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Xypher maldijo otra vez.

– Sabes que probablemente esté en Kalosis, ¿verdad? ¿Alguna oportunidad de que puedas ir por ella?

Acheron rió.

– Te aseguro que si fuera allí para hacer eso, tendrías peores problemas en tus manos que matar a Satara.

– ¿Puedes al menos deshacerte de ella por mi?

Acheron se burló.

– ¿Cómo que ella no lo vería venir? A ti te teme. A mi me odia activamente.

Xypher se encontró con la mirada de Simone y la sostuvo. Por primera vez, ella vio algo dentro de él que parecía humano. Un pequeño chip en esa maldad que parecía envolverse a su alrededor como una capa.

– Pero hay algo que puedo hacer por ti. -Acheron se estiró y tocó el hombro de Xypher.

Xypher dejó salir un jadeo mientras su cuerpo se iluminaba. Echó la cabeza hacia atrás y gimió como si un relámpago se moviera por él.

Simone se encogió ante la vista de él temblando.

Después de un minuto, levantó su camisa para mostrar que su herida se había ido. Ni siquiera una cicatriz permanecía para estropear su paquete de abdominales perfecto.

– Gracias.

Acheron inclinó la cabeza, luego miró más allá de ella, a Jesse.

– Tú eres la mejor defensa de Simone. En cualquier momento que un demonio se acerque a ellos, hay una pequeña ruptura en el plano mortal. Se siente como un hormigueo en tu espina dorsal. Puedes darles unos pocos segundos de aviso antes de que les ataquen.

Jesse parecía tan sorprendido como ella.

– ¿Cómo sabes que estoy aquí?

Acheron sonrió.

– Sé muchas cosas.

Jesse sonrió ampliamente.

– Hombre, me gusta pasar el tiempo con esta gente. Me ven y me oyen. No tienes ni idea que cuan refrescante es esto.

Dando un paso más cerca de Simone, Acheron se quitó una muñequera de cuero de su muñeca y se la abrochó en el brazo izquierdo.

– Esto te dará la fuerza del demonio que te ataque. Lo que no hará es hacerte mejor luchador y no evitará que mueras. De cualquier forma, si golpeas a un demonio en la cabeza con algo, te aseguro que no se reirán de tus intentos.

Se inclinó para susurrarle al oído.

– Hay algo dentro de ti, Simone, que te asusta. Lo has ocultado toda tu vida, pero sabes que está allí. Acechando y afligido por ser libre. Sé que huyes de ello. No lo hagas. Es la única cosa en esto que te salvará la vida. Alcanza tu interior y abraza lo que realmente eres. Cuando estés preparada, no necesitarás mi pulsera para ayudarte.

Y con eso se desvaneció.

Su brazo todavía hormigueaba donde lo había tocado. Miró a Jesse.

– ¿Qué demonios fue eso?

Jesse giró las manos hacia fuera y se encogió de hombros.

La mirada de Simone fue de él a Xypher y durante un latido del corazón captó un destello de su vulnerabilidad. En sus ojos había pena, tristeza y un dolor tan profundo que hicieron que su respiración se atascara. Quería estirarse hacia él, pero temía cuan violentamente reaccionaría a tal gesto.

Carson se aclaró la garganta.

– No quiero ser grosero, chicos, pero creo que lo mejor es que os vayáis. La idea detrás del Santuario es que sea un refugio. La última cosa que necesitamos es tener a un demonio estallando aquí, el cual no está vinculado por nuestras leyes.

Eso evaporó todas las emociones de los ojos de Xypher excepto la severa determinación.

– No te preocupes, no voy a mancillar tu prístino palacio con mi presencia.

La siguiente cosa que Simone supo fue que estaban fuera, de pie en Ursulines Street. Claramente nadie parecía haberlos visto hacer pop de ningún sitio.

Jesse se le unió.





– Desearía que pararas de hacer eso.

– ¿Tú desearías? -preguntó ella-. Intenta estar en mis zapatos. Me marea.

Xypher le dio una mirada amenazante.

– La vida me marea, pero date cuenta de que estoy aquí. A nadie le importó un comino lo que yo pensaba sobre esto antes de que me trajeran aquí.

Simone odiaba verlos volver a eso.

– Xypher, tregua, por favor. Lo tengo. Estás amargado. Sabes, no eres el único que se siente golpeado por la vara de la vida. Créeme. Me quedé huérfana a la edad de 11 y pasé tres años en un hogar de niños antes de ser finalmente adoptada. Somos todos supervivientes en este cruel universo. El único amortiguador que tenemos es la otra gente.

Se burló amargamente de ella.

– Dioses, eres ingenua. El único amortiguador que tenemos es nosotros mismos y cuanto dolor podemos tolerar antes de que finalmente nos quiebren.

Simone sentía lástima por él si eso era lo mejor que podía hacer. Pero entonces recordó una vez cuando se había sentido exactamente como él. Jesse era la única razón para sostenerse. No estaba segura de si hubiera salido del oscuro agujero donde había vivido después de la muerte de sus padres sin él.

Era obvio que Xypher nunca había confiado en otra persona. Ni siquiera en un fantasma.

Su garganta se apretó fuertemente con un dolor comprensivo, empezó a caminar por Chartres Street. Su apartamento estaba en Orleáns, no demasiado cerca, pero no tan malo como una caminata tampoco. El paseo sería más rápido que intentar conseguir un taxi.

Y en ese punto, ni siquiera podía recordar donde había dejado el coche. Ok, no era verdad, lo había dejado en casa de Julián. Pero sólo necesitaba unos pocos minutos en su casa donde todo era familiar. Necesitaba algo para conectarse antes de que la siguiente ronda de locura la asediara.

Cuando se acercaron al Hotel Provincial, Simone vio la manera en que Xypher se movía más despacio como si el olorcillo de algo bueno lo golpeara. Su mirada fue anhelante hacia el Restaurante Stella. Él no dijo una palabra, pero no tenía que hacerlo. Su expresión lo decía todo.

– ¿Cuándo fue la última vez que comiste?

Él no respondió.

Simone tiró de él para detenerlo.

– ¿Xypher? Comida. ¿Cuándo fue la última vez que consumiste algo?

– ¿Qué te importa?

Fue entonces cuando entendió lo que significaban esas cuatro palabras cuando se las dijo él. Nunca le había importado antes a nadie en su vida. ¿Por qué a ella sí debería, a una extraña?

– Voy a conseguir algo de comer. -Lo agarró del brazalete-. Te sugiero que me sigas. -Se dirigió al pequeño café Mediterráneo al otro lado de la calle que debería ser mucho más rápido que hacer una escala en el restaurante.

Xypher quiso maldecir cuando la siguió. Pero la verdad era, que estaba hambriento. Ese era otro de los sádicos placeres de Hades que Xypher no pudiera manifestar armas con nada más que un pensamiento, ni ropa, comida o dinero. Ni siquiera podía curarse él mismo.

Su estómago se había encogido con el hambre incluso antes que Hades lo hubiese lanzado allí. Durante la última semana había estado comiendo cosas en las que ni siquiera quería pensar haciendo un esfuerzo para lograr al menos que su estómago dejase de rugir tan fuerte.

Aún así, él no era la clase de criatura que aceptaba caridad. Nadie le había dado jamás nada. Estaba acostumbrado a ello.

Maldita sea si iba a rogar.

Simone se detuvo en la entrada hasta que una mujer de camisa blanca y pantalones negra se acercó.

– ¿Cuántos?

– Dos.

Xypher miró a Jesse, quien le sonrió.

– Yo nunca cuento. Pero siempre estoy aquí.

La mujer tomó dos menús y los condujo a una pequeña mesa en una esquina.

Xypher no se perdió la manera en que Simone muy discretamente sacó una silla para Jesse mientras parecía que lo hacía para su chaqueta.

Ignorando a Jesse, Xypher consideró ponerse a Simone sobre el hombro y sacarla de allí. Honestamente, no podía soportar el pensamiento de oler toda esa comida y no tomar nada.

Pero estaba acostumbrado a la tortura.

Se sentó con su furia apenas atada. La mujer le tendió un menú y se marchó. Xypher se sentó a un lado y se quedó mirando por la ventana.

Era tan extraño volver al mundo después de todo ese tiempo. Habían cambiado tantas cosas. La última vez que él estuviera allí, los caballos habían sido el mejor modo de transporte. No había habido electricidad. La humanidad había tenido miedo de la oscuridad. Temor de los sueños que Xypher y sus hermanos les daban.