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– Aquí debajo hay cabellos, ¿no?
– Oh, pues claro. Bueno, Leonardo. Te la dejo veinte minutos.
– Por fin -exclamó él-. Quítese la ropa.
– Eh, oiga…
– Somos profesionales, Dallas. Tiene que probarse la combinación para el traje de boda. Habrá que hacer unos cuantos ajustes.
Ya la había manoseado una estilista, pensó. ¿Por qué no la desnudaban en un cuarto lleno de gente? Se despo?jó de la túnica.
Leonardo se le acercó con una cosa blanca y muy elegante. Antes de que pudiera gritar siquiera, él le en?volvió el torso y anudó la prenda a la espalda. Sus gran?des manos buscaron bajo el material, le ajustaron los pechos. Inclinándose, procedió a meterle entre las pier?nas un trozo de tela, lo ajustó y luego retrocedió unos pasos.
– Ah.
– Por Dios, Dallas. Roarke se pondrá a babear cuan?do te vea.
– ¿Qué diablos es?
– Una variante de la vieja Viuda Alegre. -Con rápi?dos ademanes, Leonardo completó el equipo-. Lo llamo Curvilíneo. He añadido un poco de relleno bajo los pe?chos. Los tiene bastante bonitos, pero eso le añade más contorno. Bastará un toque de encaje, unas cuantas per?las. No muchos adornos. -Le dio la vuelta para que se mirara al espejo.
Tenía un aspecto sexy. En su punto, pensó Eve no sin sorpresa. El material tenía un cierto brillo, como si estuviera húmedo. Le pellizcaba el talle, moldeaba sus caderas y, hubo de admitirlo, elevaba sus senos a nuevas y fascinantes alturas.
– Bueno… supongo que… sí, para la noche de bodas.
– Para cualquier noche -dijo Mavis extasiada-. Oh, Leonardo. ¿Me harás uno para mí?
– Ya lo he hecho, en raso de color rojo. Bien, Dallas, ¿le aprieta en algún sitio?
– No. -No sabía cómo acabar. Habría sido una tor?tura, pero se sentía tan cómoda como en un vestido de primavera. Se inclinó a modo de ensayo-. Creo que está bien así.
– Excelente. Biff encontró el material en una peque?ña tienda de Richer Five. Y ahora el vestido. Sólo está hilvanado, así que vayamos con ojo. Levante los brazos, por favor.
Se lo puso por la cabeza y lo dejó caer. El material era sorprendente. Eve se daba cuenta, aun cuando tuvie?ra las marcas del modisto. Parecía perfecto para ella; la elegante columna, las mangas ceñidas, la línea sencilla. Pero Leonardo arrugó la frente y dio unos tirones aquí, unos apretones allá.
– El escote funciona, sí. ¿Dónde está el collar?
– ¿Qué?
– El collar de cobre y piedra. ¿No le dije que lo pi?diera?
– No puedo decirle a Roarke que quiero uno, así como así.
Leonardo hizo girar a Eve con un suspiro e inter?cambió miradas con Mavis. Asintió con la cabeza y comprobó la línea de las caderas.
– Se ha adelgazado -acusó.
– No.
– Sí, más o menos un kilo. -Leonardo chasqueó la lengua-. Bien, esperaré a que lo recupere antes de hacer nada más.
Biff se acercó con un rollo de material que sostuvo a la altura de la cara de Eve. Luego, aparentemente satisfe?cho, se alejó otra vez murmurando unas palabras a su grabadora.
– Biff, ¿quieres enseñarle los otros diseños mientras yo anoto los ajustes que hay que hacer al vestido?
Con un floreo, Biff conectó una pantalla mural.
– Como puede ver, Leonardo ha tenido en cuenta tanto su estilo de vida como la línea de su cuerpo para los diseños. Este sencillo traje de día es perfecto para un almuerzo de empresa, una rueda de prensa, libre pero très, très, chic. El material empleado es básicamente lino con un leve toque de seda. El color es amarillo verdoso con adornos granate.
– Aja. -A Eve le pareció un traje bonito y sencillo, pero fue una sorpresa ver cómo la imagen de sí misma generada por ordenador lo iba modelando-. ¿Biff?
– ¿Sí, teniente?
– ¿Por qué lleva un mapa tatuado en la cabeza?
Biff sonrió.
– Tengo un pobre sentido de la orientación. Bien, el siguiente modelo continúa el tema.
Eve vio una docena de diseños. Tenía la cabeza he?cha un lío: rayspan en amarillo limón, encaje bretón con terciopelo negro. Cada vez que Mavis lanzaba una ex?clamación, Eve encargaba temerariamente. ¿Qué era en?deudarse de por vida comparado con el bienestar de su mejor amiga?
En cuanto Leonardo le hubo quitado el vestido, Tri?na envolvió a Eve en la túnica.
– Echemos un vistazo a la gloria de la coronación. -Tras quitarle el turbante, sacó un gran peine en forma de horca de entre sus tirabuzones y empezó a moldear.
La sensación inicial de alivio al ver que seguía te?niendo pelo se desvaneció rápidamente al contemplar una serpenteante fuente de color rosa.
– Ya puedes mirar -dijo Trina.
Preparada para lo peor, Eve se dio la vuelta. La mu?jer del espejo no era otra que ella misma. Al principio pensó que había sido una broma, que no le habían toca?do ni un cabello. Luego se fijó bien, acercándose al espe?jo. Habían desaparecido los mechones y las puntas. Su pelo seguía cortado de manera informal, sin estructurar, pero tenía cierta forma. Y, desde luego, antes no tenía ese bonito brillo. Se acomodaba perfectamente a las lí?neas de su cara, el contorno de la frente, la curva de las mejillas. Y cuando sacudió la cabeza, el pelo volvió obe?dientemente a su sitio. Entornados los ojos, se mesó el cabello y vio cómo recuperaba su forma.
– ¿Le has puesto algo de rubio?
– No. Son reflejos naturales. Todo gracias a Sheena. Tienes un pelo de ciervo.
– ¿Qué?
– ¿Nunca has visto una piel de ciervo? Tiene esos to?nos bermejos, castaños, dorados, incluso toques de ne?gro. Eso es lo que hay ahora. Dios ha sido bueno con?tigo. Lo que pasa es que tu antiguo peluquero debe de haber usado unas tijeras de podar, aparte de no saber lo que son los reflejos, claro.
– Se ve bonito.
– Claro. Soy genial.
– Estás guapísima. -De repente, Mavis se llevó las manos a la cara y rompió a llorar-. Y te vas a casar.
– Por Dios, Mavis. Vamos. -Eve le dio unas palmaditas en la espalda.
– Estoy tan borracha, tan contenta… Y tengo tanto miedo, Dallas. Me he quedado sin empleo.
– Lo sé, pequeña. Lo siento mucho. Ya encontrarás otro. Uno mejor.
– Me da igual, no quiero preocuparme. Tendremos una boda magnífica, ¿verdad, Dallas?
– Te lo aseguro.
– Leonardo me está haciendo un vestido con mucho vuelo. Vamos a enseñárselo, Leonardo.
– Mañana. -Él se acerco para abrazarla-. Dallas está cansada.
– Desde luego. Necesita reposar. -Mavis apoyó la cabeza en el hombro de Leonardo-. Trabaja demasia?do. Está preocupada por mí. Yo no quiero qué lo esté, Leonardo. Todo saldrá bien, ¿verdad que sí? Todo irá bien.
– Por supuesto -dijo él lanzando a Eve una mirada inquieta antes de llevarse a Mavis.
Eve los vio partir y suspiró.
– Joder.
– Como si esa pobre pudiera hacer daño a nadie.-Trina frunció el entrecejo mientras recogía sus utensi?lios-. Espero que Pandora esté ardiendo en el infierno.
– ¿La conocía?
– En esta profesión todos la conocíamos. Y la odiá?bamos a muerte. ¿Verdad, Biff?
– Nació mala puta y murió como tal.
– ¿Sólo consumía o también traficaba?
Biff miró de soslayo a Trina y encogió los hom?bros.
– Nunca traficaba abiertamente, pero corrían rumo?res de que siempre estaba bien pertrechada. Dicen que era adicta a Erótica. Le gustaba el sexo, y puede que tra?ficara con su pareja del momento.
– ¿Lo fue usted alguna vez?
Biff sonrió.
– En lo romántico, prefiero los hombres: Son menos complicados.
– ¿Y tú?
– Yo también prefiero a los hombres; por la misma razón. Igual que ella. -Trina cogió su maletín-. La últi?ma pasarela que hice, oí que Pandora mezclaba los nego?cios y el placer. Siempre lucía piedras de relumbrón. Le gustaba decorar su cuerpo con piedras auténticas, pero no le gustaba pagarlas. La gente opinaba que había he?cho algún negocio sucio.
– ¿Sabes el nombre del proveedor?
– No, pero ella siempre andaba con el minienlace arriba y abajo. De eso hará unos tres meses. No sé con quién estaba hablando, pero al menos una de las llama?das fue intergaláctica, porque se cabreó mucho con la demora.