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– Por ejemplo, que significas mucho para mí y que no quiero perderte.
Justin la miró pasmado. Ella le tomó la mano y le entrelazó los dedos.
– Me gustas, Justin. Por favor, dime qué puedo hacer para que las cosas vuelvan a ser como antes.
Dios, qué agradable era sentir su mano. Parecía que aquel era su «sitio. ¿Estaba siendo sincera con él, o era otro de los trucos del Padre? Antes de que pudiera decir nada, Brandon apareció como salido de la nada.
– Alice -dijo, y miró cejijunto sus manos unidas. Como si su mirada tuviera un extraño poder, Alice apartó la mano-. El Padre quiere verte antes de empezar su sermón. Ven conmigo.
Ella miró a Justin con expresión contrita, casi doliente. Justin se preguntó al instante si el Padre le tendría reservado a Alice otro escarmiento. No, no había tiempo. Cassie ya tenía a la gente como loca.
Vio que Brandon se llevaba a Alice por un extraño atajo entre los árboles. ¿Qué coño estaba haciendo allí el Padre? Seguramente algún ridículo ritual.
Escudriñó de nuevo la multitud. ¿Cuánto tiempo le quedaba antes de que volvieran Brandon, Alice y el Padre? ¿Podrían verlo desde arriba? ¡Mierda! Estaba jodido.
Al darse la vuelta, vio a una rubia alta que lo saludaba desde la barandilla del carril bici. Tardó un momento en reconocerla. Seguramente se habría acordado antes si ella hubiera estado con su otra amiga, la rubia bajita. La saludó con una sonrisa y notó que estaba lejos del escenario, con una señora que parecía lo bastante mayor como para ser su madre. Tal vez eso significaba que habían ido en coche.
Se dirigió hacia ella, sintiendo de nuevo un arrebato de excitación. Empezaba a creer en los milagros.
Capítulo 73
Tully intentaba confundirse entre la gente. Tardó un momento en distinguir a los agentes camuflados de la oficina del FBI en Cleveland. Estaban dispersos por el parque. Si Everett esperaba encontrar el lugar lleno de hombres vestidos de negro, no podría distinguirlos. Todos ellos estaban en sus puestos y se mantenían alerta. Tully los conocía a casi todos, aunque apenas los reconocía con sus disfraces de civiles. Había trabajado con aquel grupo muchas veces antes de trasladarse al Distrito. De hecho, se sentía a gusto, como si hubiera vuelto a casa.
Buscó a Racine y la vio junto a los aseos de la parte de atrás del parque. Tenía que admitirlo: con su gorra de béisbol, sus vaqueros gastados, una camiseta de los Indians de Cleveland y una cazadora de cuero, parecía una vecina de la ciudad que se hubiera parado a mirar el alboroto del pabellón. Seguramente nadie se había fijado en que a veces mascullaba llevándose a la boca el puño de la chaqueta, ni había notado el bulto de la parte de atrás de su cintura. A pesar de los recelos de O'Dell, la detective estaba haciendo un trabajo de primera. Tal vez fuera simplemente porque pesaba, sobre ella la amenaza de la suspensión, o incluso de la degradación. El jefe Henderson seguía empeñado en abrirle un expediente disciplinario. Quizá Racine intentara compensar sus errores pasados. Fuera como fuese, a él no le importaba. Lo importante era que no la cagara.
El mitin había empezado sin el reverendo Everett, pero, según Stephen Caldwell, el bueno del reverendo aparecería en cualquier momento. Aunque, a decir verdad, ninguno de ellos había visto a Everett, ni tampoco a Caldwell. Entre tanto, una bella mujer negra, vestida con una túnica púrpura, hacía brincar, dar palmas y cantar a voz en grito a la multitud. Tully apenas oía a los otros agentes. Se tocó el auricular para asegurarse de que funcionaba bien.
– Tully -oyó que le susurraba Racine por el oído derecho-, ¿algún indicio del reverendo?
– No, aún no -miró a su alrededor para cerciorarse de que nadie notaba que estaba hablando solo-. Pero es pronto. ¿Has visto a Garrison?
Se oyó un zumbido y luego:
– Me pareció verlo al llegar. Pero no estoy segura de que fuera él.
– Intenta localizarlo. Seguramente nos conducirá a la acción.
En ese momento, vio al chico, a aquel pelirrojo alto, subiendo por la colina, al otro lado de la explanada. A su lado iba una chica rubia con el pelo largo que enseguida le recordó a Emma.
– Allá vamos -dijo llevándose la manga a la boca-. Lado sureste del pabellón, se dirigen hacia los árboles de la colina. Voy a subir. Esperaré refuerzos.
Miró a Racine, que parecía distraída y miraba en dirección contraria, hacia los aseos.
– ¿Todo despejado? -musitó Tully dirigiéndose a todos los agentes, pero en especial a Racine.
La suya fue la única voz que no oyó. De pronto vio que Racine echaba a andar. ¡Maldición! ¿Qué coño estaba tramando? No tenía tiempo para pararle los pies. El chico, el tal Brandon, estaba llevando a su siguiente víctima hacia la arboleda. Tully se abrió paso entre el gentío sin apartar los ojos de los dos chicos. Estaba tan concentrado que se tropezó con una rubia atractiva pero no se detuvo. Sólo cuando ella lo agarró del codo se dio la vuelta.
– R.J., ¿qué haces tú aquí?
– ¿Caroline?
Entonces vio a Emma y empezó a encogérsele el estómago.
– ¿Qué haces en Cleveland? -preguntó su ex mujer con aspereza.
– He venido por trabajo -respondió él en voz baja, intentando no llamar la atención. El rostro de Caroline ya se había contraído, lleno de ira. Pero Tully sólo podía pensar en alejar a su hija de allí cuanto antes.
– No puedo creer que me hayas hecho esto -estaba diciendo Caroline, pero miraba a Emma, no a él-. Así que ¿sólo querías venir aquí porque sabías que estaría tu padre?
Tully miró a Emma, que se puso colorada. A veces era un poco lento de reflejos, pero evidentemente conocía mejor a su hija que Caroline. Sabía que Emma estaba allí por el joven de aspecto atlético que permanecía a su lado. El joven cuyos ojos giraban en torno como si quisiera estar en cualquier parte, menos allí.
– Por favor, Caroline -dijo, y la agarró del codo para alejarla de la multitud.
– ¿Te parece divertido?
– No, en absoluto -mantuvo un tono tranquilo de voz, a pesar de que gritaba para hacerse oír por encima del ruido-. ¿Podemos hablar de esto luego?
– Sí, mamá, me estás poniendo en ridículo.
Tully miró a su alrededor para ver si alguien los estaba mirando. Pero todo el mundo parecía concentrado en el escenario. Escrutó la zona y de pronto no vio ni a Brandon ni a la chica. ¡Jesús! Podía estar sucediendo en ese instante.
No podía usar el micro, o Caroline echaría a perder su tapadera. Se volvió hacia Emma y el chico, miró al chico a los ojos y se dirigió a él más que a Emma.
– Por favor, salid de aquí inmediatamente.
Luego se alejó de ellos, haciendo caso omiso de la sarta de improperios que le dedicó Caroline delante de su hija se abrió paso entre la gente mientras hablaba con los demás en susurros para que supieran lo que hacía e intentar averiguar donde coño se había metido Racine.
Pero, de nuevo, ella fue la única que no contestó.