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Ella levantó las manos en ademán de rendición.
– Bueno, aunque no lo apruebo, supongo que en cierto modo es positivo que se ocupe en algo. Aunque yo optaría por un deporte o una afición, o por hacer planes para viajar fuera de la ciudad. Es importante mantenerse ocupado, mantener la cabeza alejada del incidente.
Bosch hizo una mueca.
– ¿Qué?
– No lo sé, todo el mundo lo llama el «incidente». Me recuerda a la gente que hablaba del «conflicto» de Vietnam por no decir «guerra».
– ¿Entonces cómo llamaría a lo que ocurrió?
– No lo sé, pero incidente… suena como… no lo sé. Aséptico. Escuche, doctora, retrocedamos un momento. Yo no quiero irme de viaje, ¿de acuerdo? Mi trabajo es la investigación de homicidios. Es lo que hago. Y, sinceramente, me gustaría volver a hacerlo. Podría hacer algún bien, ¿sabe?
– Si el departamento le deja.
– Si usted me deja. Sabe que va a depender de usted.
– Quizá. ¿Se da cuenta de que habla de su trabajo como si fuera una especie de misión?
– Exacto. Como el Santo Grial.
Lo dijo con sarcasmo. La situación se estaba poniendo insostenible, yeso que era sólo la primera sesión.
– ¿Lo es? ¿Cree que su misión en la vida es resolver casos de asesinato, poner a los criminales entre rejas?
Bosch recurrió a encogerse de hombros para decir que no lo sabía. Se levantó, caminó hasta la ventana y miró a Hill Street. Las aceras estaban llenas de peatones. Cada vez que había ido allí había visto la calle abarrotada.
Se fijó en dos mujeres caucasianas que destacaban entre el mar de rostros asiáticos como las pasas en el arroz. Las dos mujeres pasaron junto al escaparate de una carnicería china, donde Bosch reparó en una fila de patos ahumados colgados por el cuello.
Más allá vio el paso elevado de la autovía de Hollywood, las ventanas oscuras de la vieja cárcel del sheriff y, detrás, el edificio del tribunal penal. A la izquierda se alzaba la torre del ayuntamiento. Había lonas negras de las que se utilizan en construcción colgadas en torno a los pisos superiores. Parecía algún tipo de gesto de duelo, pero Bosch sabía que era para evitar que cayeran cascotes de las reparaciones que se estaban efectuando a consecuencia del terremoto. Mirando más allá del ayuntamiento, Bosch vio la casa de cristal: el Parker Center, el cuartel general de la policía.
– Dígame cuál es su misión -continuó Hinojos en voz baja desde detrás de él-. Me gustaría que lo expresara con palabras.
Bosch volvió a sentarse y trató de pensar en una forma de explicarse, pero en última instancia negó con la cabeza.
– No puedo.
– Bueno, quiero que piense en eso. En su misión. ¿De qué se trata en realidad? Piénselo.
– ¿Cuál es su misión, doctora?
– No nos preocupa eso aquí.
– Claro que sí.
– Mire, detective, ésta es la única pregunta personal que voy a responderle. Estos diálogos no tratan de mí. Son sobre usted. Considero que mi misión es ayudar a los hombres y mujeres de este departamento. Ése es el objetivo directo. Y al hacerlo, en una escala mayor, ayudo a la comunidad, ayudo a la gente de esta ciudad. Cuanto mejores sean los policías que patrullan las calles, mejor estaremos todos. Todos estaremos más seguros. ¿Satisfecho?
– Eso está bien. Cuando piense en mi misión, ¿quiere que lo reduzca a un par de frases como ésas y las ensaye hasta el punto de que parezca que estoy leyendo la definición de un diccionario?
– Señor, eh, detective Bosch, si se empeña en ser ingenioso y polémico constantemente, no vamos a ir a ninguna parte, lo que significa que no va a recuperar su trabajo pronto. ¿Es eso lo que pretende?
Bosch levantó las manos. La psiquiatra miró al bloc que tenía en el escritorio y Bosch aprovechó que no lo miraba para estudiarla.
Carmen Hinojos tenía unas manos pequeñas que mantenía en el escritorio, delante de ella. No llevaba anillos en ninguno de sus dedos, pero sostenía un bolígrafo de aspecto caro en la mano derecha. Bosch siempre había creído que los bolígrafos caros los usaba la gente excesivamente preocupada por la imagen. No obstante, quizá se equivocaba con ella. La psiquiatra llevaba el pelo negro atado en una cola y gafas de montura de carey. Debería haber llevado aparatos en los dientes cuando era pequeña, pero no lo había hecho. Hinojos levantó la cabeza y las miradas de ambos se encontraron.
– Este inci… esta situación coincidió o estuvo cercana en el tiempo con la disolución de una relación sentimental.
– ¿Quién se lo ha dicho?
– Está en el material complementario que me han proporcionado. Las fuentes de este material no son importantes.
– Bueno, son importantes porque tiene malas fuentes. No tuvo nada que ver con lo que ocurrió. La disolución, como usted la ha llamado, fue hace casi tres meses.
– El dolor de estas rupturas puede durar mucho más tiempo. Sé que es una cuestión personal y difícil, sin embargo, creo que deberíamos hablar de ello. La razón es que me ayudará a formarme una idea de su estado emocional en el momento en que se produjo la agresión. ¿Le supone algún problema?
Bosch le hizo una señal con la mano para que prosiguiera.
– ¿Cuánto tiempo duró esta relación?
– Alrededor de un año.
– ¿Matrimonio?
– No.
– ¿Hablaron de ello?
– No, nunca abiertamente.
– ¿Vivían juntos?
– A veces. Los dos mantuvimos nuestras casas.
– ¿La separación es definitiva?
– Eso creo.
Al decirlo en voz alta, Bosch sintió que reconocía por primera vez que Sylvia Moore había desaparecido de su vida para Siempre.
– ¿Fue una separación de mutuo acuerdo?
Bosch se aclaró la garganta. No quería hablar de ello, pero quería zanjar la cuestión.
– Supongo que podría decir que fue de mutuo acuerdo, pero yo no lo supe hasta que ella hizo las maletas. Hace tres meses nos estábamos abrazando en la cama mientras la casa temblaba. Podría decir que ella se fue antes de que terminaran las réplicas.
– Todavía no han terminado.
– Era una forma de hablar.
– ¿Me está diciendo que el terremoto fue la causa del final de esta relación?
– No, no estoy diciendo eso. Lo único que estoy diciendo es que fue entonces cuando sucedió. Justo después. Ella es maestra en el valle de San Fernando y su escuela quedó destrozada. A los alumnos los trasladaron a otra escuela y el distrito ya no necesitaba tantos maestros. Ofrecieron años sabáticos y ella se tomó uno. Se fue de la ciudad.
– ¿Tenía miedo de otro terremoto o tenía miedo de usted?
– La psiquiatra miró a Bosch a los ojos.
– ¿Por qué iba a tener miedo de mí?
Sabía que había sonado demasiado a la defensiva.
– No lo sé, sólo estoy haciendo preguntas. ¿Le dio algún motivo para que estuviera asustada?
Bosch vaciló. Era una cuestión que nunca se había plantea do en sus pensamientos íntimos acerca de la ruptura.
– Si se refiere al plano físico, no. Ella no estaba asustada y yo no le di motivos para que lo estuviera.
Hinojos asintió con la cabeza y anotó algo en su bloc. A Bosch le molestó que tomara un apunte acerca de eso.
– Mire, no tiene nada que ver con lo que ocurrió en comisaría la semana pasada.
– ¿Por qué se fue? ¿Cuál fue la verdadera razón?
Bosch apartó la mirada, estaba enfadado. Así era como iban a funcionar las entrevistas. Ella iba a preguntarle todo lo que quisiera, a invadirlo por allí donde viera un resquicio.
– No lo sé.
– Esa respuesta no es válida aquí. Yo creo que lo sabe, o al menos tiene sus propias ideas acerca de por qué se fue. Debe tenerlas.
– Descubrió quién era yo.
– Descubrió quién era usted, ¿qué significa eso?
– Tendrá que preguntárselo a ella. Fue ella quien lo dijo. Pero está en Venecia.
– Bueno, entonces, ¿qué cree que quería decir con eso?
– No importa lo que yo creo. Ella es la que lo dijo y ella es la que se marchó.