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Satara se detuvo al lado de un Daimon y extrajo una espada corta de su pecho. Su caminar seductor mientras se acercaba a él. Ella posicionó la espada ante su corazón.
– ¿Tenemos un trato?
Él asintió.
Satara lo apuñaló directamente a travesándole el corazón.
– Lo siento. No quería que cambiaras de idea acerca de morir.
Xypher trastabilló, jadeando cuando el dolor lo atravesó.
Él se hundió en el suelo.
Kat se arrodilló a su lado.
– ¿Xypher?
– No le digas a Simone lo que hice. Déjala ir en paz… por favor. Dile que fue rápido.
Kat lo sostenía cerca de ella, pero la suya no era la cara que él quería. Él quería ver a Simone por una última vez. Pero haciendo esto, estaba protegiéndola y eso era todo lo que importaba.
Bajó la mirada a su brazo donde estaba escrito su voto de venganza. Las palabras se disolvieron mientras se esforzaba por respirar.
Se había terminado…
Kat observó como la luz abandonó los ojos de Xypher y él expiró su último aliento.
Satara sonreía.
Kat frunció el labio ante la presunción en la cara de Satara.
– Puta egoísta.
– Oh, cállate, Kat. Tienes lo que venías a buscar, ahora vete.
Kat se levantó en toda su altura, achicando a Satara.
– Un día, alguien va a darte exactamente lo que te mereces. No puedo esperar a verlo.
Y con eso, regresó al club.
Negándose a mirar a Simone, Kat tendió el antídoto a Kerryna quien le sonrió en agradecimiento antes de bebérselo.
– ¿Dónde está Xypher?
Esa pregunta de Simone la atravesó. No quiero hacer esto…
Pero no tenía elección. Volviéndose, se sintió enferma. La cara de Simone se veía tan esperanzada, era obvio que ella estaba esperando que Xypher apareciera en algún momento.
Tragando el nudo en la garganta, se extendió hacia ella y tomó las manos de Simone en las suyas.
– No lo ha conseguido, dulzura. Cayó en la batalla.
CAPÍTULO 17
Simone se tambaleó hacia atrás. No. No podía ser.
– Eso no es divertido, Katra. No me gustan estos juegos.
– Desearía estar jugando, pero no lo estoy.
Simone vio la mirada de horror y culpa mezclada en la cara de aquellos a su alrededor y esto la devolvió a cuando era una niña.
“La pobre lo vio todo. Su madre y su hermano murieron ante sus ojos. Esto la perseguirá por siempre.”
Esa era la misma expresión que tenían todos ahora, se le quedaban mirando como si fuera rara. Y profundamente en su interior todos agradecían que le sucediera a ella y no a ellos. No lo dirían, eran demasiado educados para eso, pero ella sabía la verdad.
Jesse le tendió la mano.
– Simone, ¿Estás bien?
¿Cómo podía estar bien? Xypher estaba muerto.
Ella sintió ese ardor en sus ojos que señalaba que se estaban volviendo rojos. Quería la sangre de los que lo habían matado.
– Dime que sucedió -exigió ella, su voz era un demoníaco gruñido.
– Le prometí que no lo haría. Él quería que vivieras en paz y que siguieras con tu vida.
Seguir con su vida… Estaba cansada de recoger las piezas y seguir adelante.
– ¿Obtuvo su venganza contra Satara?
Katra apartó la mirada tímidamente y de repente Simone tuvo total claridad.
– Así que entonces es eso. Eligió vengarse y morir a regresar conmigo. Al menos murió feliz. Obtuvo lo que quería.
Kat tuvo que morderse la lengua para evitar decirle la verdad. Pero ahora entendía por qué Xypher le había pedido que no lo hiciera. Si Simone sabía que él había dado su vida para salvar la de ella, eso la mataría.
Al igual que mataría a Katra perder a su marido. El que él se sacrificara por ella sólo la lastimaría más y nunca tendría paz por la culpa y la rabia.
Simone miró hacia Xedrix que permanecía al lado de Kerryna, sosteniendo su mano.
Ella nunca tocaría a Xypher otra vez. Dejando escapar una harapienta respiración, se volvió hacia Gloria y Jesse.
– Quiero ir a casa.
Acheron dio un paso adelante.
– Yo te llevaré.
– Gracias.
Le tendió la mano y ella la tomó. Al instante de hacerlo, todos estaban de regreso en su casa. No, no todos. Faltaba Xypher.
– ¿Hay algo que yo pueda hacer? -Preguntó Ash.
Ella negó con la cabeza.
– Probablemente debería comprobar a Kyle y ver como lo está haciendo.
– Ya lo hicimos nosotros. Está bien. Se recobrará en breve y no debería quedarle daño alguno más que un par de cicatrices.
– Eso es bueno. Supongo que eso nos describe a todos, ¿huh? Gracias por traerme a casa, Acheron.
– De nada. Tienes mi número en tu teléfono. Si me necesitas para cualquier cosa, llama.
– Lo aprecio.
Entonces él se fue.
Jesse y Gloria se quedaron a un lado, observándola con expresión preocupada.
– Estoy bien, chicos. ¿Por qué no os vais y ponéis algunos discos o algo?
Jesse tragó.
– Me estás asustando, Simone.
Ella se asustaba a sí misma. Estaba tan herida interiormente que ni siquiera podía llorar. Era como si hubiese sido destripada y no hubiese quedado nada excepto un agujero vacío donde había estado su corazón y su alma.
Queriendo estar sola, se quitó el abrigo y lo tiró al suelo de camino a su habitación.
La cama estaba todavía deshecha de sus anteriores juegos.
Hizo ese pensamiento a un lado. Si no significaba nada más para él que eso, ciertamente no significaba nada para ella. Con la rabia hirviendo a fuego lento, arrancó la almohada para hacer la cama.
Y fue entonces cuando la esencia de Xypher la golpeó con fuerza. Abrazó la almohada contra su pecho e inhaló la cálida esencia masculina.
Eso sacudió su entumecimiento. La pena y la angustia se elevaron hasta que quiso gritar de dolor.
En vez de eso, se hundió de rodillas cuando las implacables lágrimas la asaltaron.
Xypher se había ido.
– ¡Maldito seas, bastardo, maldito seas!
Pero el problema era, que ella no quería maldecirle. El pensamiento de él en el Tártaro siendo torturado…
Eso era más de lo que podía soportar.
Xypher permanecía en el centro de una celda que conocía incluso mejor que el dorso de su mano. Con el paso de los siglos, había contado cada grano de arena. Lo había saturado todo con su sangre.
Ahora estaba de regreso.
Las cadenas salían del techo y se enroscaban alrededor de sus muñecas. Por una vez no había luchado cuando lo levantaron del suelo. Sus brazos ardían por el peso de su cuerpo.
Pero el dolor no era nada comparado al único que dolía en su pecho.
Simone.
La estoy protegiendo. Repetía esas palabras una y otra vez y sólo ellas le daban consuelo. Sufriría un tormento eterno antes que herirla a ella.
Lo valía.
La puerta de su celda se abrió.
Xypher se contuvo a sí mismo cuando vio al dios del Inframundo. Alto y oscuro, Hades estaba vestido de negro. Él inclinó la cabeza para estudiarlo.
– No creí que duraras un mes ahí fuera. Parece que tenía razón.
– No estoy de humor para hablar, Hades. Sólo empieza la tortura.
– Interesante. Mis prisioneros rogándome que los hiera. Y pensar, que ahora mismo, tú podrías estar en los brazos de Simone y no tendido aquí como un pedazo de carne.
– Déjala fuera de esto.
– Eso, desafortunadamente, no puedo hacerlo.
El temor agarró el corazón de Xypher.
– ¿Qué quieres decir?
– Sabes, Xypher, realmente te odio. Verdaderamente. Tengo que decir que torturarte ha sido uno de mis grandes placeres. Y ahora, como siempre, acabas jodiéndome.
– Estoy aquí colgado, esperando a que me golpees. Dime, ¿Cómo diablos podría joderte yo a ti?
– Porque tengo que dejarte ir, bastardo.
La incredulidad pasó a través de él.
– ¿Qué?
– El trato que hice con Kat… ¿Recuerdas? Te permití ser humano durante un mes y si en ese tiempo encontrabas tu humanidad, serías libre. Te sacrificaste generosamente por otro. Y eso ni siquiera te llevó un mes. Maldito seas.