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Cuando el médium salió de la habitación, Alex se preguntó si sus palabras habían sido una simple observación inocente o si efectivamente era cierto el malicioso guiño que había creído ver en los ojos de Ford. Volvió a mirar las rosas; posiblemente todo era una mera coincidencia, pues las rosas hacían juego con los gatos, la chimenea y el mobiliario. Un salón extraño, que no parecía el más adecuado en la vivienda de un hombre de mediana edad. A su juicio parecía más propio de la casa de un anciano aristócrata viudo.

Alex miró un cuadro en la pared. Tres rostros fantasmagóricos, cuyos ojos eran como cortes en sus caras, aparecían muy juntos, blancos sobre un fondo blanco. En un anaquel, situado exactamente debajo del cuadro, descansaba una estatua de Buda. Vio que había otros cuadros, todos ellos igualmente siniestros; la estancia comenzaba a asustarla. Miró las rosas, tan iguales a aquellas otras que le había regalado Fabián. Se dirigió al florero y las contó. El mismo número. El mismo color. ¿Se trataba de un mensaje? ¿Una señal? Ridículo. Cuando miró las rosas tuvo la impresión de que se encendían, como si adquirieran vida propia; cerró los ojos, movió la cabeza y se giró. Oyó el ruido de los pasos de Ford y un sonido seco cuando se sonó la nariz. Alex se dio cuenta de que el ambiente cambiaba de inmediato cuando Ford entró en la habitación. Todo quedó en calma, en paz de nuevo; Alex se sintió tranquila. Volvió a mirar las rosas; eran muy bonitas, alegres, e hicieron que repentinamente se sintiera bien.

El gato callejero la miró y saltó a su regazo. Le dedicó una sonrisa nerviosa, preguntándose si el gato iba a atacarla y, con temor, le acarició el cuello y la nuca. El gato se tranquilizó, dejó descansar la cabeza en sus muslos y la miró sin parpadear. Se sintió tranquilizada con el contacto, por sentir bajo su mano, sobre la panza del animal, el calor del cuerpo a través de su pelo, por la regularidad rítmica de su respiración.

– Déjelo en el suelo, es un pesado.

– No, no, está bien así.

– Hay mucha gente que tiene ideas extrañas sobre los gatos.

– Este es simpático.

Ford estaba de pie frente a ella, las manos unidas detrás de la espalda, y le dedicó una amable sonrisa, después miró al aparador.

– Hemos empezado con retraso, así que le concederé un tiempo extra.

De nuevo Alex se sintió incómoda por su actitud más propia de un hombre de negocios. Estaba segura de que nadie podía ser un médium por horas, o por períodos de tiempo aún menores, como si fuera un abogado o un gestor atendiendo a un cliente.

– ¿Tiene usted algo que yo pueda sostener?

– ¿Cómo dice?

– Algo que usted suela llevar. Su reloj, una pulsera…

Se quitó su Rolex y se lo entregó.

– Bien, ahora dígame: ¿hay algo especial que quiera saber o empezamos sin más para ver qué ocurre?

Alex se encogió de hombros sin saber qué decir.

Sin esperar la respuesta, el hombre se sentó en una silla próxima a la suya, sostuvo el reloj de Alex sobre su mano abierta y después cerró los dedos sobre él.

– Algo que la perturba -dijo amablemente-. Siento que hay algo que la trastorna, algo que afecta el ritmo normal de su vida, algo trágico que sucedió recientemente, muy recientemente, hace sólo unas semanas, ¿es así?

El médium se la quedó mirando.

– ¿Quiere usted que le responda?

– Como usted desee -sonrió Ford-. No es necesario que lo haga si no quiere, pero me sería útil que me ayudara diciéndome si voy por el buen camino.





– Está en el buen camino.

El médium siguió sentado, inmóvil y frunció el ceño, después echó la cabeza hacia atrás y mantuvo los ojos muy abiertos.

– Sí -dijo-. Sí presiento algo muy peculiar, alguien muy próximo, joven, enérgico, una gran cantidad de energía. Es un niño… No, no es un niño, pero tampoco un adulto, eso está claro. Una persona alrededor de los dieciocho o los veinte años. -Miró a Alex con aire interrogativo, pero ella no le respondió nada-. Varón.

El rostro del hombre hizo un gesto preocupado, ceñudo, y Alex vio la misma extraña expresión nerviosa que ya viera en el rostro de Iris Tremayne el día anterior. Ford siguió sentado muy quieto y durante un momento no dijo nada.

Alex acarició al gato, volvió a mirar las rosas, los tres espíritus y las llamas que quemaban sus cuerpos; después volvió los ojos a Morgan Ford. El cuerpo del médium parecía contraído, agarrotado como un puño cerrado. Temblaba visiblemente y había un gesto de firme determinación en su rostro, como si se estuviera llevando a cabo una terrible batalla en su interior.

– Esto es extraordinario -dijo-. Está tratando de decirme su nombre. Pero es muy pronto, demasiado pronto, son necesarios meses, varios meses hasta que un espíritu logre asentarse y tranquilizarse. En las primeras semanas están demasiado inquietos y resultan muy difíciles. -Su voz se cortó y sonó extraña, lejana-. Claridad, es muy difícil conseguir claridad. Algo violento, no aquí, no en Inglaterra, en algún lugar al otro lado del Canal; veo llamas, veo llamas, una explosión. ¿Hay un camión implicado en el asunto? Sí, un camión, alguien que grita en medio del desorden que se trata de un camión.

Alex observó al hombre, que tenía los ojos cerrados y temblaba como un niño asustado.

– Ahora veo algo, alguien grita. ¿Harry? No, no es Harry, suena así pero no es Harry. Puedo sentir una terrible furia, una violencia terrible; alguien grita: «¡Camión! ¡Camión!» Se produce una explosión, alguien vuelve a gritar «¡Harry!». Esa Harry parece ser muy importante.

Alex lo vio transfigurado, el sudor corriendo por su rostro, pálido como una hoja de papel.

– Ahora todo se aclara un poco; de nuevo veo a una persona joven, un muchacho, está tratando de decirme su nombre. No lo oigo con claridad, no, no está claro en absoluto. ¿Puede ser David? No, no, Adrián, podría ser Adrián. -De pronto el médium se conmovió violentamente, como si una corriente eléctrica hubiera atravesado su cuerpo-. Algo va mal, hay algo que no marcha, algo muy preocupante y molesto; hay mucho odio, rabia, demasiado odio. Fabián… ¿podría ser Fabián? -Continuaba hablando sin abrir los ojos-. Sí, sí, ahora me está diciendo algo, ahora todo está claro, muy claro, increíblemente claro.

Alex sintió que el gato respiraba suavemente bajo su mano. Miró las rosas, al médium, y vio que temblaba de modo extraño, como si realmente no estuviera sentado en aquella silla, sino suspendido en el aire, varios centímetros por encima de ella.

De repente el médium se la quedó mirando y gritó con toda la fuerza de su voz:

– ¡DIOS MÍO, AHORA ESTÁ TODO MUY CLARO! -Sus manos temblaban, como si el reloj de Alex que sostenía en ellas fuera algo diabólico y perverso-. Ahora veo a alguien más, alguien que trata de interferir; una chica… Quiere decirme algo, pero es algo que apenas tiene sentido… me dice que su nombre es Harry… Hay una fuerte interferencia… Fabián es quien la causa… Es como un juego, una competición, como si Fabián tratara de divertirse. Ése es el problema, en ello radica la dificultad, todo es aún muy reciente, de momento todo es como un juego. Ahora ella vuelve de nuevo, con mayor claridad; no, Fabián aparece de nuevo… Es como si tratara… Sí, como si tratara de detenerla, de impedir que hable… celos, si, eso es… ¡Oh, ahora todo vuelve a oscurecerse de nuevo!

Alex vio cómo Ford se relajaba, se echaba hacia atrás en su silla y se volvía a ella.

– Tan confuso como a veces son nuestras líneas telefónicas.

Lo miró intrigada, sin comprender por un momento que se trataba de un mal chiste.

– Extraordinario, verdaderamente extraordinario; nunca he vivido algo semejante, nunca. -Se inclinó hacia ella-. Esto es algo realmente increíble.

De modo mecánico, Alex acarició el lomo y el cuello del gato y oyó cómo ronroneaba complacido.

– ¿En qué sentido?

– Extraordinario. ¿Tiene sentido lo que le he dicho?