Добавить в цитаты Настройки чтения

Страница 12 из 98

Una vez los soldados se hubieron reunido en el margen del río, Macro dio las órdenes en voz queda. Los dividió en secciones y a cada una de ellas se le asignó un eje de avance. Luego, sección a sección, los hombres se adentraron con mucho cuidado entre los árboles.

– Cato, tú vas conmigo -susurró Macro-. Vamos. Con una última mirada hacia la otra orilla del río, oscura y silenciosa contra el horizonte que se volvía gris, Cato se dio la vuelta y entró en el bosque con mucha cautela. Al principio, el paso de las otras secciones era claramente audible: el crujir de las ramitas, el susurro de la maleza y los enganchones del equipo. Pero los sonidos se fueron apagando gradualmente al tiempo que los hombres se iban familiarizando con el desacostumbrado movimiento y las secciones se alejaban unas de otras. Cato hacía cuanto podía para seguirle el ritmo a su centurión sin dar un traspiés o hacer demasiado ruido. Descontaba cada paso de los ochocientos metros que Vespasiano había ordenado. El bosque parecía no terminar nunca y ascendía en una suave pendiente. El traicionero sotobosque dio paso bruscamente a un terreno mucho más firme y los árboles se abrieron formando un claro. Macro se detuvo y se agachó, forzando la vista para distinguir lo que les rodeaba.

Con la débil luz que atravesaba las copas de los árboles, Cato pudo ver tenues detalles de la añosa arboleda en la que se encontraban. El bosquecillo estaba rodeado por arcaicos robles retorcidos sobre los -cuales había clavados cientos de cráneos; se hallaban completamente cercados por cuencas de ojos vacías y las sonrisas de oreja a oreja de las calaveras. En el centro del claro había un burdo altar construido con unas monumentales losas de piedra por cuyos lados corrían unas manchas oscuras. Una atmósfera sombría envolvía la arboleda con sus volutas y ambos hombres se estremecieron, y no sólo por el frescor del aire.

¡Mierda! -susurró Macro-. ¿Qué diablos es este lugar? -No lo sé… -respondió Cato en voz baja. En la arboleda parecía reinar un silencio casi sobrenatural, hasta las primeras notas del amanecer semejaban estar apagadas de algún modo. A pesar de su adhesión a una visión racional del mundo, Cato no pudo evitar tener miedo ante la opresiva atmósfera del bosquecillo. Sintió el impulso de salir de ese espantoso escenario lo antes posible. Aquél no era un lugar para Romanos, ni para ningún hombre civilizado-. Debe de estar relacionado con alguno de sus cultos. Los druidas o algo así.

– ¡Druidas! -El tono de Macro reveló su gran inquietud-. Será mejor que salgamos de aquí, rápido.

– si, señor. Sin apartarse de los márgenes del claro, Macro y Cato pasaron sigilosamente por delante de aquellos árboles con sus espeluznantes trofeos y siguieron adelante a través del bosque. una palpable oleada de alivio los inundó cuando dejaron atrás la arboleda. Desde la primera vez que los romanos se habían topado con los druidas, las oscuras historias sobre su pavorosa magia y rituales sangrientos habían sido transmitidas de generación en generación. Tanto Macro como Cato sentían Una gélida tensión que les erizaba los pelos de la nuca mientras andaban con cuidado entre las sombras. Durante un rato avanzaron en silencio a través de la maleza hasta que, al final, Cato estuvo seguro de percibir unos tonos más claros entre los árboles que tenían delante.

– ¡Señor! -susurró. -Sí, ya lo he visto. Debemos de encontrarnos cerca del otro extremo del bosque.

Con más cautela que nunca, siguieron avanzando con cuidado hasta que la espesura se fue dispersando y tan sólo quedaron unos atrofiados árboles jóvenes. Se encontraban en lo más alto de la cresta que se extendía por detrás del río y tenían una clara vista por encima de la otra ladera y a lo largo de la misma cresta en la dirección de las fortificaciones britanas que vigilaban el vado. El humo de los campamentos de ambos ejércitos embadurnaba la atmósfera. Hacia el este, el cielo estaba teñido de rosa y se distinguía una suave neblina abajo, en dirección al río. El terreno del oeste todavía se encontraba envuelto en lúgubres sombras. No había ninguna señal de movimiento y Macro le hizo señas a su optio para que regresara con él a los árboles.

– Vuelve a donde está el legado y dile que está todo despejado, la legión puede empezar a cruzar. Me quedaré un rato más por aquí para asegurarme.

– Sí, señor. -Será mejor que le expliques cómo se ve el terreno desde aquí arriba. No podremos acercarnos a lo largo de la cima de la cresta, nos verían a más de un kilómetro y medio de distancia. Tendremos que seguir el margen del río hasta estar cerca de los britanos y entonces dirigirnos a la cresta.



¿Lo has entendido todo? ¡Ahora vete.

Cato volvió a bajar por la cuesta más rápidamente de lo que la había subido ahora que la luz se intensificaba y revelaba todas las raíces y zarzas traicioneras. Aunque se mantuvo a bastante distancia de la arboleda, llegó a la orilla del río mucho antes de lo que había previsto. Por un momento se dejó llevar por el pánico cuando no vio señales del resto de la legión en la otra orilla. Entonces le llamó la atención un leve movimiento río arriba y allí estaba el legado agitando un brazo entre los árboles. Instantes después Cato exponía su informe.

– ¿Marchar siguiendo el margen del río? -Vespasiano lo reflexionó con recelo al tiempo que examinaba la otra orilla-.

Eso nos va a retrasar.

– No puede evitarse, señor. La cresta está demasiado expuesta y el bosque es demasiado espeso.

– Muy bien. Vuelve con tu centurión y dile que vaya explorando la zona por delante del contingente principal. Evitad todo contacto e infórmenme de cualquier cosa que veáis.

– Sí, señor. Mientras la columna empezaba a atravesar el vado en fila los grupos de reconocimiento de la sexta centuria se reagruparon alrededor de Macro en la otra orilla. En cuanto Cato hubo transmitido las órdenes del legado, Macro formó a sus hombres en grupos y mandó al optio en cabeza con la primera sección.,,,,,Cato era muy consciente de la responsabilidad que recaía sobre él. En esos momentos era los ojos y oídos de la segunda legión. De él dependía el éxito del plan del general y la seguridad de "sus compañeros. Si el enemigo descubría que se aproximaba la segunda, dispondría de un amplio margen de tiempo para preparar un recibimiento a sus atacantes. o lo que era aún peor, podría tener tiempo para organizar un contraataque. Mientras pensaba en estas posibilidades, el joven optio avanzó con sigilo a lo largo de la orilla, forzando sus sentidos al triple. El tranquilo río se deslizaba bajo la pálida atmósfera mientras el sol ascendía por encima de los árboles e inundaba de luz y calor aquella mañana de verano. Continuó así 'durante gran parte de una hora, en tanto que Cato avanzaba,,Con cautela hasta llegar a un lugar donde el margen del río había cedido y muchos años atrás un enorme roble había caído al agua. Ahora estaba tumbado sobre el accidentado suelo de la orilla, con las enmarañadas ramas muertas meciéndose al paso de la corriente. Una masa de raíces arrancadas de la tierra proporcionaba un armazón en el que se aferraban nuevos brotes de vegetación.

Un súbito ruido de algo que caía en el agua hizo que se quedara paralizado y que los hombres del grupo de reconocimiento intercambiaran unas miradas ansiosas antes de que Cato divisara al martín pescador anidando en una rama que colgaba por encima de unas ondulaciones que se expandían por la superficie del agua. Casi se rió ante la repentina descarga de tensión antes de ver, a no más de quince metros de distancia, a un caballo que estaba en la orilla del río. El elegante cuello descendió y la bestia empezó a beber. Un juego de riendas tenían amarrado al animal al tocón de un árbol. Del jinete no había ni rastro.