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– ¿Y?
– Lo que voy a decirle es altamente confidencial. Es información que no debería tener. Si sale a la luz habrá una investigación sólo por esto.
– De acuerdo. ¿De qué se trata?
– Una fuente me ha dicho que Re
Teniendo en cuenta la urgencia de los mensajes y su advertencia, Pierce se sintió aliviado.
– Bien. ¿Y eso qué significa?
– Significa que quiere registrar su propiedad. Su apartamento, su coche, probablemente la casa donde vivía antes, porque probablemente ése era su domicilio cuando se produjo el crimen.
– Quiere decir la desaparición y posible asesinato de Lilly Quinlan.
– Exactamente. Pero (y es un gran pero) la solicitud ha sido rechazada. El juez le dijo que no había suficiente. No había presentado suficientes pruebas para justificar el registro.
– Eso está bien, ¿no? ¿Significa que se ha acabado?
– No, puede volver a intentarlo siempre que quiera. En cuanto tenga algo más. Mi suposición es que confiaba en la grabación, lo que él llamó su reconocimiento. Así que es bueno ver que un juez miró a través de eso y sentenció que no era suficiente.
Pierce sopesó toda la información. Estaba fuera de lugar y no sabía qué significaban exactamente todas las maniobras legales.
– Ahora podría intentar llamar a otras puertas -dijo Langwiser.
– ¿Se refiere a llevar la solicitud a otro juez?
– Sí, a alguno más acomodaticio. La cuestión es que probablemente empezó por el más benigno para él. Ir a otro juez podría causarle problemas. Si un juez descubre que una solicitud de registro ya ha sido rechazada por un colega, se puede poner hecho una furia.
Tratar de seguir las sutilezas legales parecía una pérdida de tiempo. Pierce no se sentía tan turbado por la noticia como parecía estarlo Langwiser. Comprendía que esto era porque ella nunca podría estar completamente segura de su inocencia. Ese margen de duda planteaba interrogantes sobre lo que encontraría la policía si registraba su propiedad.
– ¿Y si le dejamos que haga el registro sin la orden? -preguntó Pierce.
– No.
– No encontraría nada. Yo no lo hice, Janis. No conocía a Lilly Quinlan.
– No importa. No cooperamos. Si empezamos a cooperar, empezaremos a caer en sus trampas.
– No lo entiendo. Si soy inocente, ¿qué trampa puede haber?
– Henry, quiere que le aconseje, ¿verdad?
– Sí.
– Entonces escuche y hágame caso. No hacemos concesiones a la otra parte. Hemos puesto a Re
– Como quiera.
– Gracias.
– ¿Se enterará si busca a otro juez o vuelve a intentarlo con el mismo?
– Tengo una oreja alerta. Puede que nos dé una ventaja. En todo caso, hágase el sorprendido si se presenta con una orden. He de proteger a mi fuente.
– Lo haré.
Pierce de repente pensó en algo que le metió el miedo en el cuerpo.
– ¿Y mi oficina y el laboratorio? ¿Querrá buscar aquí?
Si eso ocurría, sería difícil de contener. La noticia se filtraría a los círculos de las tecnologías emergentes. Sin duda Bechy y Goddard se enterarían.
– No puedo tener la certeza, pero me parece improbable. Buscará localizaciones probables para la comisión del crimen. Creo que aún sería más difícil que tratara de convencer a un juez de que le permitiera registrar un lugar de trabajo donde es altamente improbable que se cometiera el crimen.
Pierce pensó en la agenda de teléfonos que había escondido en el cuarto de las fotocopiadoras. Una conexión directa con Lilly Quinlan que él todavía no había reconocido. Tenía que deshacerse de ella.
Luego se le ocurrió otra cosa.
– ¿Sabe? -dijo-. Ya han registrado mi coche. Me di cuenta cuando entré esa noche, fuera del apartamento de Lilly.
Hubo un momento de silencio antes de que Langwiser hablara.
– Si lo hicieron, fue ilegal. Aunque sin un testigo nunca podremos probarlo.
– Allí no vi a nadie más que polis.
– Estoy segura de que sólo fue un registro con linterna. Rápido y chapucero. Si consigue una orden, lo harán legalmente y de forma más profesional. Buscarán pelos y fibras, cosas así. Cosas demasiado pequeñas para que se vean con una linterna.
Pierce pensó en el brindis que había hecho hacía menos de una hora. Se dio cuenta de que una mota de polvo podía contener su futuro, de un modo u otro.
– Bueno, como he dicho, dejemos que lo hagan -dijo, con una nota de desafío en su voz-. Tal vez entonces empiecen a buscar al verdadero asesino cuando no encuentren nada.
– ¿Alguna idea sobre quién puede ser?
– No.
– Bueno, por ahora, debería preocuparse por usted. No parece entender la gravedad de la situación. Con la orden de registro, me refiero. ¿Cree que sólo porque no encuentren nada estará libre y a salvo?
– Oiga, Janis, soy químico, no abogado. Y lo único que sé es que estoy metido en esto, pero que yo no lo hice. Si no entiendo la gravedad de la situación, entonces dígame qué es exactamente lo que quiere que entienda.
Era la primera vez que Pierce se desahogaba con ella y se arrepintió de inmediato.
– La realidad es que tiene a un poli detrás y que es poco probable que lo deje en paz por este revés. Para Re
– Sí.
– Y eso es sólo el comienzo. Re
Pierce sintió que le subía la fiebre.
No sabía qué más decir, así que no dijo nada. Se produjo un largo silencio hasta que Langwiser lo rompió.
– Hay algo más. El sábado por la noche les habló de la casa de Lilly Quinlan y les dio la dirección. Bueno, fueron allí y echaron un vistazo, pero no registraron formalmente el sitio hasta el domingo por la tarde, después de que Re
Pierce asintió. Estaba empezando a entender la forma de pensar de Re
– Entonces, para protegerse, fue a buscar una orden -dijo Pierce-. Por si acaso encontraran algo en relación con esas otras actividades ilegales. O por si Lilly aparecía viva y decía: ¿qué demonios están haciendo en mi casa?
– Exactamente, pero también había otra razón.
– Para recoger pruebas contra mí.
– Acierta otra vez.
– Pero ¿cómo va a haber pruebas contra mí? Yo le dije que había estado allí. Mis huellas están en toda la casa porque estaba buscándola a ella y trataba de saber qué había ocurrido.
– Ésa es su versión y yo le creo. Él no. Él piensa que es una historia que se inventó para cubrir el hecho de que había estado en su casa.
– No puedo creerlo.
– Debería. Y por ley Re
– ¿Lo hizo?
– Sí, la presentó y yo tengo una copia. No estaba sellada, cometió un error en eso. El caso es que es una lista de las pertenencias personales que se llevaron, cosas como un cepillo para comparar ADN, y etcétera, etcétera. Muchos objetos se los llevaron para analizar las huellas dactilares. Cartas, cajones, joyas, perfumes, incluso artilugios sexuales que encontraron en los cajones.
Pierce estaba en silencio. Recordó el frasco de perfume que había cogido en la casa. ¿Una cosa tan sencilla podía ser utilizada para ayudar a condenarle? Sintió que se le revolvían las tripas y se sonrojaba.
– No está diciendo nada, Henry.