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Los ojos de Xypher se oscurecieron peligrosamente.

– Ni siquiera lo intentes, -le dijo-. He enfrentado cosas muchos peores que un Skotos cabreado.

Xypher lo miró amenazadoramente.

– Tendrás que dormir en algún momento.

– También tú.

Simone dejó escapar un sonido de disgusto.

– Tranquilos, chicos, tranquilos. Por favor. Tan sólo quisiera liberarme antes de morir por una sobredosis de testosterona.

Sin decir una palabra, Julián los guió dentro de la casa, hacia la sala de estar. Simone sonrió ante la visión de los juguetes dispersados por el suelo en contraste con el resto de la inmaculada casa. Sobre la repisa de la chimenea había fotografías de Julián junto a una mujer de cabello oscuro y unos niños, dos varones y dos niñas. Aparentaban felicidad absoluta.

– No sabía que tenía hijos, -le dijo ella, enternecida por la visión.

El sonrió orgullosamente.

– Están en la casa de unos amigos con su madre. Estaba intentando armar un programa de estudios para mi nueva clase, aprovechando la tranquilidad y la falta de un bebé que garabatee mis notas. Su hermana mayor acaba de enseñarle cómo dibujar tulipanes y ha estado plantándolos por todos lados.

Para constatar sus palabras, había dos brillantes tulipanes rosa, de la altura de un bebé, dibujados sobre la pared tras ellos.

Simone se podía imaginar lo difícil que podría ser, idear material de estudio interesante y beneficioso mientras atendías a un bebé.

Personalmente, odiaba tener que preparar programas de estudio y eso sin contar con el… pensándolo bien, tenía a Jesse. Realmente podía identificarse con la situación de Julián.

– Siento que estemos molestándote.

– Descuida, -le dijo en un tono amistoso-. Si esta es la peor interrupción que tengo por el día, entonces me ha ido notablemente bien.

Después de eso y sin decir una palabra, Julián inclinó su cabeza hacia atrás y miró hacia el techo.

– Ey Ma, ¿tienes un minuto?

Simone miró hacia las escaleras, pensando que su madre estaría en la casa.

Resultó que no era el caso. Un destello de luz la dejó prácticamente ciega, antes de que una mujer rubia increíblemente hermosa surgiera ante Julián. Delgada y llena de gracia, vestía un traje de lana blanca; su madre parecía tan asombrada por la presencia de Simone como Simone lo estaba por la suya.

Sin mencionar el hecho de que no aparentaba ser si quiera un día mayor que él. ¡Santa hostia! ¡Había una real y viviente diosa ante ella! ¿Qué aparecería a continuación? ¿Un dragón? Así fuera Brad Pitt, estaría dentro de lo normal.

– ¿Qué sucede? -preguntó Afrodita.

Julian señaló con la cabeza a Xypher, que lucía su usual y amenazante mirada de ira.

– Tenemos un problema.

Afrodita se volvió e hizo una mueca.

– ¿Tú? ¿Qué estás haciendo aquí? Creía que estabas muerto.

– Lo estoy. Gracias. Tú también te ves bien, para ser una vieja decrépita.

Afrodita lo miró como si sus palabras le dejaran un mal sabor de boca.

Xypher la ignoró al tiempo que alzaba el brazalete hacia ella.

– Estoy aquí para quitarme esto, y si no es posible quitarlo, al menos quiero saber lo qué es y lo que hace.

Simone no creyó que la diosa pudiera lucir más asqueada y aún así se acercó amablemente. Al menos hasta que se rió.

– Lo juro por el río Styx, Xypher, jamás he visto a nadie enfurecer más a los dioses que tú. ¿A quién has irritado esta vez?

Un músculo se tensó en la mandíbula de Xypher.

– No juegues conmigo, Afrodita. ¿Qué es?

– Es un deamarkonian. Una bonita baratija creada por los dioses Atlantes para vencer lo invencible. No tenía idea de que aún existieran. ¿Dónde lo encontraste?

– Lo encontré prendido a mi muñeca. Ahora, ¿Qué es lo que hace exactamente?

Se encogió de hombros de la forma más grácil que Simone hubiera visto.

– Vincula las fuerzas vitales de dos entidades. Tú y -se volteó hacia Simone-tu pequeña amiga. Si uno de vosotros muere, el otro muere también. Los Atlantes lo usaban para matar a alguien más fuerte. Lo vinculas con alguien débil, entonces matas al débil para acabar así con el fuerte. Simple.

Xypher maldijo.

– Oh, pero se pone aún mejor, -dijo Afrodita, arrugando la nariz en dirección a él-. Debéis permanecer juntos. Si os alejáis demasiado uno del otro, ambos moriréis.

Simone se quedó estática.





– ¿Qué?

Ella asintió.

Xypher maldijo otra vez.

– ¿Cómo de lejos?

– No tengo idea. Adivino que lo descubriremos en cuanto uno de vosotros cruce el límite y ambos caigáis muertos.

Esta vez la maldición de Xypher fue tan obscena que Simone se sonrojó.

– No puedo quedarme atado a ti -le gruñó.

Ella abrió la boca ante sus palabras de furia.

– Como si tú fueras mi sueño hecho realidad. Créeme, ese retorcido sentimiento que tienes en tu estómago, lo comparto ampliamente.

Estrechó los ojos hacia ella, pero se rehusó a dejarse intimidar.

– ¿Conoces alguna manera con la que podamos quitarnos esto? -le preguntó a Afrodita.

– No lo sé.

Por su expresión, Simone adivinó que esa no era la respuesta que Xypher quería.

– ¿A qué te refieres con que no lo sabes? -le preguntó.

– ¿Qué te pasa? ¿Estás ciego? No soy Atlante, el brazalete fue creado para acabar con nosotros, y eso significa que los dioses Atlantes que lo crearon no estaban realmente interesados en compartir sus debilidades. Si conoces a alguien vinculado a su panteón muerto, te sugiero que lo intentes con ellos. -Se volvió hacia Julian y sus facciones se suavizaron.

– Te veo luego, corazón. -Y se esfumó.

– ¡Afrodita! -Xypher gritó hacia el techo-. ¡Trae tu flaco trasero aquí!

Simone se mofó.

– No imagino por qué no respondería a eso-. Entrecerró los ojos hacia Xypher.

– ¿Dónde aprendiste modales? ¿En la prisión?

Él la miró como si pudiera visualizar sus manos alrededor de su cuello. A ella no le importaba, ya que casualmente, albergaba la misma fantasía con respecto a estrangularlo… preferentemente, con uno de esos brazaletes que los tenían vinculados.

Julián dejó escapar un largo suspiro al tiempo que apoyaba las manos en las caderas.

– Espero que seas amigo de Acheron. Es el único Atlante que conozco.

Xypher no parecía muy emocionado al respecto.

– Dame su número.

Simone enarcó una ceja hacia Xypher.

– ¿Acaso no puedes hacerlo aparecer de la nada?

Julián se rió.

– Buena suerte. Es la única persona que conozco que puede ser más irritable que mi madre o incluso Xypher. No invocas a Acheron. Lo solicitas amablemente.

– Estoy harto de que los dioses jueguen con mi vida -Xypher gruñó mientras Julián le entregaba un trozo de papel con el número garabateado en él.

Un rayo de esperanza atravesó los ojos de Julián.

– Conozco el sentimiento. Pero a veces, la salvación llega en el momento menos esperado. Sus ojos se posaron sobre Simone.

– Y de parte de la persona menos probable.

Xypher puso los ojos en blanco.

– No me vendas esa mierda. Estoy en una cuenta atrás. En veintidós días vuelvo al infierno. Mi única meta es asegurarme de que esta vez, no iré solo.

– Entonces te deseo suerte. -Julián les enseñó la puerta-. Si necesitáis algo más, hacédmelo saber.

Simone le dio las gracias antes de liderar el paso a través del porche. Le entregó el móvil a Xypher mientras caminaba hacia el coche, estaba realmente sorprendida de que no los hubiera hecho aparecer dentro.

Después de todo, él estaba distraído. No dijo una palabra. Se limitó a coger el móvil y marcar el número con una expresión irritable, que era de algún modo, tentadora.

– Por supuesto que no estás disponible… -dijo en un tono gutural. Después, en un tono de voz más normal dijo, -Acheron, soy Xypher. Cuando oigas los mensajes, necesito que me devuelvas la llamada. Tengo un problema y necesito que te pongas en contacto conmigo lo antes posible. Cerró el móvil y se lo devolvió.