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Esta vez el aspecto de consternación de Vernon era real.
– Hola, Clyde, me ha asustado -dijo Pierce.
– No tenía esa intención.
– Aquí tomamos lecturas muy sensibles. Un portazo como el que acaba de dar podría arruinar un experimento. Por fortuna, sólo estaba revisando datos.
– Lo siento, doctor Pierce.
– No me llame así, Clyde. Llámeme Henry. Así que déjeme adivinar, me ha puesto en busca y captura y Rudolpho le ha avisado en cuanto he entrado. Y usted ha venido desde casa. Espero que no viva muy lejos, Clyde.
Vernon pasó por alto la fina deducción detectivesca de Pierce.
– Hemos de hablar -dijo en cambio-. ¿Recibió mi mensaje?
Ambos hombres estaban en las primeras fases del proceso de conocerse mutuamente. Aunque Vernon era la persona más vieja que trabajaba en Amedeo, era también el más novato. Pierce ya había advertido que Vernon tenía dificultad en llamarlo por el nombre. Pensó que tal vez fuera una cuestión de edad. Pierce ocupaba el puesto de presidente de la compañía, pero era al menos veinte años más joven que Vernon, quien había llegado a la empresa unos meses antes después de entregar la placa en el FBI. Vernon probablemente pensaba que era impropio dirigirse a Pierce por su nombre de pila, y la brecha en edad y experiencia de vida hacía que le resultara difícil llamarlo señor Pierce. Doctor Pierce le parecía un poco más sencillo, aunque era un nombre basado en grados académicos y no médicos. Al parecer su auténtico plan consistía en evitar dirigirse a él de ninguna manera en la medida de lo posible. Al menos eso había percibido Pierce, especialmente en los mensajes de correo y las conversaciones telefónicas.
– Acabo de leer su mensaje hace quince minutos -dijo Pierce-. Probablemente iba a llamarle en cuanto terminara aquí. ¿Quiere hablar de Nicole?
– Sí, ¿qué ha ocurrido?
Pierce se encogió de hombros en un gesto de impotencia.
– Lo que ha pasado es que se ha ido. Ella ha dejado su trabajo y, eh…, bueno, me ha dejado a mí. Creo que podría decirse que primero me dejó a mí.
– ¿Cuándo ocurrió eso?
– Es difícil de decir, Clyde. Llevaba un tiempo pasando. Como en cámara lenta, pero la cosa explotó hace un par de semanas. Ella aceptó quedarse hasta hoy. Hoy era su último día. Ya sé que cuando entró aquí me advirtió sobre el problema de mezclar el trabajo y la vida privada. Supongo que tenía razón.
Vernon dio un paso más hacia Pierce.
– ¿Por qué no se me informó? -protestó-. Deberían habérmelo dicho.
Pierce vio que a Vernon se le subían los colores. Estaba furioso e intentando controlarse. No se trataba tanto de Nicole como de su necesidad de consolidar su posición en la empresa. Al fin y al cabo, no había dejado el FBI después de tantos años sólo para que un jefe científico modernoso que probablemente fumaba hierba los fines de semana le hiciera luz de gas.
– Mire, sé que debería haber sido informado, pero puesto que había algunas cuestiones personales yo…, en realidad no quería hablar de eso. Y a decir verdad, probablemente no lo habría llamado esta noche, porque sigo sin querer hablar de eso.
– Bueno, hemos de hablar de eso. Ella era la agente de inteligencia de esta empresa. No se le debería haber permitido marcharse tan campante al final del día.
– Todos los archivos siguen aquí. Lo he comprobado, aunque no me hacía falta. Nicki nunca haría nada de lo que está usted insinuando.
– No estoy insinuando ninguna impropiedad. Sólo trato de ser cauto y cuidadoso en esto. Nada más. ¿Ha aceptado algún otro trabajo que usted sepa?
– La última vez que hablamos no, pero ella firmó un contrato de no competencia con nosotros. No hemos de preocuparnos por eso, Clyde.
– Es su opinión. ¿Cuáles han sido los pactos económicos de la separación?
– ¿Qué tiene eso que ver con usted?
– Una persona con problemas económicos es vulnerable. Es asunto mío saber si un empleado o ex empleado con conocimiento íntimo del proyecto es vulnerable.
Pierce estaba empezando a molestarse por el cuestionario rápido de Vernon y su pose condescendiente, aunque era la misma pose con la que él le trataba a diario.
– Para empezar, su conocimiento del proyecto era limitado. Ella recopilaba información de los competidores, no nuestra. Para hacerlo, necesitaba tener una idea de lo que hacemos aquí. El caso es que no creo que ella estuviera en posición de saber exactamente qué estamos haciendo ni en qué punto estamos en ninguno de los proyectos. Igual que no lo sabe usted, Clyde. De este modo es más seguro.
»Y en segundo lugar, voy a contestar a su pregunta antes de que la plantee. No, a título personal nunca le expliqué los detalles de lo que estamos haciendo. Nunca surgió el tema. De hecho, no creo que le importara. Ella trataba el trabajo como un trabajo, y probablemente ése era el principal problema entre nosotros. Yo no lo trato como un trabajo. Yo lo trataba como si fuera mi vida. Bueno, ¿algo más Clyde? Tengo cosas que hacer.
Esperaba que camuflar su única mentira en verborrea e indignación colara con Vernon.
– ¿Cuándo lo supo Charlie Condon? -preguntó Vernon.
Condon era el director financiero de la empresa y, algo más importante, era el hombre que había contratado a Vernon.
– Se lo dijimos ayer -contestó Pierce-. Juntos. Oí que había quedado para hablar con él a última hora, justo antes de irse. Si Charlie no se lo dijo, yo no puedo hacer nada. Supongo que él tampoco lo consideró necesario.
Recordarle a Vernon que había sido dejado de lado por su propio valedor era un golpe bajo, pero el ex agente del FBI lo dejó pasar con un arqueo de cejas y siguió adelante.
– No me ha contestado antes. ¿Recibió una indemnización por cese?
– Por supuesto. Sí. Seis meses de paga y dos años de seguro médico y de vida. También va a vender la casa y se quedará con lo recaudado. ¿Satisfecho? No creo que sea vulnerable. Sólo de la casa sacará más de cien mil dólares limpios.
Vernon pareció calmarse un poco. Saber que Charlie Condon estaba enterado lo tranquilizaba. Pierce sabía que Vernon veía a Charlie como la parte práctica del negocio, mientras que él era más el talento efímero. Y, de algún modo, que Pierce estuviera en el lado del talento rebajaba el respeto que Vernon sentía por él. Charlie era diferente, vivía para el negocio. Si había dado el visto bueno a la marcha de Nicole James, entonces no habría problemas.
Aunque claro, por más que Vernon estuviera satisfecho no iba a reconocerlo.
– Lo siento si no le gustan las preguntas -dijo-, pero es mi trabajo y mi deber mantener la seguridad de esta empresa y de sus proyectos. Hay mucha gente y muchas compañías cuyas inversiones deben salvaguardarse.
Estaba aludiendo a la razón por la que estaba allí. Charlie Condon lo había contratado de cara a la galería. Vernon estaba en Amedeo para aplacar a potenciales inversores que necesitaban saber que los proyectos de la compañía estaban a salvo y, por tanto, que sus inversiones serían seguras. El curriculum de Vernon era impresionante y tenía una importancia más vital para la compañía que el trabajo real de seguridad que llevaba a cabo.
Cuando Maurice Goddard había hecho su primer viaje desde Nueva York para que le enseñaran las instalaciones y asistir a la primera presentación, también le habían presentado a Vernon y habían pasado veinte minutos hablando con él de la seguridad de la planta y del personal.
Pierce miró a Clyde Vernon y sintió ganas de gritarle, de hacerle saber lo cerca que estaban de quedarse sin financiación significativa y qué inconsecuente era en su esquema de cosas.
Pero se mordió la lengua.
– Entiendo perfectamente sus preocupaciones, Clyde. Pero no creo que tenga que preocuparse por Nicole. Todo va bien.
Vernon asintió y finalmente dio el brazo a torcer, quizá sintiendo la creciente tensión que mostraban los ojos de Pierce.