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Sabía que aunque se hubiese dormido, él la escucharía. Luego, echándole una última mirada, abandonó deprisa la habitación y se dirigió al ascensor. Cruzó el vestíbulo y se acercó al coche de policía que la aguardaba.

El agente de paisano respondió a su pregunta no formulada.

– Hasta ahora no hay noticias, señora Dornan.

– ¡Te he dicho que me lo des! -exclamó Jimmy Siddons con tono áspero.

Cally trató de desafiarlo.

– No sé de qué habla este niño, Jimmy.

– Sí que lo sabe -intervino Brian-. La he visto coger el monedero de mi mamá, y la he seguido hasta aquí porque necesito recuperarlo.

– Qué chico tan listo -se burló Siddons-. Siempre tras el dinero. -Su expresión fue torva cuando miró a su hermana-. Cally, no me obligues a quitártelo.

Era inútil fingir que no lo tenía. Jimmy sabía que el niño decía la verdad. Cally seguía con el abrigo puesto. Se metió la mano en el bolsillo y sacó el bonito monedero de piel. Se lo tendió a su hermano en silencio.

– Es de mi mamá -dijo Brian, desafiante.

La mirada que el hombre le echó hizo que se estremeciera. Había estado a punto de coger el monedero; pero en aquel momento, asustado, se metió las manos en el bolsillo.

Jimmy Siddons lo abrió.

– Vaya, vaya… -exclamó con tono de admiración-. Cally, me sorprendes. Superas a algunos carteristas que conozco.

– No lo he robado -protestó ella-. Alguien lo había perdido y yo lo he encontrado. Pensaba depositarlo en un buzón.

– Muy bien, pues olvídate de eso, porque ahora es mío y lo necesito -replicó Jimmy.

Sacó un grueso fajo de billetes y empezó a contarlos.

– Tres billetes de cien, cuatro de cincuenta, seis de veinte, cuatro de diez, cinco de cinco y tres de uno. Seiscientos ochenta y ocho dólares. No está mal… en realidad está muy bien.

Se metió el dinero en la chaqueta de ante que había sacado del armario ropero y empezó a registrar el monedero.

– Tarjetas de crédito, ¿por qué no? Carné de conducir… No, dos carnés: Catherine Dornan y doctor Thomas Dornan. ¿Quién es el doctor Dornan, muchacho?

– Mi papá. Está en el hospital.

Brian observó cómo Jimmy abría el compartimiento donde estaba la medalla y la sacaba. la levantó por la cadena y se rió con incredulidad.

– ¡San Cristóbal! Hace años que no entro en una iglesia, pero hasta yo sé que lo han echado del santoral hace mucho tiempo. Cuando pienso en todas esas historias que nos contaba la abuela sobre cómo llevó al niño Jesús a hombros para cruzar el arroyo o el río o lo que fuera…

¿Recuerdas, Cally? -tiró la medalla al suelo con gesto desdeñoso.

Brian se agachó a recogerla y se la colgó al cuello.

– Mi abuelo la llevó durante toda la guerra, y volvió sano y salvo. Curará a mi papá. El monedero no me importa, puede quedárselo. Esto es lo único que yo quería. Ahora me voy a casa.

Giró sobre sus talones y echó a correr hacia la puerta.

Ya había abierto cuando Siddons lo cogió, le tapó la boca con una mano y lo arrastró dentro.

– Tú y San Cristóbal os quedáis aquí conmigo, colega -le dijo mientras lo tiraba con rudeza al suelo.

Brian suspiró al golpearse la frente contra el cuarteado linóleo. Se incorporó con lentitud y se frotó la cabeza.

Sentía como si la habitación diera vueltas, pero oyó cómo la mujer a quien había seguido suplicaba al hombre.

– Jimmy, no le hagas daño. Por favor, déjanos tranquilos. Llévate el dinero y lárgate. Pero vete ya.

Brian se cogió las rodillas con los brazos tratando de no llorar. No debió haber seguido a la señora. Ahora se daba cuenta. Tendría que haber gritado en lugar de salir detrás de ella, quizá alguien la hubiese detenido. Aquel hombre era malo. No dejaría que se fuera de allí. Y nadie sabía dónde estaba. Ni dónde buscarlo.

Sintió la medalla colgada contra su pecho y la apretó dentro del puño. "Por favor, haz que vuelva con mamá -rezó en silencio, así podré entregarte a papá."

No levantó los ojos y no vio cómo lo miraba Jimmy Siddons. No sabía que la mente de Jimmy sopesaba la situación a toda velocidad. "Este chico ha seguido a Cally cuando ella cogió el monedero -pensó-. ¿Lo habrán seguido? No, porque ya estarían aquí."



– ¿Dónde estaba el monedero? -preguntó a su hermana.

– En la Quinta Avenida, frente al Rockefeller Center.

– Cally sentía auténtico terror. Jimmy no se detendría ante nada para escapar. Era capaz de matarlos, a ella y al niño-.

Debió de caérsele a la madre. Porque estaba en la acera. Supongo que el niño me vio.

– Eso creo yo. -Jimmy miró el teléfono que estaba sobre la mesita, junto al sofá. Sonrió y sacó el teléfono móvil que había encontrado en el coche robado, y el revólver que llevaba. Apuntó a Cally con él-.

Es posible que la poli tenga pinchado tu teléfono-. Voy a marcar tu número para decirte que quiero entregarme, y que llames al abogado de oficio que me representa. Limítate a hacer lo que digo y a mostrarte nerviosa. Comete un solo error, y este chaval estará muerto. -Bajó la mirada hacia Brian y añadió-: Una palabra y…

No terminó la frase.

Brian asintió para mostrar que había comprendido. Estaba demasiado aterrado para contestarle con palabras.

– Cally, ¿me has entendido?

La hermana hizo un gesto de asentimiento con la cabeza. "Qué estúpida he sido -pensó-. Lo bastante tonta como para creer que había logrado alejarme de él. Y eso es imposible. Sí hasta sabe mi número de teléfono."

Cuando Jimmy terminó de marcar en el portátil, el teléfono de la mesita empezó a sonar.

– Diga -respondió en voz baja, sofocada.

– Cally, soy Jimmy. Escucha, estoy en apuros. Es probable que ya lo sepas. Siento haberme escapado. Espero que el guardián se ponga bien. No tengo un céntimo y estoy asustado. -La voz de Jimmy era un murmullo-.

Llama a Gil Weinstein. Es el abogado de oficio que me asignaron. Dile que me reuniré con él en la catedral de San Patricio cuando acabe la Misa del Gallo. Dile que voy a entregarme, y que quiero que esté conmigo. El número de su casa es el 5550267. Cally, siento haberlo echado todo a perder.

Jimmy apretó el botón del teléfono móvil y observó a Cally mientras ésta colgaba el auricular.

– No pueden localizar las llamadas de los teléfonos móviles, ¿lo sabías? Ahora llama a Weinstein y cuéntale la misma historia. Si los polis están escuchando, habrán saltado de alegría.

– Pensarán que yo…

Jimmy se le acercó en dos zancadas y le puso el cañón del arma en la cabeza.

– Haz esa llamada.

– Quizá tu abogado no se encuentre en casa, o no quiera reunirse contigo.

– No, lo conozco. Es un imbécil, y lo único que desea es publicidad. Llámalo.

Cally no necesitó que le metiera prisa. En el momento en que Gil Weinstein atendió, ella se apresuró a decir:

– Usted no me conoce, soy Cally Hunter. Mi hermano, Jimmy Siddons, acaba de llamarme. Quiere que le diga…

– Con voz temblorosa le dio el mensaje.

– Me reuniré con él-respondió el abogado-. Me alegra que Jimmy haya decidido entregarse, pero si el guardián de la cárcel muere, lo llevarán a juicio y pedirán pena de muerte para él. Pude conseguir una perpetua sin condicional por el primer asesinato, pero esta vez…

– Su voz se desvaneció.

– Creo que lo sabe. -Cally vio la seña de Jimmy-. Ahora tengo que dejarlo. Adiós, señor Weinstein.

– Eres una cómplice formidable, hermana mayor -dijo Jimmy, y echó una mirada a Brian-. ¿Cómo te llamas, chico?

– Brian -susurró el pequeño.

– Vámonos, Brian. Nos largamos de aquí.

– Jimmy, no te lo lleves. Por favor, déjalo conmigo.

– Ni hablar. Siempre existe la posibilidad de que salgas corriendo a avisar a la poli, e incluso que tengas problemas serios en cuanto hablen con este chico. Después de todo, has robado el monedero de su madre. No, el chico se viene conmigo. Nadie busca a un hombre con su hijito, ¿verdad? Lo soltaré mañana temprano, cuando llegue a mi lugar de destino. Después podrás contar lo que quieras sobre mí. Hasta el chico te respaldará, ¿no es cierto, hijito?