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El dado que había al final de la habitación tenía dos agujeros superficiales y en forma de cuenco que podían haber sido tiestos para flores o bañeras, según Kruger podía suponer. Al acercarse a él pareció sentir una subida de la temperatura. Dado que siempre estaba empapado en sudor, no se dio cuenta al principio, pero cuando tocó la pared sacudió la mano con una exclamación de sorpresa; su superficie estaba quemando.

Dar evitaba sus histerismos sólo mediante un gran autodominio. No quería relacionarse para nada con fuentes de calor, fuera éste artificial o no, y se retiró a la puerta mientras Kruger terminó solo sus investigaciones. Esto le llevó algún tiempo, ya que justo cuando había decidido que no había nada más que ver se fijó en un aparato de metal que estaba al mismo nivel que el suelo. Tenía sólo una pulgada de superficie y casi ninguna característica propia, pero un examen profundo descubrió un par de pequeñas perforaciones cerca de cada uno de sus lados.

Kruger volvió al cajón donde estaban los instrumentos de dibujo, cogió un compás, e insertando sus puntas en los agujeros consiguió por fin levantar la chapa. Su metal no recibió ningún daño visible, por lo que presumiblemente era un tratamiento poco ortodoxo.

Sin embargo, esto no llamó la atención de Kruger en aquel momento. Lo que sí la llamó era bastante simple: una mera superficie de color apagado con dos pequeños agujeros.

Después de mirarlos durante varios segundos, Kruger se puso a trabajar de nuevo con sus improvisadas pinzas, y en pocos minutos la chapa salió fuera de su cubierta. Debajo había justamente lo que el chico había esperado ver: dos hilos plateados rodeados y separados por una cubierta negra y flexible y que se incrustaban en cuencos de metal.

Con todo el respeto debido a la posible diferencia cultural, Kruger pudo deducir que había abierto una clavija diseñada para enviar corriente, para lo que el ocupante de la habitación eligiera. Es decir, un enchufe eléctrico.

Miró a los cables y a la cañería, y de nuevo a la pared, y a los cables otra vez, a la vez que silbaba sin entonar. Volvió a poner de nuevo las cubiertas y alivió a Dar saliendo de la habitación.

Kruger no estaba asustado, pero sí profundamente confundido por lo que había visto.

Una ciudad, aun en buen estado, aunque sin habitantes actuales, abandonada posiblemente no hace demasiado tiempo, que se metía en el océano lo suficiente para poder pensar en siglos de hundimiento de la tierra y equipada con gas y cables eléctricos en el mismo edificio. Dar no podía aclarar la cuestión. Reconocía el peso de los argumentos de su amigo en todas las materias menos en la del gas y la electricidad y estaba deseando aceptar para esto una opinión cualificada. Kruger explicó la situación todo lo bien que pudo mientras descansaba a la sombra del vestíbulo del edificio. Theer estaba en su punto más cercano y viajar era imposible. Dar entendió sin dificultad que el gas en una casa era una cierta forma de fuego y llevó la conversación apresuradamente a la cuestión de la electricidad.

Kruger no esperaba poder transmitir este concepto y fue gratamente sorprendido al descubrir que Dar le seguía al parecer bastante bien. La explicación fue larga, claro, pero antes de que Theer se hubiera puesto de nuevo detrás de las colinas el chico estaba más seguro que nunca de haber sido entendido.

La cuestión que surgió entonces fue qué debían hacer. Kruger pensó que lo mejor para ellos sería examinar uno o dos edificios más por lo menos para asegurarse de lo que habían visto, así tendrían una información más o menos sistemática que Dar pudiera transmitir a su gente. La posibilidad de que Kruger pudiera informar de ello a su gente parecía bastante más remota, pero tal vez pudiera utilizar él mismo este conocimiento.

Dar tenía un problema mas serio. Se había despertado su interés, claro; en cierto modo, le gustaría traer un grupo de los suyos y quizá algunos Profesores a este sitio para que pudieran aprender más sobre la electricidad que Kruger había descrito. Al mismo tiempo, estaba el hecho de haber violado instrucciones firmes y de larga duración, no simples órdenes de los Profesores, sino material escrito en libros de la época de antes de que su gente hubiera nacido, referentes a no relacionarse para nada con el fuego. No había duda de que quienquiera que hubiera construido este lugar no había oído nunca estas leyes. Si Dar hiciera un informe completo en las Murallas de Hielo, ¿traería esto consigo una expedición o una censura? Era su problema, por supuesto; no podía pedir consejo a Kruger. El ser humano era obvio que tampoco había oído nunca hablar de la ley, pero no podía ser culpado por ello, ya que su cultura era diferente.

Aun así, lo que fuera a hacer con la información importaba poco para decidir si debía adquirir más o no. Siguió a Kruger y pasaron varias horas visitando algunas estructuras.

No eran más parecidas entre sí que lo que lo hubieran sido los edificios de una ciudad terrestre, pero ninguna de sus diferencias era particularmente grande. Las cañerías de gas y los hilos de electricidad parecían estar en todas partes; Dar señaló que las cañerías estaban sólo en habitaciones interiores mientras que las tomas de corriente eléctricas aparecían con frecuencia en los vestíbulos e incluso en paredes exteriores. Parecía que los habitantes de la ciudad tenían prejuicios contra el uso de la electricidad para el alumbrado. Kruger no dio crédito a la sugerencia de Dar de que no hubieran inventado las luces eléctricas. Su opinión era que alguien que fuera capaz de construir una fuente de corriente lo suficiente para una ciudad, le era posible al menos iluminar un filamento con ella. Podía haber tenido razón.

Aunque Theer no se había puesto hacía mucho rato, varios chaparrones cayeron sobre la ciudad mientras estaban investigando. Cuando decidieron que ya habían visto suficiente y que debían reemprender su viaje, se encontraron con que otra tormenta iba justo a estallar. No hubiera sido imposible viajar bajo la lluvia, pues Kruger estaba normalmente empapado siempre, pero no era demasiado recomendable y decidieron esperar.

Como la mayoría de los otros, el chaparrón no duró demasiado y pronto empezó a aclararse el cielo. Dar se volvió a poner el paquete sobre los hombros y salieron mientras aún silbaba la lluvia en sus oídos. Golpeaba el pavimento con la suficiente fuerza para hacer difícil la conversación, y arroyos de agua gorgoteaban por la calle sin cunetas hacia el mar. Probablemente era esto lo que impidió que el oído de Dar les alertara. De cualquier forma, fue lo que alegó después.





Cualquiera que fuera la razón, ninguno de ellos supo que no estaban solos hasta que su compañía se mostró deliberadamente. La interrupción del viaje trajo consigo palabra y acción; la palabra fue «¡alto!» y la acción revistió la forma de un disparo de ballesta que se astilló contra la calle que tenían delante. Dar y Kruger, advirtiendo que el proyectil debía haber venido de arriba, inspeccionaron rápidamente los bordes de los tejados de la vecindad, pero nada se movía.

La palabra había sido dicha en el idioma de Dar, así que fue el piloto quien respondió.

Se abstuvo cuidadosamente de levantar su propia ballesta.

— ¿Qué queréis?

— Debéis venir con nosotros.

— ¿Por qué? — Kruger había entendido lo suficiente de la conversación para poder hacer esta pregunta.

— Estáis… la ciudad — la primera y última parte de la frase fue todo lo que el chico pudo entender.

— ¿Cuál es su problema? — preguntó Kruger.

— El problema es nuestro. Estamos; vinimos a la ciudad; fue malo.

— ¿Por qué?

— No lo dicen — Dar no mencionó que creía saber la razón; no era momento para explicaciones demasiado prolongadas.

— ¿Tienes alguna idea de quiénes son?

— Ideas, pero no lo sé.

— ¿Qué crees que debemos hacer?