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Para convertirse en hombre de conocimiento había que "encontrarse" con el aliado tantas veces como fuera posible; había que familiarizarse con él. Esta premisa implicaba, desde luego, que uno debía fumar bastante a menudo la mezcla alucinógena. Este proceso de "fumar" consistía en ingerir el tenue polvo de hongos, que no se incineraba, y en inhalar el humo de las otras cinco plantas que componían la mezcla. Don Juan explicaba los profundos efectos del humo sobre las capacidades de percepción diciendo que "el aliado se llevaba el cuerpo de uno".
El método didáctico de don Juan requería un esfuerzo extraordinario por parte del aprendiz. De hecho, el grado de participación y compromiso necesario era tan extenuante que a fines de 1965 tuve que abandonar el aprendizaje. Puedo decir ahora, con la perspectiva de los cinco años transcurridos, que en ese tiempo las enseñanzas de don Juan habían empezado a representar una seria amenaza para mi "idea del mundo". Yo empezaba a perder la certeza, común a todos nosotros, de que la realidad de la vida cotidiana es algo que podemos dar por sentado.
En la época de mi retirada, me hallaba convencido de que mi decisión era terminante; no quería volver a ver a don Juan. Sin embargo, en abril de 1968 me facilitaron uno de los primeros ejemplares de mi libro y me sentí compelido a enseñárselo. Fui a visitarlo. Nuestra liga de maestro-aprendiz se restableció misteriosamente, y puedo decir que en esa ocasión inicié un segundo ciclo de aprendizaje, muy distinto del primero. Mi temor no fue tan agudo como lo había sido en el pasado. El ambiente total de las enseñanzas de don Juan fue más relajado. Reía y también me hacía reír mucho. Parecía haber, por parte suya, un intento deliberado de minimizar la seriedad en general. Payaseó durante los momentos verdaderamente cruciales de este segundo ciclo, y así me ayudó a superar experiencias que fácilmente habrían podido volverse obsesivas. Su premisa era la necesidad de una disposición ligera y tratable para soportar el impacto y la extrañeza del conocimiento que me estaba enseñando.
– La razón por la que te asustaste y saliste volado es porque te sientes más importante de lo que crees -dijo, explicando mi retirada previa-. Sentirse importante lo hace a uno pesado, rudo y vanidoso. Para ser hombre de conocimiento se necesita ser liviano y fluido.
El interés particular de don Juan en el segundo ciclo de aprendizaje fue enseñarme a "ver". Aparentemente, había en su sistema de conocimiento la posibilidad de marcar una diferencia semántica entre "ver" y "mirar" como dos modos distintos de percibir. "Mirar" se refería a la manera ordinaria en que estamos acostumbrados a percibir el mundo, mientras que "ver" involucraba un proceso muy complejo por virtud del cual un hombre de conocimiento percibe supuestamente la "esencia" de las cosas del mundo.
Con el fin de presentar en forma legible las complicaciones del proceso de aprendizaje he condensado largos pasajes de preguntas y respuestas, reduciendo así mis notas de campo originales. Creo, sin embargo, que en este punto mi presentación no puede, en absoluto, desvirtuar el significado de las enseñanzas de don Juan. La reducción tuvo el propósito de hacer fluir mis notas, como fluye la conversación, para que tuvieran el impacto deseado; es decir, yo quería comunicar al lector, por medio de un reportaje, el drama y la inmediacidad de la situación de campo. Cada sección que he puesto como capítulo fue una sesión con don Juan. Por regla general, él siempre concluía cada una de nuestras sesiones en una nota abrupta; así, el tono dramático del final de cada capítulo no es un recurso literario de mi cosecha: era un recurso propio de la tradición oral de don Juan. Parecía ser un recurso mnemotécnico que me ayudaba a retener la cualidad dramática y la importancia de las lecciones.
Empero, son necesarias ciertas explicaciones para dar coherencia a mi reportaje, pues su claridad depende de la elucidación de ciertos conceptos clave o unidades clave que deseo destacar. Esta elección de énfasis es congruente con mi interés en la ciencia social. Es perfectamente posible que otra persona, con un conjunto diferente de metas y anticipaciones, resaltara conceptos enteramente distintos de los que yo he elegido.
Durante el segundo ciclo de aprendizaje, don Juan insistió en asegurarme que el uso de la mezcla de fumar era el requisito indispensable para "ver". Por tanto, yo debía usarla con toda la frecuencia posible.
– Sólo el humo te puede dar la velocidad necesaria para vislumbrar ese mundo fugaz -dijo.
Con ayuda de la mezcla sicotrópica, produjo en mí una serie de estados de realidad no ordinaria. La característica saliente de tales estados, en relación a lo que don Juan parecía estar haciendo, era una condición de "inaplicabilidad". Lo que yo percibía en aquellos estados de conciencia alterada era incomprensible e imposible de interpretar por medio de nuestra forma cotidiana de entender el mundo. En otras palabras, la condición de inaplicabilidad acarreaba la cesación de la pertinencia de mi visión del mundo.
Don Juan usó esta condición de inaplicabilidad de los estados de realidad no ordinaria para introducir una serie de nuevas "unidades de significado" preconcebidas. Las unidades de significado eran todos los elementos individuales pertinentes al conocimiento que don Juan se empeñaba en enseñarme. Las he llamado unidades de significado porque eran el conglomerado básico de datos sensoriales, y sus interpretaciones, sobre el cual se erigía un significado más complejo. Una de tales unidades era, por ejemplo, la forma en que se entendía el efecto fisiológico de la mezcla sicotrópica. Esta producía un entumecimiento y una pérdida de control motriz que en el sistema de don Juan se interpretaban como una acción realizada por el humo, que en este caso era el aliado, con el fin de "llevarse el cuerpo del practicante".
Las unidades de significado se agrupaban en forma específica, y cada bloque así creado integraba lo que llamo una "interpretación sensible". Obviamente, tiene que haber un número infinito de posibles interpretaciones sensibles que son pertinentes a la brujería y que un brujo debe aprender a realizar. En nuestra vida cotidiana, enfrentamos un número infinito de interpretaciones sensibles pertinentes a ella. Un ejemplo sencillo podría ser la interpretación, ya no deliberada, que hacemos veintenas de veces cada día, de la estructura que llamamos "cuarto". Es obvio que hemos aprendido a interpretar en términos de cuarto la estructura que llamamos cuarto; así, cuarto es una interpretación sensible porque requiere que en el momento de hacerla tengamos conocimiento, en una u otra forma, de todos los elementos que entran en su composición. Un sistema de interpretación sensible es, en otras palabras, el proceso por virtud del cual un practicante tiene conocimiento de todas las unidades de significado necesarias para realizar asunciones, deducciones, predicciones, etc., sobre todas las situaciones pertinentes a su actividad.
Al decir "practicante" me refiero a un participante que posee un conocimiento adecuado de todas, o casi todas, las unidades de significado implicadas en su sistema particular de interpretación sensible. Don Juan era un practicante; esto es, era un brujo que conocía todos los pasos de su brujería.
Como practicante, intentaba abrirme acceso a su sistema de interpretación sensible. Tal accesibilidad, en este caso, equivalía a un proceso de resocialización en el que se aprendían nuevas maneras de interpretar datos perceptuales.
Yo era el "extraño", el que carecía de la capacidad de realizar interpretaciones inteligentes y congruentes de las unidades de significado propias de la brujería.
La tarea de don Juan, como practicante ocupado en hacerme accesible su sistema, consistía en descomponer una certeza particular que yo comparto con todo el mundo: la certeza de que la perspectiva "de sentido común" que tenemos del mundo es definitiva. A través del uso de plantas sicotrópicas, y de contactos bien dirigidos entre su sistema extraño y mi persona, logró mostrarme que mi perspectiva del mundo no puede ser definitiva porque sólo es una interpretación.
Para el indio americano, acaso durante miles de años, el vago fenómeno que llamamos brujería ha sido una práctica, seria y auténtica, comparable a la de nuestra ciencia. Nuestra dificultad para comprenderla surge, sin duda, de las unidades de significado extrañas con las cuales trata.
Don Juan me dijo una vez que un hombre de conocimiento tiene predilecciones. Le pedí explicar este enunciado.
– Mi predilección es ver -dijo.
– ¿Qué quiere usted decir con eso?
– Me gusta ver -dijo- porque sólo viendo puede un hombre de conocimiento saber.
– ¿Qué clase de cosas ve usted.
– Todo.
– Pero yo también veo todo y no soy un hombre de conocimiento.
– No. Tú no ves.
– Por supuesto que sí,
– Te digo que no.
– ¿Por qué dice usted eso, don Juan?
– Tú solamente miras la superficie de las cosas.
– ¿Quiere usted decir que todo hombre de conocimiento ve a través de lo que mira?
– No. Eso no es lo que quiero decir. Dije que un hombre de conocimiento tiene sus propias predilecciones; la mía es sencillamente ver y saber; otros hacen otras cosas.
– ¿Qué otras cosas, por ejemplo?
– Ahí tienes a Sacateca: es un hombre de conocimiento y su predilección es bailar. Así que él baila y sabe.
– ¿Es la predilección de un hombre de conocimiento algo que él hace para saber?
– Sí, pues.
– ¿Pero cómo podría el baile ayudar a Sacateca a saber?
– Podríamos decir que Sacateca baila con todo lo que tiene.
– ¿Baila como yo bailo? Digo, ¿cómo se baila?
– Digamos que baila como yo veo y no como tú bailas.
– ¿También ve como usted ve?
– Sí, pero también baila.
– ¿Cómo baila Sacateca?
– Es difícil explicar eso. Es un baile muy especial que usa cuando quiere saber. Pero lo único que te puedo decir es que, a menos que entiendas los modos del que sabe, es imposible hablar de bailar o de ver.
– ¿Lo ha visto usted bailar?
– Sí. Pero no todo el que mira su baile puede ver que ésa es su forma especial de saber.
Yo conocía a Sacateca, o al menos sabía quién era. Nos habían presentado y una vez le invité una cerveza. Se portó con mucha cortesía y me dijo que fuera a su casa con entera libertad en cualquier momento que quisiese. Pensé largo tiempo en visitarlo, pero no se lo dije a don Juan.
La tarde del 14 de mayo de 1962, fui a casa de Sacateca; me había dado instrucciones para llegar y no tuve dificultad en hallarla. Estaba en una esquina y tenía una cerca en torno. La verja estaba cerrada. Di la vuelta para ver si podía atisbar el interior de la casa. Parecía desierta.
– Don Elías -llamé en voz alta. Las gallinas asustadas, se desparramaron por el patio cacareando con furia. Un perrito se llegó a la cerca. Esperé que me ladrara; en vez de ello, se sentó a mirarme. Grité de nuevo y las gallinas estallaron otra vez en cacareos.
Una vieja salió de la casa. Le pedí llamar a don Elías.
– No está -dijo.
– ¿Dónde puedo hallarlo?
– Está en el campo.
– ¿En qué parte del campo?
– No sé. Ven más tarde. El regresa como a las cinco.