Добавить в цитаты Настройки чтения

Страница 49 из 58

– Creo que existe. Tan solo que no creo que nunca exista para mí.

Suspiró antes de volver a acurrucarse sobre él.

– ¿Qué sucedió para que odies a Satara del modo en que lo haces?

Él se quedó en silencio, con una mano entre sus cabellos, mientras un dolor irrefrenable lo atravesaba. Jamás le había contado a nadie lo que había sucedido, pero mientras yacía ahí con Simone, la verdad le salió a borbotones antes de que pudiera detenerse.

– Hice un trato con Jaden para aceptar su castigo.

– ¿Qué?

Dejó escapar un largo suspiro.

– Le enseñé a Satara cómo caminar en los sueños de las personas. Le permití usar mis poderes y manipularlos.

– ¿Por qué hiciste algo así?

– Por la misma razón por la que tú bailas con Jesse. Los sueños eran el único lugar en el que tenía emociones. Cuando Satara se unía a mí ahí, me sentía un hombre. Y pensé que la quería. En ese momento, estaba dispuesto a hacer lo que fuera para hacerla feliz.

– ¿Pero no la amabas?

Hundió la mano entre los cabellos y los desparramó sobre su pecho. Saboreó la fresca y cosquilleante sensación que le producían.

– No. Y ella tampoco me amaba a mí, aunque dijera que sí lo hacía. Me usó a mí y a mis poderes para poder atacar a las personas y torturarlas mientras dormían indefensos.

El corazón de Simone dio un vuelco ante lo que describía.

– ¿Qué?

– Esa es la maldición de los Skoti. Si visitamos demasiado a una persona, podemos desgastarlos y asesinarlos, o hacerles perder la razón. Satara usaba mis poderes para poder asesinar a aquéllos que no le gustaban.

Xypher respiró entrecortadamente al recordar el fatídico día. Satara se había vestido de rojo. Su rubio cabello floraba alrededor de ella, haciéndola parecer un ángel mientras corría para arrojarse a sus brazos.

– Xypher, ayúdame, por favor… -Sus ojos brillaban por las lágrimas.

Nunca la había visto llorar.

– ¿Qué va mal?

– Zeus y Hades van a matarme. No se lo puedes permitir.

– ¿Matarte? ¿Por qué motivo?

– Por los sueños que me enseñaste. Ellos… ellos dicen que yo hice algo mal, pero las personas que asesiné lo merecían. ¿Tú me crees, no es así?

– Por supuesto.

Ella le sonrió y entonces estuvo perdido.

– Por favor, no me dejes morir, Xypher. Te amo. Siempre te amaré.

Dioses, qué tonto había sido al creerla.

Simone tragó saliva y el nudo en su estómago se acentuó. Sabía lo que había hecho después.

– Invocaste a Jaden.

Él asintió.

– Le entregaría mi alma a cambio de que hiciera creer a los otros dioses que era yo quien había torturado a los humanos. Satara me había prometido que cuando muriera, vendría al Tártaro y me alimentaría con semillas del jardín de la Destructora.

Simone frunció el ceño al tratar de comprenderlo.

– ¿Para que querías comer semillas?

– Me habrían aniquilado por completo. Cada faceta de mi ser habría sido despojada de su existencia.

Simone emitió un jadeo ante el horror de lo que describía.

– ¿Por qué querrías algo así?

Él le tomó la mano y la frotó sobre las cicatrices que estropeaban su torso.

– No quería sangrar eternamente por algo que no había hecho. Estaba dispuesto a morir por ella y quería asegurarme de no sufrir eternamente.

Simone hizo una mueca por el dolor que sintió por él.

– No cumplió con su parte del trato.

– No. En vez de hacerlo, vino y se rió de mí por mi estupidez. -Sus ojos se volvieron rojos-. Incluso por un tiempo, les ayudó a torturarme. La miraba fijamente, deseando una parte de su carne con tantas ganas, que casi podía saborearla.

Simone se cubrió la boca con la mano al sentir bilis en la garganta.

– ¿Cómo pudo hacer algo así?

– Es una perra desalmada y ahora entiendes por qué no puedo volver al infierno y no llevarla conmigo. No soy el único hombre al que ha jodido, pero, por los dioses del Olimpo, quiero ser el último.





Sí, ahora lo entendía, pero el entendimiento no cambiaba el hecho de que no quería que resultara herido. O peor aún, muerto.

– Yo jamás te traicionaría así.

La mirada de él se suavizó, pero en lo profundo de sus ojos vio un atisbo de duda que la hirió.

¿Cómo podría ganarse la confianza de un hombre que había sido tan profundamente traicionado?

Simone recostó la cabeza contra la peor de las cicatrices de su torso y le puso una mano entre las suyas. De alguna manera se ganaría su confianza. Ya no estaba solo en esta lucha.

– Satara merece pagar por lo que hizo.

¿Cómo podía alguien, después de haber recibido tanto, volverse contra la persona que le había dado todo? Era cruel y aún más que cruel.

– Créeme, lo hará. Aunque tenga que descender al infierno y arrastrarla del pescuezo.

Simone sacudió la cabeza.

– Ahí está el pequeño rayito de sol que conozco tan bien. Siempre listo para animar a las personas.

– Vale, podría ser peor.

– ¿Peor, cómo?

– Honestamente, no lo sé. Pero es lo que dicen los humanos, por lo tanto, pensé que sería apropiado.

Simone se rió hasta que vio la escritura sobre el brazo.

– ¿Qué es esto?

Él le cubrió la mano con la suya.

– Es un recordatorio que escribí sobre el motivo por el que debo tener la sangre de Satara. Por el que no puedo abandonar mi búsqueda. Sin importar las tentaciones.

Simone aferró con su mano las palabras. Qué triste que las hubiera marcado ahí. Se preguntaba si habría alguna manera de borrarlas y reemplazarlas por algo más agradable.

Stryker se detuvo al avistar a su hermana escribiendo en el escritorio.

– ¿Qué estás haciendo?

Ella dio un salto, luego cubrió la hoja con un libro.

– Escribo una carta.

– ¿Para quién?

– Es personal. -Se puso de pie y se le acercó tranquilamente-. Tengo buenas noticias para ti. Los gallu han encontrado a la Dimme.

Stryker enarcó una de sus cejas con interés.

– ¿En serio?

Ella asintió.

– Una Dimme podría acabar con la Destructora, ¿no es así?

Esa era la teoría.

– La necesitamos.

– No… -dijo Satara con una sonrisa maligna-, tú la necesitas. Pero hay un pequeño inconveniente.

– ¿Y cuál es?

– ¿Recuerdas cuando Dionisio casi abre el portal hacia Kalosis y Apollymi envió su Caronte para detenerlo?

Por supuesto que lo recordaba. Apollymi había estado lívida ese día.

– Fueron enviados para evitar que Acheron muriera, pero sí, lo recuerdo. ¿Qué pasa con eso?

– No todos los Carontes sucumbieron. Parece que un gran número sobrevivió y ahora protegen a nuestra Dimme.

Stryker se atragantó.

– ¿Los Caronte están custodiando a una Dimme? ¿Es que se acerca el fin del mundo y se me pasó leer el memorandum? ¿Cómo demonios ha ocurrido?

– No estoy segura. Pero si alguien… -lo miró inquisitivamente- me prestara algunos de sus Daimons Spathi, yo podría ser capaz de coger a la Dimme. Después podemos usarla para acabar con mi asunto sobre Xypher y tu problema con la Destructora. ¿Qué opinas?

Sonaba como una buena idea, pero también una bastante arriesgada. A pesar de que sus Sphati estaban muy bien entrenados y eran asesinos sobresalientes, también lo eran los Caronte. Lo último que quería era mermar su ejército. Sin embargo, si pudiera asesinar a Apollymi y reclamar sus poderes como propios, valdría la pena perder algunas docenas de soldados.

– Muy bien, hermana. Tendrás los soldados que quieras. Tan solo recuerda que si fallas, toda la culpa caerá sobre tu cabeza. Yo no sé nada de este plan.

– No te preocupes, Stryker. No tengo intención de fallar. Y para mañana, nuestros problemas estarán resueltos.