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– Bien, su fantasma está justo delante de mí. Desafortunadamente, no tiene más pistas sobre el paradero de su cuerpo que nosotros.

Tate dejó escapar un aliento frustrado.

– ¿Cómo puede ser eso? Digo, de verdad, ¿no debería tener el fantasma como un radiofaro direccional de su cuerpo o algo por el estilo?

– Tendría sentido. Pero desgraciadamente, las dos partes se separan y el espíritu nunca vaga detrás del cuerpo… al menos no que yo sepa. -Simone miró a Jesse, quien afirmo con la cabeza conforme.

Tate le tendió el sobre.

– ¿Así que eso dónde nos deja?

– Con un misterio tremendo -Simone tomó el sobre de sus manos y alcanzó a tocar dentro un collar que debía de haber pertenecido a Gloria.

Cerrando los ojos, trató de obtener alguna percepción de la hora y el lugar donde Gloria había estado.

No ocurrió nada.

Ni siquiera pudo obtener una emoción de ello, lo cual era sumamente excepcional para ella. Desde que tenía cinco años, Simone había podido recoger las emociones que estaban conectadas a los objetos tan pronto como los tocaba.

Lo dejó caer de nuevo en el sobre.

– Te sugiero que llames a tus camaradas Escuderos y consigas que empiecen a buscar el cuerpo mientras Jesse y yo intentamos ayudarla a recordar algo que nos pueda conducir hacia su paradero.

– Veré lo que puedo hacer. -Simone se dirigió a Jesse.

– Te he oído -dijo antes de que ella pudiera hablar-. Vamos a explorar el callejón donde fue encontrada buscando pistas.

– Exactamente.

Tate hizo una pausa delante de la puerta con el ceño fruncido.

– ¿Exactamente qué?

– Jesse y yo vamos al Warehouse District. Te mantendré informado si encontramos algo.

– Por favor hazlo. -Tate mantuvo la puerta abierta a fin de que ella y sus "colegas" pudieran salir.

Ella empezó a bajar por el blanco pasillo espartano.

– ¿Hey, Simone?

Miró hacia atrás a Tate que estaba a punto de dirigirse en dirección opuesta.

– ¿Sí?

– Ten cuidado.

Esas palabras la entibiaron. Tate y LaShonda eran las únicas personas en el mundo que la echarían de menos, si algo le sucediera a ella.

– Siempre tengo cuidado, Boo. Lo sabes.

Inclinó su cabeza hacia ella.

– Por eso mismo, mantén tu pistola aturdidora cargada y llámame tan pronto como hayas terminado. No quiero recibir otra llamada de ese callejón. He enterrado a bastantes personas a las que quiero. No quiero hacerlo de nuevo.

Ella sonrió por su preocupación.

– Es un callejón, Tate. Hay un millón de ellos en esta ciudad. Estaré bien.

Asintió con la cabeza antes de dirigirse hacia su oficina.

Simone se tomó un segundo mientras esa extraña sensación se apoderaba de ella otra vez. Nunca había entendido esas extrañas sensaciones. Pero una cosa que recordaba claramente… la primera vez que la había tenido.

– Voy y vengo, cariño. Espera en el coche y no te muevas. -Esas fueron las últimas palabras que su madre le había dicho antes de que ella tomará a su hermano para entrar en la tienda.

Y murieron.

Simone se sobresaltó mientras el desenfrenado dolor desgarraba a través de ella. En un instante, todo puede cambiar. Era el mantra por el que vivía su vida y una lección que había aprendido demasiado bien cuando solo tenía diez años.

Nunca des nada ni a nadie por sentado.

En un segundo, la vida cambia y todo lo que puedes hacer a veces es esperar estrictamente lo necesario, justo para ir tirando.

Intentando no pensar en ello, se encamino por el vestíbulo, hacia la puerta que la conducía al aparcamiento.

Kalosis (Reino Atlante Del Infierno)

Stryker caminaba por el oscuro pasillo que le llevaba desde su dormitorio hasta la sala del trono, donde celebraba la comparecencia de su ejército Daimon. No debería haber nadie a esta hora del día…

O de la noche. Cualquiera que fuera. Seamos realistas, aquí en el infierno realmente no importaba.

En Kalosis, estaba siempre oscuro ya que cualquier cantidad de luz del día era fatal para su pueblo. Esa había sido una maldición de su padre, Apolo, quien en medio de un ataque de rabieta había condenado a todo la raza Apolita que Apolo había creado a ser desterrado del sol.

Y morir dolorosamente a la edad de veintisiete años. La única forma que un Apolita podía sobrevivir después de su vigésimo séptimo cumpleaños era tomar un alma humana en su cuerpo. Desde ese momento, el Apolita se convirtió en un Daimon, una criatura demoníaca que tenía que continuar devorando almas humanas para mantenerse con vida.

Seguro que esto era una existencia miserable y fría, pero mucho mejor que la alternativa.

Además, Stryker había sobrevivido once mil años como Daimon, no había existencia sin beneficios. Y recompensas.

Muy entreteniendo con el pensamiento, hizo una pausa antes de entrar en la sala del trono mientras divisaba a su hermana, Satara, rodeada por una neblina rojiza como se sentaba en lo alto de su trono. Su pelo era negro, algo que rara vez escogía como color. Mascullaba palabras en griego antiguo mientras oscilaba con una silenciosa canción.

Claro…

Aclaró la garganta, pero ella le ignoró. Nada divertido por sus acciones, cruzo los brazos sobre el pecho y acortó la distancia entre ellos.

Lo que cantaba le divirtió todavía menos que no le hiciera caso.

– ¿Por qué estas convocando a un demonio?

Un ojo, ensangrentado, se abrió para inmovilizarle con una mirada fiera.

– No lo convocó. Lo controlo.

Él arqueó una sola ceja.

– ¿De verdad? ¿Y con quién te has enojado para enviar a un demonio sobre él?

– ¿Qué te importa? -Cerró el ojo y continúo su cántico.

Si hubieran tenido una relación cariñosa, entonces Stryker quizás lo habría dejado en eso. Pero estaba lejos de ser un hermano cariñoso y ella era para siempre su maldición. Chasqueando los dedos, iluminó todo el hall.

– Si quieres matar a alguien, conozco algunos demonios gallu que se mueren por comer.

Dejó escapar un grito chillón antes de abrir los ojos y levantarse del trono.

– Como si ellos hicieran algo de los que le pido. Eres un idiota por permitir que los gallu se queden aquí. Es lo mismo que acostarse con una jauría de lobos salvajes a tus pies. Tarde o temprano, atacarán y estarás muerto.

Como si él tuviera miedo de algunos desechos sumerios.

– Kessar y su cuadrilla no me asustan. -La ambición insaciable de su hermana lo hacía. No había nada que ella no hiciera para obtener lo que quería y él lo sabía-. ¿Detrás de quien andas?

– Hades dejó a ese bastardo de Xypher salir de su agujero.

El nombre le era vagamente familiar, pero por su vida, no podía recordar quién era.

– ¿Xypher?

Satara puso los ojos en blanco.

– ¿Oh, cómo pudiste olvidarle? Él fue el primer Dream-Hunter que engatusé para que se alejara de sus funciones y convertirlo

Stryker negó con la cabeza mientras recordaba al dios que había sido difícil de controlar en el instante en que olfateo alrededor de los talones de Satara. Había necesitado una serie de dioses para detener al bastardo y matarlo.

– Hablando de lobos en la garganta. ¿No te advertí acerca de él?

– Oh cállate.

Stryker groseramente la apartó para poder tomar su lugar en su trono.

– Sabes, hermanita, fingiría ser agradable ahora mismo si yo fuera tú. Después de todo, tú eres la que esta escondida… en mi casa.

– No estoy escondida.

– ¿No? ¿Entonces por qué estas aquí? ¿No deberías estar en el Olimpo al servicio incondicional de tía Artemisa?

La furia en sus ojos le dijo que había golpeado un acorde. Bien. Vivía para fastidiar a la gente.

– Xypher tiene que ser detenido. Me matará si tiene la oportunidad.

– ¿Tu crees? Engatusaste al hombre sacándolo de su cómoda vida de dios, causaste que lo redujeran y a continuación lo mataran y torturaran para la eternidad. No me puedo imaginar porqué no te trae rosas y bombones.