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En la entrada, un largo vestíbulo central con una escalera conectaba los tres pisos, y dos pasillos más, perpendiculares, daban acceso a las habitaciones y los dormitorios. La residencia tenía la misma distribución que las otras del campus. La unidad en donde vivía Lena era muy parecida, excepto por el hecho de que todas las habitaciones de la residencia de la facultad poseían una suite con su propio cuarto de baño y una salita que también hacía las veces de cocina americana. Aquí había dos estudiantes por habitación, y cuartos de baño comunitarios al final de cada pasillo.
Cuanto más se acercaban Ethan y Lena al final del pasillo, más claramente identificaba dos de los olores que había en el aire: a orines y vómitos.
– Tengo que pararme aquí un momento -dijo Ethan, deteniéndose frente a una puerta en la que había una pegatina que rezaba «RESIDUOS PELIGROSOS»-. ¿Te importa?
– Te esperaré fuera -contestó Lena, apoyándose contra la pared.
Ethan se encogió de hombros, metió la llave en la cerradura y sacudió la puerta hasta que se abrió. Lena no entendió por qué se molestaba en cerrarla. Casi todos los residentes del campus sabían que bastaba con sacudir los pomos con la fuerza suficiente para que las puertas se abrieran solas. La mitad de los robos denunciados no mostraban indicios de que se hubiera forzado la puerta.
– Vuelvo enseguida -dijo Ethan antes de entrar y cerrar la puerta.
Lena observó el tablón para recados que había pegado en la puerta mientras esperaba. La mitad era un tablero de corcho, y la otra una pizarra para escribir con rotulador. En el corcho había varias notas pegadas con chinchetas que Lena no tuvo curiosidad de desdoblar y leer. En la pizarra blanca, alguien había escrito: «Ethan la chupa muy bien», y al lado había un dibujo de lo que parecía un mono deforme con un bate de béisbol o un pene erecto en su mano de tres dedos.
Lena suspiró, preguntándose qué coño estaba haciendo allí. Tal vez lo mejor era que al día siguiente fuera a comisaría a hablar con Jeffrey. Tenía que haber una manera de convencerle de que no estaba implicada en el caso. Debería volver a casa ahora mismo, servirse una copa e intentar dormir, y así, a la mañana siguiente, tendría la cabeza despejada para trazar un plan de actuación. Pero también podía quedarse y charlar con el amigo de Andy, con lo que al fin podría tener algo para Jeffrey que le demostrara que actuaba de buena fe.
– Lo siento -dijo Ethan al volver, con la misma pinta que cuando entrara en el cuarto.
Se preguntó qué habría estado haciendo, pero le faltó curiosidad para preguntar. Probablemente había supuesto que ella entraría con él, y que podría seducirla con sus encantos juveniles. Lena se dijo que ojalá no pareciera tan tonta como él la consideraba.
– ¡Oh, mierda! -exclamó Ethan, borrando el mensaje de la pizarra con la manga-. Hay que ver qué cosas ponen.
– No pasa nada -dijo ella, aburrida.
– De verdad -insistió él-. Dejé de hacer estas cosas en el instituto.
Lena le creyó por un instante, pero se permitió una sonrisa al darse cuenta de que Ethan bromeaba.
Recorrieron el pasillo, y él le preguntó casi gritando:
– ¿Te gusta esta canción?
– Desde luego que no -le dijo Lena, pensando de nuevo si no sería mejor dejarlo.
Podía conseguir el nombre del amigo de Andy y que se encargara Jeffrey mañana.
– ¿Qué clase de música te gusta? -preguntó Ethan.
– La que no te da dolor de cabeza -contestó Lena-. ¿Vamos a hablar con ese amigo tuyo o no?
– Por aquí.
Ethan le señaló las escaleras de delante.
Un trozo de enlucido se cayó del techo delante de Lena cuando entraron en el pasillo principal, y aunque Lena sólo podía oír la música, supo que el suelo crujía sobre su cabeza.
Arriba había una gran sala comunitaria junto a las escaleras, con una tele y mesas para estudiar, aunque no parecía que en ese momento nadie estuviera estudiando. También había una cocina comunitaria, pero, a juzgar por las otras residencias que Lena había visto, probablemente todo lo que contenía era una vetusta nevera, un microondas con la puerta atascada y máquinas expendedoras. En la segunda planta había menos habitaciones y, aunque éstas eran más pequeñas, era la planta más codiciada. Tras haber catado el olor de los cuartos de baño más utilizados del piso inferior, Lena intuyó por qué.
– Por aquí -le chilló Ethan.
Lena le siguió, y se abrieron paso entre la gente sentada en las escaleras. Nadie parecía tener más de quince años, pero todos bebían un brebaje color rosa que contenía tanto alcohol que a Lena le llegó el olor al pasar. Reconoció el tercer aroma del ambiente: licor fuerte.
El pasillo de arriba estaba más concurrido que las escaleras, y Ethan le cogió suavemente la mano para que no se perdiera. Lena tragó saliva ante aquel contacto repentino, y dirigió la mirada hacia la mano que acababa de cogerla. Los dedos eran largos y delicados, casi de chica. La muñeca también era fina, y los huesos le asomaban justo debajo de la manga de la camiseta. La habitación estaba tan atestada y hacía tanto calor que no entendía cómo Ethan no estaba sudando. Tanto daba lo que ocultara bajo las mangas, no valía la pena sudar como un cerdo en una sala en la que había al menos un centenar de personas, todos saltando al ritmo de lo que sólo con muy buena voluntad se podía denominar música.
De pronto la música se detuvo. La sala se quejó al unísono, y siguió una carcajada cuando las luces se apagaron.
A Lena se le encogió el corazón cuando unos desconocidos chocaron con ella. A su lado un hombre susurró algo, y una chica soltó una carcajada. Tras ella, otro individuo apretó el cuerpo contra el de ella, y esta vez el contacto no fue involuntario.
– ¡Eh, volved a poner la música! -exclamó alguien.
– ¡Un momento! -respondió alguien, y una linterna iluminó el rincón mientras el pinchadiscos intentaba reunir su material. Los ojos de Lena por fin se acostumbraron a la penumbra, y distinguió las formas de la gente que tenía alrededor. Avanzó un poco, y el tipo que tenía detrás la siguió como una sombra. Le puso las manos en la cintura y le susurró: «Hola» al oído.
Lena se quedó helada.
– Vamos a alguna parte -dijo, frotándose contra ella.
Lena intentó decirle: «Basta», pero la palabra se le quedó en la garganta. Se lanzó hacia Ethan, y le rodeó el brazo con las manos antes de darse cuenta de lo que hacía.
– ¿Qué? -preguntó Ethan.
Incluso en la oscuridad, ella se dio cuenta de que Ethan miraba a su espalda y comprendía lo que pasaba. Tensó los músculos y lanzó un puñetazo contra el pecho del tipo mientras susurraba:
– Gilipollas.
El tipo reculó, levantando las manos como si fuera un simple malentendido.
– No pasa nada -dijo Ethan a Lena.
La rodeó con sus brazos, protegiéndola de la multitud. Lena debería haberle apartado, pero necesitaba un par de segundos para calmarse antes de que el corazón le saliera por las costillas.
Sin previo aviso, la música comenzó a sonar otra vez y se encendieron las luces. La multitud gritó de entusiasmo y comenzó a bailar otra vez, y sus camisetas blancas y sus dientes se tornaron púrpura por la luz. Unos cuantos utilizaban linternas para deslumbrar a los demás.
– Aquí todos van de pastillas -dijo Lena.
Al menos, le pareció haberlo dicho. La música estaba tan alta que no podía oír lo que decía. Todos estaban colocados de éxtasis, y las luces intensificaban la experiencia. Comprendió la utilidad del chupete de Paul. Era para que no le castañetearan los dientes mientras bailaba.
Ethan gritó por encima de la música:
– Ven por aquí.
La hizo andar hacia atrás. Ella extendió los brazos por detrás, y se detuvo al tocar una pared.
– ¿Estás bien? -preguntó Ethan, con la cara muy cerca de la de ella para que pudiera oírle.
– Desde luego -dijo Lena, empujándole el pecho con la mano para hacer un poco de sitio entre los dos.