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– Me siento muy confusa.

– Yo también lo estoy. -Sonrió Ford.

– ¿Qué quiere decir?

– ¿Tiene usted mucha experiencia en este campo, señora…? Lo siento, no puedo recordar su nombre.

– Hig… -se corrigió en seguida-. Johnson.

– ¡Ah, sí!

– ¿Qué quiere usted decir?

– Experiencia en el mundo de los espíritus.

– No.

– Su hijo se manifestó con mucha claridad. Tengo razón, ¿no? Usted quería entrar en contacto con su hijo, ¿verdad? ¿Se llama Fabián o Adrián?

Así que Ford sabía quién era ella; de un modo u otro lo había descubierto.

– Ha sabido hacer bien sus averiguaciones -respondió Alex con frialdad-. Fue muy a fondo, pero ha cometido un error, sólo un error, pero muy importante.

Intrigado, el médium alzó una de sus cejas.

– Mi hijo no fue muerto por un camión, sino por otro turismo.

– Yo no estaba allí, señora Johnson; únicamente sé lo que él me ha dicho.

– O lo que usted mismo ha leído.

El hombre sacó su pañuelo y se sonó la nariz.

– ¿Leído?

– Los periódicos informaron del choque, señor Ford -dijo ella-. No sé cuántos diarios lo publicaron, pero el suceso apareció en las páginas del Daily Mail, que por equivocación informó de que el coche de mi hijo chocó con un camión. Esta mañana al llegar he visto que el Daily Mail estaba sobre su mesa.

Esperó una explosión de furia en su interlocutor, pero no se produjo. En vez de ello el hombre pareció sentirse muy ofendido y movió la cabeza pensativamente.

– Lo siento -contestó con calma-, es obvio que tiene una pobre opinión de la integridad de los médiums.

La sinceridad de su voz la hizo vacilar y se dio cuenta de que se ruborizaba. Miró su cabello cuidadosamente peinado, su camisa de un blanco inmaculado, la corbata gris y el pañuelo a juego que salía del bolsillo del pecho de su traje gris. Vio también sus diminutas manos rosadas y bien manicuradas y el enorme anillo, tan ordinario. Se volvió para mirar su rostro, suave, apaciguador. Podría haber sido un buen agente de seguros.

– Yo no hago averiguaciones, señora Johnson. No leo las esquelas mortuorias y no repaso los periódicos en busca de accidentes de automóvil que pueda relacionar con mis clientes. Tampoco me dedico a revisar los informes escolares de mis clientes en busca de hechos que éstos olvidaron hace ya mucho tiempo y con los cuales podría impresionarlos. -Sonrió-. Y en todo caso, con la cantidad de gente que aparece por aquí, dándome un nombre que no es el suyo, ¿cómo podría conseguir alguna información consistente?

Alex apartó los ojos bajo su mirada, con un sentimiento de culpabilidad, y oyó cómo la voz continuaba con su mismo tono amable:

– Tampoco soy de los que siempre dan buenas noticias a los deudos; me limito a relatarles lo que oigo. Ése es el don con el que estoy dotado. -Levantó las cejas como pidiendo excusas-. Tenemos un falso concepto sobre los que se fueron. Creemos que porque están en otro plano han ganado en honestidad, en integridad. -Movió la cabeza-. Pero hace falta más de una vida y de una muerte para llegar a ser íntegro… y la integridad es sólo una de las muchas cosas que debemos aprender en nuestros pasos por esta vida y por la próxima. Los espíritus pueden mentir y frecuentemente lo hacen; y también pueden equivocarse, ver las cosas como no son. Como puede comprender, es fácil de suponer que una persona no cambia, no mejora instantáneamente por el simple hecho de pasar al plano siguiente. Si se tiene una mala memoria en esta vida, uno no se convierte de repente en un memorión al pasar a la otra.

Alex vio su sonrisa forzada y de excusa y no quiso herirlo.

– Mi hijo tenía muy buena memoria.

– Los accidentes ocurren con mucha rapidez. Pueden resultar muy confusos; todo ocurre de modo precipitado y la confusión es grande. Esa es la razón por la cual no me gusta comunicarme con los que se fueron recientemente. Prefiero esperar al menos tres meses. Y esto ocurrió hace sólo unas pocas semanas, ¿no es así?





Alex afirmó con la cabeza.

– Normalmente no suelo tener consciencia de muchas de las cosas que digo cuando estoy en trance y, al final, apenas si puedo recordar algo; pero en este caso ha sido diferente. Nunca en toda mi vida he sabido algo de modo tan vivido. Por favor, no sea cínica; debemos continuar.

– También se ha equivocado en otra cosa -dijo Alex.

Él sonrió.

– ¿Puedo saber en qué?

– Estuvo hablando de alguien llamado Harry… Dijo usted que había algo raro, que creía percibir a una chica llamada Harry.

– ¿Sí…?

– ¿Podría ser Carrie?

– ¿Carrie?

Alex afirmó con un gesto.

– A veces -dijo el médium- con tantas interferencias… las cosas no se oyen con claridad. ¿Carrie? Sí. Carrie. -Cerró los ojos durante un momento y volvió a abrirlos de nuevo poco rato después-. Sí, podría ser Carrie.

– Dígame -preguntó Alex-, en estas sesiones, cuando está en trance, ¿habla usted con los vivos o con los que partieron?

Ford la miró, impasible.

– Mire, señora Johnson, yo soy lo que suele llamarse un médium, es decir una especie de enlace entre el plano terrestre y los que se fueron.

– En ese caso no comprendo cómo pudo usted hablar con Carrie.

– ¿Y por qué no?

– Porque no está muerta. Está viva, pero que muy viva y se encuentra bien en Estados Unidos.

Alex vio que la duda cruzaba su rostro como la sombra de un pájaro, y cómo en sus ojos aparecía una expresión extraña, como si algo lo perturbara profundamente. Movió la cabeza.

– Ella estaba tratando de entrar en comunicación conmigo, eso es todo lo que puedo decirle, señora Johnson. ¿Está usted segura de que aún sigue en este plano? ¿De que no ha sufrido un accidente?

– ¿No es posible que la haya captado telepáticamente?

– Así es como mucha gente trata de explicarse las facultades de los médiums, señora Johnson. Creen que captamos la información del cerebro de nuestros clientes gracias a nuestros poderes telepáticos. Pero usted no puede aceptar esa idea falsa y anticuada, ¿verdad? Porque le he dicho dos cosas que no pueden estar en su cerebro: que su hijo chocó contra un camión y que esa Carrie, quienquiera que sea, ha pasado al más allá.

Ella lo miró tratando de pensar con claridad.

– Siento mucho que sea usted escéptica, señora Johnson. No sé cómo puedo cambiar esa circunstancia, pero tengo que hacerlo, de un modo u otro.

– ¿Qué quiere usted decir?

Él siguió sentado en silencio durante un buen rato. Alex escuchaba el silbido del gas del quemador de la chimenea y el ronronear suave del gato. En la calle oyó el motor de un taxi que se detenía y el ruido de su portezuela al cerrarse. Se preguntó si llegaba la próxima cliente.

De repente Ford se inclinó hacia ella y se acercó tanto que Alex temió por un momento que tratara de besarla.

– Señora Johnson -le dijo-. Fabián quiere regresar.