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Capítulo 70
Tess apretó los ojos cerrados. Podía hacerlo. Podía fingir que estaba en otro lugar. A fin de cuentas, lo había hecho muchas veces antes. En realidad, no era muy distinto. Tenía que convencerse de ello. ¿Qué más daba que la follara cualquier tipo pagando que un loco?
Debía tranquilizarse o le dolería más. Tenía que dejar de sentir sus empellones, dejar de pensar en sus manos acariciándole los pechos, dejar de oír sus gemidos. Podía hacerlo. Podía sobrevivir a esto.
– Abre los ojos -gruñó él entre dientes.
Ella los apretó más fuerte.
– Abre los putos ojos. Quiero que mires.
Ella se negó. Él le dio una bofetada en la boca, empujando su cabeza tan violentamente hacia un lado que Tess oyó crujir su cuello. Al instante, notó el sabor de la sangre, pero mantuvo los ojos cerrados.
– Maldita zorra. Abre los putos ojos.
Él boqueaba, oscilando adelante y atrás con tanta fuerza que Tess creyó que también la desgarraría por dentro. Sintió su aliento caliente en el cuello y, de pronto, sus dientes se hundieron en la carne. La agarró de los pechos y se echó sobre ella, cabalgándola, raspándola, arañándola y sacudiéndola con todo su cuerpo, devorándola como un perro rabioso.
Ella se mordió el labio inferior. Se obligó a mantener los ojos cerrados. Aquello no podía durar mucho más. Podía hacerlo. Él se correría, y luego se habría acabado. ¿Por qué no se corría de una vez? No podía aguantar mucho más. No podía. Ladeó la cabeza todo lo que pudo y mantuvo los ojos prietamente cerrados.
Por fin, el cuerpo de él se convulsionó, sus dientes se desclavaron, sus manos la apretaron por última vez, y se relajó. Al apartarse de ella, le apoyó la rodilla en la tripa de Tess y la golpeó con el codo en la cabeza. Por fin se había acabado. Ella se quedó quieta, se tragó la sangre y fingió no sentir aquella sustancia pegajosa entre las piernas. Procuró recordar que aún estaba viva.
Él estaba demasiado callado. Tess se preguntó si se habría ido. Abrió los ojos y vio que estaba de pie, sobre ella. El resplandor amarillo de la linterna que había llevado creaba un halo a su alrededor. Al toparse con sus ojos, él torció los labios en una sonrisa. Parecía tan sereno y frío como al entrar en el cobertizo. ¿Cómo era posible? Ella esperaba que estuviera exhausto, agotado, listo para marcharse. Pero él no mostraba signos de fatiga.
– Ahora vas a mirar -le dijo-. Aunque tenga que cortarte los putos párpados -levantó un brillante escalpelo para que lo viera.
Un grito débil, amortiguado, rebasó la garganta en carne viva de Tess, a pesar del dolor.
– Grita lo que quieras -rió él-. Nadie puede oírte. Y, francamente, me gusta.
Oh, Dios santo. El terror inundó sus venas y estalló en su cabeza. Se agitó, tirando de las correas. Entonces, de pronto, notó que él se alejaba, ladeando la cabeza como si escuchara algo fuera del cobertizo.
Tess aguzó el oído más allá del martilleo de su corazón y su pecho. Se quedó quieta, mirándolo, y entonces lo oyó. A menos que se hubiera vuelto loca, aquello parecían voces humanas.
Capítulo 71
Maggie se preguntaba si habrían llegado demasiado tarde. ¿Habrían escapado Stucky y Harding a los bosques? Miró por la ventana y vio que el agente Alvando y sus hombres estaban peinando la zona, desapareciendo entre los árboles. Pronto no verían nada sin linternas y focos, cosas que odiaban usar porque las luces los convertían en blancos fáciles para los francotiradores. A pesar de que deseaba acompañarlos, Maggie sabía que Alvando tenía razón. Tully y ella no estaban equipados ni entrenados para participar en una batida por el monte.
La lluvia había empezado a caer suavemente, repiqueteando en los canalones. El sonido resultaba casi reconfortante, salvo porque el retumbar cercano del trueno prometía tormenta. A Maggie la tranquilizaba que la casa dependiera de un generador y no de la red eléctrica, que podía fallar fácilmente.
– ¿Nos habremos equivocado con este sitio? -preguntó el agente Tully desde el otro lado de la habitación. Había sacado unas cajas de debajo de las mesas de los ordenadores y, con las manos enfundadas en guantes de látex, estaban rebuscando entre lo que parecían libros de contabilidad, cartas, albaranes y otros documentos mercantiles.
– Puede que todo esto no sean más que preparativos para cuando pierda la vista definitivamente. No sé qué pensar -tal vez fuera por la tormenta que se avecinaba o por la electricidad que saturaba el aire. Fuera por lo que fuese, Maggie nopodía librarse de aquella sensación de inminente peligro-. Tal vez deberíamos ir a echar un vistazo, a ver si han abierto esa habitación del sótano.
– Alvando ha dicho que nos estemos quietos -Tully le lanzó una mirada de advertencia.
– Podría ser una cámara de tortura, no un bunker.
– Que sea un bunker no es más que una suposición. No lo sabremos con seguridad hasta que los hombres de Alvando lo abran.
Ella paseó la mirada por la habitación. Parecía un despacho doméstico como otro cualquiera, salvo por los ordenadores parlantes. Qué decepción. Qué fracaso. Se había preparado para una confrontación con Albert Stucky, y de éste no había ni rastro.
– ¿O'Dell? -Tully estaba agachado sobre una de las cajas que había sacado-. Échele un vistazo a esto.
Ella miró por encima de su hombro, esperando ver vídeos y programas de ordenador pornográficos. Pero se encontró mirando los recortes de periódico sobre la muerte de su padre.
– ¿De dónde demonios cree que ha sacado esto? -preguntó Tully.
Ella se estaba preguntando lo mismo hasta que vio su agenda y su álbum de fotos de la infancia. Era la caja que se había extraviado en la mudanza. Se había olvidado completamente de ella. De modo que Greg le había dicho la verdad. La caja no estaba en el piso. Stucky había estado al acecho y había logrado hurtársela a los empleados de mudanzas. Un escalofrío le recorrió la espalda al pensar en que aquel hombre hubiera tocado aquellas posesiones íntimas.
– ¿Maggie? -Tully levantó la mirada hacia ella; parecía preocupado-. ¿Cree que entró en su casa sin que lo notara?
– No, echaba de menos esta caja desde el día que me mudé. Debió de robarla antes de que llegara a la casa.
La cólera empezó a bullir en la boca de su estómago. Dejó que Tully rebuscara en las cajas y comenzó a recorrer la habitación de ventana en ventana.
– Eso significa que Stucky ha estado aquí -dijo Tully sin mirarla.
Ella mantuvo los ojos fijos en las ventanas mientras caminaba de un lado a otro. Los relámpagos se iban acercando, incendiando el cielo y haciendo que los árboles parecieran esqueletos de soldados en guardia. De pronto, vio el reflejo de una figura en el pasillo, cruzando la puerta. Se giró, asiendo con firmeza el revólver, y extendió los brazos ante ella. Tully se levantó de un salto y sacó su pistola.
– ¿Qué ocurre, O'Dell? -él mantenía los ojos fijos en la puerta. Maggie cruzó lentamente la habitación con la pistola en alto y el dedo apoyado en el gatillo.
– He visto pasar a alguien -explicó finalmente.
– ¿Queda algún hombre de Alvando en la casa?
– Ya habían acabado aquí -musitó ella. El corazón le martilleaba contra el pecho. Su respiración se había hecho espasmódica-. No volverían sin anunciarse, ¿no cree?
– ¿No huele a algo raro? -dijo Tully.
Ella también lo olía, y el terror que había empezado a subirle por el estómago se difundió rápidamente por su cuerpo.
– Huele a gasolina -dijo Tully.
Maggie sólo podía pensar que olía a gasolina y a humo. Olía a fuego. Aquella idea se apoderó de ella, y de pronto sintió que no podía respirar. No podía pensar. No podía recorrer el resto del camino hacia la puerta. Tenía las rodillas bloqueadas. Se le había cerrado la garganta, amenazando con ahogarla.