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Ojalá yo hubiera mantenido la boca cerrada. Pero ya lo había soltado, y tuve que explicárselo todo a Andy, que se escoraba apenas medio despierto sobre la silla de mi cocina, con su camisa escocesa arrugada y llena de manchas de café y sus caquis deformados por llevarlos demasiado tiempo puestos. Necesitaba una cama igual que un caballo necesita su establo.

– Tienes que descansar un poco -dije con amabilidad. Había algo triste en Andy Bellefleur, algo desalentador.

– Es por estos asesinatos -dijo, con voz insegura por el cansancio-, estas pobres mujeres. Y todas se parecían en tantos aspectos…

– ¿Mujeres sin estudios, trabajadoras manuales empleadas en bares? ¿Que no les importaba tener un amante vampiro de cuando en cuando? -Él asintió, con los ojos cerrándosele por momentos-. En otras palabras, mujeres como yo.

Entonces abrió los ojos. Estaba horrorizado por su error.

– Sookie…

– Lo entiendo, Andy -dije-. En algunos aspectos todas somos parecidas, y si aceptas que el ataque contra mi abuela estaba dirigido a mí, bueno, entonces supongo que soy la única superviviente.

Me pregunté quién le quedaría por matar al asesino. ¿Era yo la única viva que encajaba con sus parámetros? Era la cosa más aterradora que había pensado en todo el día.

Andy casi estaba echando una cabezada encima de su taza.

– ¿Por qué no vas a tumbarte en el otro dormitorio? -le sugerí cortés-. Tienes que dormir un poco. Me parece que no estás en condiciones de conducir.

– Es muy amable por tu parte -dijo Andy, arrastrando la voz. Parecía algo sorprendido, como si amabilidad no fuese algo que pudiera esperar de mí-. Pero tengo que ir a casa y ponerme el despertador. Tal vez pueda dormir tres horas.

– Te prometo que te despertaré-dije. No me hacía ilusión que se quedara durmiendo en mi casa, pero tampoco quería que tuviera un accidente de regreso a la suya. La anciana señora Bellefleur nunca me lo perdonaría, y probablemente Portia tampoco-. Ven, túmbate en este cuarto. -Lo conduje a mi viejo dormitorio. Mi cama individual estaba arreglada con pulcritud-. Tú solo túmbate encima de la cama y yo pondré el despertador. -Así lo hice, mientras él me observaba-. Ahora duerme un poco. Tengo que hacer un recado, pero volveré enseguida.

Andy no ofreció más resistencia, sino que se sentó con pesadez sobre la cama mientras yo cerraba la puerta. El perro había estado siguiéndome de cerca mientras me encargaba de Andy, y en ese momento le dije con un tono bastante distinto:

– Vas a vestirte ya mismo.

Andy sacó la cabeza por la puerta del dormitorio.

– Sookie, ¿con quién estás hablando?

– Con el perro -respondí al instante-. Siempre lleva su collar, y se lo pongo cada día.

– ¿Y por qué se lo quitas?

– Tintinea por las noches y no me deja dormir. Ahora vete a la cama.

– De acuerdo. -Parecía satisfecho por mi explicación y volvió a cerrar la puerta.

Recogí las ropas de Jason del armario y las puse en el sofá delante del perro, y me senté dándole la espalda. Pero me di cuenta de que podía verlo en el espejo de encima de la repisa. El aire se desdibujó alrededor del collie, parecía hervir y vibrar lleno de energía, y entonces su forma comenzó a cambiar dentro de esa concentración eléctrica. Cuando se aclaró la neblina, era Sam el que estaba de rodillas en el suelo, en cueros. ¡Guau, qué culo! Tuve que obligarme a cerrar los ojos y decirme repetidas veces que no estaba siendo infiel a Bill. El culo de Bill, me dije con firmeza, era igual de bonito.

– Estoy listo-dijo la voz de Sam a mi espalda, tan cerca que pegué un salto. Me levanté con rapidez y me giré para mirarlo. Descubrí que tenía su rostro a apenas quince centímetros del mío-. Sookie -dijo esperanzado, poniendo una mano en mi hombro, frotándolo y acariciándolo.

Me puse furiosa porque la mitad de mi ser quería continuar por ese camino.

– Escúchame clarito, amigo. Podías haberme contado esto de ti en cualquier momento de los últimos años. ¿Desde cuánto hace que nos conocemos? Cuatro años… ¡o incluso más! Y aun así, Sam, a pesar de que te he visto casi a diario, has esperado a que Bill se sienta interesado por mí antes siquiera de… -incapaz de pensar cómo terminar la frase, sacudí las manos en el aire.

Sam se retiró, lo que fue un alivio.

– No he visto lo que tenía delante hasta que me he dado cuenta de que me lo podían quitar -dijo con voz serena.

No tenía nada que añadir a eso.

– Hora de irse a casa-le dije-. Y será mejor que te llevemos allí sin que nadie te vea. Lo digo en serio.

Ya era bastante arriesgado sin necesidad de que algún cotilla como Rene viera a Sam en mi coche a primera hora de la mañana y sacara las conclusiones equivocadas. Y se las transmitiera a Bill.

Así que partimos, con Sam agazapado en el asiento trasero. Estacioné con precaución detrás de Merlotte's. Había un camión allí; negro, con remolinos de colores rosa y celeste a los lados. El de Jason.

– Oh, oh-dije.

– ¿Qué pasa? -la voz de Sam quedaba algo amortiguada por su postura.

– Déjame ir a echar un vistazo -anuncié, comenzando a sentirme nerviosa. ¿Por qué iba a aparcar Jason allí, en la zona de empleados? Y me parecía que había un bulto en el camión.

Abrí la puerta de mi coche, confiando en que el ruido alertara a la figura del camión. Esperé a atisbar algún movimiento, pero cuando nada sucedió comencé a atravesar la gravilla, lo más asustada que he estado nunca a la luz del día.

Cuando me acerqué a la ventanilla pude descubrir que el bulto del interior era Jason. Estaba desplomado detrás del volante. Podía ver que tenía la camisa manchada, la barbilla apoyada en el pecho, y que sus manos estaban caídas a ambos lados del asiento. Las marcas de su hermoso rostro formaban un largo arañazo rojo. Pude ver también una cinta de video sobre el salpicadero del camión, sin etiquetas.

– Sam-dije, lamentando el miedo que traslucía mi voz-. Por favor, ven.

Antes de lo que hubiera creído posible, Sam estaba a mi lado. Se me adelantó para abrir la puerta del camión. Como estábamos a comienzos del verano y el vehículo llevaba ahí en apariencia varias horas (había rocío en el capó) con las ventanillas subidas, el olor que emergió fue bastante fuerte, y se componía al menos de tres elementos: sangre, sexo y alcohol.

– ¡Llama a una ambulancia! -dije con aprensión mientras Sam se inclinaba para tomarle el pulso a Jason. Me miró dubitativo.

– ¿Estás segura de que eso es lo que quieres?

– ¡Pues claro! ¡Está inconsciente!

– Espera, Sookie. Piensa en esto.

Puede que lo hubiera reconsiderado con solo un minuto más, pero en ese momento Arlene apareció en su destartalado Ford azul. Sam suspiró y se metió en la caravana para llamar.

Era tan ingenua… Eso es lo que me pasa por ser una ciudadana respetuosa con la ley durante casi todos los días de mi vida.

Acompañéa Jason al diminuto hospital local, ajena a que la policía examinaba con mucho cuidado su camión, ajena al coche patrulla que seguía a la ambulancia, aún confiada cuando el doctor de la sala de emergencias me envió a casa asegurándome que me llamaría cuando Jason recobrara la consciencia. El doctor me contó, observándome con curiosidad, que parecía que Jason estaba recuperándose de los efectos del alcohol o de las drogas. Pero Jason nunca había bebido tanto antes, y no consumía drogas; la caída de nuestra prima Hadley a la vida callejera nos había impresionado profundamente a los dos. Le conté todo aquello al doctor, y él me escuchó y me echó de allí.

Sin saber qué pensar, fui a casa para descubrir que a Andy Bellefleur le había despertado su busca. Me había dejado una nota avisándome de ello, y nada más. Después me enteré de que había llegado al hospital cuando yo todavía estaba allí, y que por consideración hacia mí había esperado a que me fuera antes de esposar a Jason a la cama.