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– No… -exclamó Sara, corriendo hacia su hermana.
No las separaban más de seis metros, pero se le hicieron interminables. Por la mente de Sara cruzaron un millón de posibilidades mientras corría hacia Tessa, pero ninguna de ella se aproximó a lo que ahora veían sus ojos.
– Dios mío. -Sara soltó un grito ahogado. Las rodillas se le doblaron al dejarse caer al suelo-. Oh, no…
Habían apuñalado a Tessa al menos dos veces en el vientre y una en el pecho. Había sangre por todas partes, y el púrpura oscuro de su vestido era ahora de un negro intenso y húmedo. Sara miró el rostro de su hermana. Le habían cortado el cuero cabelludo, que colgaba sobre el ojo izquierdo, y el rojo intenso de la carne viva contrastaba con el blanco pálido de la piel.
– No… Tess… ¡No! -gritó Sara. Le llevó la mano a la mejilla e intentó hacerle abrir los ojos-. ¿Tessie? -dijo-. Dios mío, ¿qué ha pasado?
Tessa no respondió. Estaba exánime, y no presentó ninguna resistencia cuando Sara le volvió a colocar el cuero cabelludo desgarrado en la cabeza y le obligó a abrir los párpados para verle las pupilas. Sara le buscó el pulso de la carótida, pero le temblaban tanto las manos que sólo consiguió pintar con los dedos un macabro dibujo en el cuello de Tessa. Apretó el oído contra el pecho de su hermana, y el vestido húmedo se le pegó a la mejilla mientras intentaba encontrar signos de vida.
Mientras escuchaba, Sara le miró el vientre, donde estaba el bebé. La sangre y el líquido amniótico manaban de la incisión inferior como un grifo abierto. Un trozo de intestino asomaba por un ancho desgarrón del vestido, y Sara cerró los ojos al verlo, conteniendo el aliento hasta que oyó el débil latido del corazón de Tessa y sintió el casi imperceptible subir y bajar de su pecho mientras le entraba aire en los pulmones.
– ¿Tess? -dijo Sara, incorporándose y limpiándole la sangre de la cara con el dorso de la mano-. Tessie, por favor, despierta.
Alguien pisó una rama detrás de Sara, y ella se volvió con el corazón en un puño al oír el chasquido. Brad Stephens estaba detrás de ella, la boca abierta de consternación. Se miraron, los dos sin habla durante unos segundos.
– ¿Doctora Linton? -preguntó por fin Brad, su voz casi inaudible en aquel enorme claro.
Tenía la misma expresión sobrecogida del mapache que había visto antes.
Lo único que pudo hacer Sara fue mirarlo. Su mente le gritaba que fuera a buscar a Jeffrey, que hiciera algo, pero no le salían las palabras.
– Iré a buscar ayuda -dijo, y sus zapatos resonaron contra el suelo cuando se dio media vuelta y se alejó corriendo por el sendero.
Sara observó a Brad hasta que éste desapareció por el recodo antes de volver la vista hacia Tessa. No podía estar ocurriendo. Las dos estaban atrapadas en una horrible pesadilla, de la que despertarían y todo habría acabado. Ésa no era Tessa, no podía ser su hermana pequeña, que había insistido en acompañarla como cuando eran pequeñas. Tessa sólo había ido a dar una vuelta, a aliviarse la vejiga. No podía estar en el suelo desangrándose mientras a Sara no se le ocurría otra cosa que hacer que darle la mano y llorar.
– Todo irá bien -le dijo a su hermana, alargando el brazo para coger la otra mano de Tessa.
Notó algo pegajoso entre la piel de las dos, y cuando observó la mano derecha de Tessa, vio que ésta tenía un trozo de plástico blanco pegado a la palma.
– ¿Qué es esto? -preguntó.
Tessa apretó el puño y soltó un gemido.
– ¿Tessa? -dijo Sara, olvidándose del plástico-. Tessa, mírame.
Los párpados de Tessa temblaron, pero no se abrieron.
– ¿Tess? -preguntó Sara de nuevo-. Tess, quédate conmigo. Mírame.
Lentamente, Tessa abrió los ojos y musitó:
– Sara… -pero enseguida comenzaron a cerrarse de nuevo en un temblor.
– ¡Tessa, no cierres los ojos! -le ordenó Sara. Le apretó mano y le preguntó-: ¿Sientes mi mano? Háblame. ¿Notas cómo te aprieto la mano?
Tessa asintió, y de pronto puso unos ojos como platos, como si acabaran de sacarla de un sueño profundo.
– ¿Puedes respirar bien? -preguntó Sara, consciente del estridente pánico de su voz. Intentó calmarse, pues sabía que sólo estaba empeorando las cosas-. ¿Te cuesta respirar?
Tessa pronunció un no mudo, los labios temblando del esfuerzo.
– ¿Tess? -dijo Sara-. ¿Dónde te duele? ¿Qué es lo que más te duele?
Tessa no respondió. De manera vacilante, se llevó la mano a la cabeza, y los dedos quedaron por encima del cuero cabelludo desgarrado. Su voz no era más que un susurro cuando preguntó:
– ¿Qué ha pasado?
– No lo sé -le dijo Sara.
No estaba segura de nada, sólo de que debía mantener despierta a Tessa.
Los dedos de su hermana tocaron su cuero cabelludo. Notó que la piel sé movía y Sara le quitó la mano.
– ¿Qué…? -dijo Tessa, pero su voz se apagó en esa palabra. Cerca de su cabeza había una piedra grande, sobre cuya superficie había restos de sangre y pelo.
– ¿Te golpeaste la cabeza al caer? -preguntó Sara, pensando que a lo mejor había sido eso-. ¿Eso es lo que pasó?
– No lo sé…
– ¿Alguien te apuñaló, Tess? -preguntó Sara-. ¿Recuerdas lo que ocurrió?
La cara de Tessa se crispó de miedo mientras se llevaba la mano a la barriga.
– No -dijo Sara, mientras sujetaba la mano abierta de Tessa para que no se tocara la herida.
De nuevo se oyó el chasquido de unas ramas cuando Jeffrey llegó corriendo. Se arrodilló al lado de Sara y preguntó:
– ¿Qué ha pasado?
Al verle, Sara se echó a llorar.
– ¿Sara? -preguntó, pero Sara no podía responder-. Sara -repitió Jeffrey. La agarró por los hombros y le ordenó-: Sara, concéntrate. ¿Viste quién lo hizo?
Miró a su alrededor, y cayó en la cuenta de que la persona que había apuñalado a Tessa podía seguir ahí.
– ¿Sara?
Ella negó con la cabeza.
– Yo no… No…
Jeffrey le registró los bolsillos, encontró el estetoscopio y se lo puso en la mano inerte.
– Frank está llamando a una ambulancia -dijo, y su voz sonó tan lejana que Sara pensó que le estaba leyendo los labios en lugar de oír sus palabras-. ¿Sara?
Las emociones la paralizaban, y no sabía qué hacer. Su visión formó una especie de túnel, y todo lo que aparecía era Tessa, ensangrentada, aterrada, los ojos abiertos a causa del susto. Algo pasó ante ellos: horror abyecto, dolor, un miedo cegador. Sara no sabía qué hacer.
– ¿Sara? -repitió Jeffrey y le puso la mano en el brazo. Volvió a oír en una furiosa acometida, como el agua que se derrama de una presa.
Él le apretó el brazo hasta hacerle daño.
– Dime qué he de hacer.
De algún modo, sus palabras la devolvieron al presente. Sin embargo, se le formó un nudo en la garganta al decir:
– Quítate la camisa. Necesitamos detener la hemorragia.
Sara vio a Jeffrey quitarse la americana y la corbata y, a continuación, se arrancó la camisa desgarrando los ojales. Poco a poco, la mente de Sara comenzó a funcionar. Podía hacerlo. Sabía qué hacer.
– ¿Es grave? -le preguntó él.
Sara no respondió, pues sabía que expresar el daño infligido supondría agravarlo. Lo que hizo fue apretar la camisa de Jeffrey contra el vientre de Tessa; a continuación colocó encima la mano de Jeffrey.
– Así -dijo, para que él supiera cuánta presión ejercer.
– ¿Tess? -preguntó Sara, procurando ser fuerte-. Quiero que me mires, ¿entendido, cariño? Mírame y hazme saber si hay algún cambio, ¿de acuerdo?
Tessa asintió, y sus ojos se desviaron a un lado cuando Frank se acercó a ellos.
Frank se acuclilló junto a Jeffrey.
– Hay una ambulancia aérea a menos de diez minutos de aquí.
Comenzó a desabrocharse la camisa en el momento en que Lena Adams apareció en el calvero. Matt Hogan iba detrás, las manos apretadas a los lados.
– Debe de haberse ido por ahí -les dijo Jeffrey, indicando el sendero que se internaba en el bosque.