tiempo queriendo preguntar lo mismo.

— Son registros de lo que nuestra gente ha hecho y aprendido durante sus vidas. Los registros que recibimos de aquellos que se fueron ya se encuentran en la seguridad de las Murallas hace mucho tiempo, después de que nos hubiéramos aprendido su contenido, pero por ley todo el mundo debe hacer sus propios libros también, que luego deberán ser preservados como los hechos antes.

— Ya veo. Una idea interesante; tendremos que considerarla más adelante. Ahora, otro asunto: has dado a alguna de nuestra gente la impresión de que consideras contra la ley el tratar con fuego. ¿Es esto cierto?

— Sí.

— ¿Por qué?

— Nuestros Profesores nos lo han dicho y nuestros libros de tiempos pasados también.

— ¿Decían que os podía matar?

— No nos pasaría sólo eso. Ser muerto es una cosa, ya que a fin de cuentas todos nos morimos con el tiempo, pero esto parecía ser algo peor. Supongo que será que estás más muerto si te mueres de calor, o algo así. Ni los Profesores ni los libros lo han aclarado nunca demasiado.

— Y sin embargo acompañas a este ser que es capaz de hacer fuego cuando quiere.

— Al principio me preocupó eso, pero luego decidí que como no es realmente una persona, tiene que tener unas leyes diferentes. Creí que informar sobre él en las Murallas de Hielo pesaría más que las posibles infracciones que pudiera cometer. Además, me mantuve lo más alejado posible de los fuegos que hizo.

Hubo otro silencio bastante largo antes de que el Profesor hablara de nuevo. Cuando lo hizo, su entonación y palabras resultaron al principio alentadoras.

— Los dos habéis prestado vuestra información, cooperación y ayuda — dijo el oculto ser —. Lo apreciamos, y por tanto os damos las gracias.





— Seguiréis por el momento con nuestra gente. Ellos se ocuparán de que estéis cómodos y bien alimentados; me temo que no podamos hacer nada para proporcionarle al ser humano el frescor que quiere, pero incluso eso puede ser arreglado. Dejad los libros y el aparato para encender fuego sobre la piedra y que se vaya todo el mundo.

VI. INVESTIGACIÓN

Un período de lluvia y sol alternativos y el breve retorno y puesta de Theer dejó a los dos viajeros con la impresión de que los «Profesores» de la tribu que les había capturado podían estar bien dispuestos, pero eran unos seres bastante dogmáticos. Cuando decían algo tenía que ser así. Por desgracia, habían dicho que Nils Kruger y Dar Lang Ahn debían permanecer dispuestos para hablar, y las criaturas del poblado, que les obedecían ciegamente, estaban preparadas para cumplir esta orden.

En realidad, no eran verdaderos prisioneros. Podían pasear por donde quisieran dentro del poblado y sus alrededores inmediatos, excepto dentro de la cabaña en la cual los pobladores iban a hablar con los Profesores. Además, cuando los ocultos seres se enteraron de la existencia del reloj de Kruger, lo que sucedió durante la segunda entrevista, accedieron casi con gusto a que los dos no necesitaran ni quedarse siquiera en los alrededores, asegurándose de su aparición tras ciertos intervalos regulares, que venían determinados por acuerdos mutuos, en aquel lugar. Como Kruger advirtió, había entremedias una buena dosis de psicología; al mismo tiempo que les garantizaban esta libertad, hicieron una media promesa a Dar de que su libros les serían devueltos en breve, pero el momento no fue especificado. «En este instante estaban siendo examinados con gran interés». Kruger notó que no se había hecho ninguna petición a Dar para que diera lecciones de su escritura, pero el hecho más importante era que Dar estaba encadenado a aquella vecindad por la promesa, con tanta seguridad como si hubieran sido utilizados grilletes de metal. Se negó a considerar ni por un instante cualquier sugerencia que trajera consigo desertar de sus preciosos libros.

Más que nada como experimento, Kruger preguntó en una ocasión si la ley del poblado que prohibía la entrada a la ciudad se aplicaba también a los cautivos. Esperaba una corta negativa y fue gratamente sorprendido cuando les permitieron ir allí a condición de que no tocaran ni dañaran nada. No dijo nada sobre el cuchillo que Dar se había apropiado y con alegría hizo lo que había pedido.

Dar tenía. miedo de que los pobladores se resintieran de esto; parecía raro permitir que los cautivos hicieran algo ilegal para los captores. Sin embargo, no apareció ningún síntoma de esto y por fin acabaron por pensar que la palabra de los Profesores debía ser totalmente decisiva para ellos. Utilizaron el permiso varias veces, pero no encontraron nada más curioso que las cosas que habían descubierto durante su primera inspección.

Kruger realizó una cuidadosa y bien planeada búsqueda del generador que suministraba la energía a la red de cables de la ciudad, pero no lo encontró. Se desilusionó; le hubiera gustado mucho haber sabido cuál había sido la fuente de energía de los constructores de la ciudad.

Los Profesores no preguntaban nunca si su condición era cumplida, aunque un día los dos sufrieron un gran susto durante una de las conversaciones.

— Dar — preguntó el Profesor —. ¿De qué sustancia están hechas las hebillas de tus arreos? — el piloto no pareció preocupado por la pregunta, pero Kruger se dio cuenta en seguida de lo que podía llevar implícito, y respondió con prontitud: — Los tenía antes de venir; no provienen de la ciudad.

— Lo sabemos — fue la respuesta — ; pero no es esto de lo que queremos enterarnos.

¿Dar?

— Son de hierro — respondió el piloto, diciendo la verdad.

— Eso creíamos. ¿Te importaría explicarnos cómo una persona a la que está prohibida toda relación con el fuego y cuya gente vive toda bajo la misma ley tiene tales pertenencias?

— Puedo decirlo, pero no explicarlo — respondió Dar con precisión —. Me las encontré.

Gran cantidad de este material se halla cerca y en la ciudad donde vivimos en un principio. Cogimos lo que quisimos, ya que no había ninguna ley que lo prohibiera. No sabía que el hierro tuviera ninguna conexión con el fuego — miró con inquietud las hebillas.