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Pero la comida iba a tener que esperar. Bajó del coche.
Pierce subió al porche y golpeó con los nudillos. Era una puerta cristalera con una sola luz, de modo que Nicole sabría que era él en el momento en que saliera al pasillo. Pero el cristal funcionaba en los dos sentidos. Pierce la vio en el mismo momento en que ella lo vio a él. Nicole vaciló, pero sabía que no podía simular que no estaba en casa. Se acercó a la puerta y abrió.
No obstante, Nicole se quedó en el umbral, sin invitarlo a pasar. Llevaba unos vaqueros desteñidos y un suéter ligero. El suéter estaba cortado para mostrar su abdomen plano y bronceado y el aro de oro que llevaba en el ombligo. Iba descalza y Pierce supuso que sus zuecos favoritos no estarían lejos.
– Henry, ¿qué estás haciendo aquí?
– Necesito hablar contigo. ¿Puedo pasar?
– Bueno, estoy esperando unas llamadas. ¿Puedes…?
– ¿De quién? ¿De Billy Wentz?
Esto la detuvo. En su mirada apareció una expresión de desconcierto.
– ¿Quién?
– Ya sabes quién. ¿Qué hay de Elliot Bronson o Gil Franks?
Nicole sacudió la cabeza como si sintiera pena por él.
– Mira, Henry, si esto es una escena de ex novio celoso, puedes ahorrártela. No conozco a ningún Billy Wentz y no pretendo conseguir trabajo con Elliot Bronson ni con Gil Franks. Firmé una cláusula de no competencia, ¿recuerdas?
Pierce sintió una grieta en su armadura. Nicole había desviado con destreza su primer ataque y con tanta suavidad y naturalidad que Pierce sintió que su resolución se tambaleaba. Todo su girar y moler de una hora antes de repente empezaba a resultar sospechoso.
– Oye, ¿puedo pasar o no? No quiero hacer esto aquí fuera.
Nicole volvió a dudar, pero luego retrocedió y le invitó a entrar. Ambos fueron al salón, que estaba a la derecha del pasillo. Era una estancia amplia y oscura, con suelo de color cereza y techos de casi cinco metros de altura. Había un hueco donde había estado su sofá de piel, el único mueble que se había llevado. Por lo demás, el salón seguía igual. En una de las paredes había una librería enorme de suelo a techo con estantes de doble anchura. La mayoría de los estantes se hallaban llenos de libros de ella, colocados en dos filas. Nicole sólo guardaba allí libros que ya había leído y había leído muchos. Una de las cosas que más le gustaban de ella era que prefería pasar una tarde en el sofá leyendo un libro y comiendo sándwiches de mantequilla de cacahuete o jalea que ir al cine y a cenar a un chino. También era una de las cosas de las que sabía que se había aprovechado. Nicole no lo necesitaba para leer un libro, lo cual simplificaba el hecho de quedarse en el laboratorio una hora más. O varias horas más, como solía ser el caso.
– ¿Te encuentras bien? -dijo ella, buscando un punto de cordialidad-. Tienes mejor aspecto.
– Estoy bien.
– ¿Cómo te ha ido hoy con Maurice Goddard?
– Ha ido bien. ¿Cómo lo sabías?
Nicole puso cara de ofendida.
– Porque estuve trabajando allí hasta el viernes y la presentación ya estaba programada, ¿recuerdas?
Pierce asintió. Ella tenía razón, no había nada sospechoso en eso.
– Lo olvidé.
– ¿Va a subirse al carro?
– Eso parece.
Nicole no se sentó. Se quedó de pie en medio del salón y de cara a él. Los estantes de libros se alzaban como una fortaleza detrás de ella, empequeñeciéndola, todos ellos condenas silenciosas para Pierce, cada uno, una noche que no había estado con ella. Le intimidaron, pero sabía que tenía que mantener su enfado para la confrontación.
– Bueno, Henry, aquí estamos. ¿Qué pasa?
Pierce asintió. Era el momento. Cayó en la cuenta de que no se lo había preparado. Estaba improvisando.
– Bueno, lo que pasa es que probablemente ya no tiene importancia, pero quería saberlo por mí, para que así tal vez pueda soportarlo un poco mejor. Sólo, dime, Nicki, ¿alguien se acercó a ti, te presionaron, te amenazaron? ¿O simplemente me vendiste porque sí?
La boca de Nicole dibujó un círculo perfecto. Pierce había convivido con ella durante tres años y creía que conocía todas sus expresiones faciales. Dudaba que ella pudiera adoptar una expresión que él no hubiera visto antes. Y el círculo perfecto de su boca lo había visto antes, pero no reflejaba la sorpresa de verse descubierta. Era desconcierto.
– Henry, ¿de qué estás hablando?
Demasiado tarde. No había vuelta atrás.
– Sabes de qué estoy hablando. Me tendiste una trampa. Y quiero saber por qué y quiero saber para quién. ¿Bronson? ¿Midas? ¿Quién? ¿Y sabías que iban a matarla, Nicole? No me digas que lo sabías.
Los ojos de ella empezaban a adquirir los destellos violetas que señalaban su ira. O sus lágrimas. O ambas cosas.
– No tengo ni idea de qué estás diciendo. ¿Una trampa para qué? ¿Matar a quién?
– Vamos, Nicole. ¿Están ellos aquí? Hola, ¿está Elliot escondido en la casa? ¿Cuándo les hago la presentación a ellos? ¿ Cuándo hacemos el cambio? Mi vida por Proteus.
– Henry, creo que te ha pasado algo. Cuando te colgaron del balcón y chocaste con la cabeza en la pared. Creo que…
– ¡Mentira! Tú eras la única que conocía la historia de Isabelle. Eres la única persona a la que se lo he contado. Y lo has usado para hacer esto. ¿Cómo has podido hacerlo? ¿Por dinero? ¿O simplemente querías vengarte por cómo lo estropeé todo?
Pierce vio que ella empezaba a temblar, a flaquear. Tal vez la estaba quebrando. Ella levantó las manos, con los dedos separados y retrocedió. Estaba volviendo de nuevo hacia el pasillo.
– Sal de aquí, Henry. Estás loco. Si no fue por golpear la pared, entonces habrá sido por pasar tantas horas en el laboratorio. Al final has petado. Será mejor que te busques un…
– No lo entiendes -dijo Pierce con calma-. No te vas a quedar Proteus. Antes de que te levantes mañana por la mañana estará registrado. ¿Lo entiendes?
– No, Henry, no lo entiendo.
– Lo que me gustaría saber es quién la mató. ¿Fuiste tú o le pediste a Wentz que lo hiciera por ti? Él se ocupa de todo el trabajo sucio, ¿no?
Esto la detuvo. Nicole se volvió y estuvo a punto de gritarle.
– ¿Qué? ¿Qué estás diciendo? ¿Matar a quién? ¿Estás oyendo lo que dices?
Pierce se detuvo, esperando que ella se calmara. La situación no estaba yendo del modo que él había pensado. Necesitaba que ella lo confesara, pero Nicole estaba empezando a llorar.
– Nicole, yo te quería. No sé qué coño me pasa, porque todavía te quiero.
Ella se calmó, se limpió las mejillas y cruzó los brazos en el pecho.
– Muy bien, ¿me harás un favor, Henry? -preguntó con calma.
– Aún no has tenido bastante de mí. ¿Qué más quieres?
– Hazme el favor de sentarte en esa silla y yo me sentaré aquí.
Nicole lo condujo hasta la silla y luego se colocó detrás de la que iba a ocupar ella.
– Siéntate y hazme este favor. Dime qué ha pasado. Dímelo como si no supiera nada del asunto. Ya sé que no lo crees, pero quiero que me lo cuentes como si lo creyeras. Cuéntamelo como una historia. Puedes decir lo que quieras de mí en la historia, por malo que sea, pero cuéntamelo. Desde el principio, ¿vale, Henry?
Pierce lentamente se sentó en la silla que ella le había señalado. La miró a ella todo el tiempo, observó sus ojos. Cuando Nicole se sentó frente a él empezó a contar la historia.
– Supongo que podría decir que empezó hace veinte años. La noche que encontré a mi hermana en Hollywood y no se lo conté a mi padrastro.