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Desde la muerte de Sibyl, Richard había ascendido a profesor asociado del departamento de biología, donde, considerando su repelente personalidad, su carrera probablemente se estancaría. Richard se parecía mucho a Chuck, pues también él intentaba disimular su agobiante estupidez con un aire de superioridad completamente infundado. Ni siquiera era capaz de pedir el desayuno en un restaurante sin darle a entender a todo el mundo que sabía de huevos más que el cocinero.

– ¿Te has enterado de lo de ese chaval? -Richard soltó un silbido por lo bajo parecido a un avión al aterrizar, bajando la mano en el aire hasta dar una palmada en la mesa para poner énfasis-. Saltó desde el puente.

– Sí -dijo ella, pero no añadió nada más.

– Se habla de asesinato -comentó Richard, casi eufórico. Le encantaba el chismorreo más que a una mujer; muy apropiado, considerando que era más maricón que un supositorio-. Su padre y su madre trabajan en la universidad. Su madre está en el departamento de orientación. ¿Te imaginas el escándalo?

Lena sintió un arrebato de vergüenza al pensar en Jill Rosen.

– Imagino que los dos están destrozados. Su hijo ha muerto -dijo a Richard.

Richard torció la comisura de los labios, mirando abiertamente a Lena de arriba abajo. A pesar de ser un capullo egocéntrico, era bastante perspicaz, y Lena se decía que ojalá no adivinara sus pensamientos.

– ¿Los conoces? -preguntó Richard.

– ¿A quiénes?

– A Brian y Jill -dijo, mirando por encima de la espalda de Lena.

Saludó con la mano, como una adolescente tonta, a alguien antes de volverse a concentrar en Lena.

Ella se lo quedó mirando, sin responder a la pregunta.

– ¿Has perdido peso?

– No -dijo ella, aunque sí había adelgazado. Los pantalones le quedaban más holgados que la semana pasada. Últimamente Lena no tenía mucha hambre-. ¿Era uno de tus alumnos?

– ¿Andy? -preguntó Richard-. Sibyl lo había tenido un trimestre justo antes de que…

– ¿Qué clase de muchacho era?

– Desagradable, ya que me lo preguntas. Sus padres le daban todo lo que querían.

– ¿Malcriado?

– Mucho -confirmó Richard-. Casi suspende la asignatura de Sibyl. Biología orgánica. ¿Tan difícil es? Se suponía que iba a ser el próximo Einstein, ¿y no podía aprobar la orgánica? -Richard soltó un bufido de disgusto-. Brian intentó presionar a Sibyl, pedir que le devolviera algunos favores para conseguir que le subiera la nota.

– Sibyl no hacía ese tipo de favores.

– Claro que no -dijo Richard, como si jamás lo hubiera puesto en duda-. Sib fue muy correcta, como siempre, pero Brian estaba enfadado. -Bajó la voz-. Seré honesto. Brian siempre estuvo celoso de Sibyl. Noche y día presionaba para conseguir su puesto de jefe de departamento.

Lena se preguntó si Richard le estaba diciendo la verdad o sólo removía la mierda. Tenía la costumbre de meterse siempre en medio. Durante la investigación del asesinato de Sibyl, hubo un momento en que su bocaza casi le hace figurar en la lista de sospechosos, aunque era tan poco probable que asesinara a alguien como que a Lena le salieran alas.

Intentó ponerlo en un aprieto.

– Parece que conoces muy bien a Brian.

Richard se encogió de hombros, saludando a alguien que estaba detrás de Lena mientras decía:

– Es un departamento pequeño. Trabajamos todos juntos. Eso fue obra de Sibyl. Ya sabes que su lema era «Trabajo en equipo».

Richard volvió a saludar a alguien.

Lena casi sentía ganas de volverse y ver si había alguien detrás de ella, pero decidió que le sería más útil sacarle información a Richard.

– De todos modos -comenzó Richard-, Andy acabó dejando los estudios, y naturalmente su papá le encontró un trabajo en el laboratorio. -Soltó un bufido de irritación-. Tampoco es que a mí me parezca trabajar pasarse seis horas sentado escuchando rap. Y que no se te ocurriera quejarte a Brian.

– Imagino que se lo tomará muy mal.

– ¿Y quién no? -preguntó Richard-. Supongo que los dos estarán destrozados.

– ¿A qué se dedica Brian?



– A la investigación biomédica. Ahora tiene una beca, y entre tú y yo… -No acabó la frase, pero Lena supo que era entre Richard y toda la facultad-. Bueno, digamos que si no consigue esa beca, tiene que irse de aquí.

– ¿No tiene plaza fija?

– Oh -dijo Richard como si lo supiera todo-, tiene una plaza fija.

Lena esperó unos momentos, pero Richard permaneció inusitadamente silencioso. Lena sólo llevaba unos meses trabajando en el campus, pero ya se imaginaba cómo la universidad se libraría de un profesor que no cumplía con sus obligaciones. Richard, que se pasaba el día enseñando repaso de biología a los alumnos de primero más torpes, era un perfecto ejemplo de cómo la administración podía castigar a los profesores sin llegar a despedirlos. La única diferencia era que alguien como Richard nunca se marcharía.

– ¿Era inteligente? -preguntó Lena.

– ¿Andy? -Richard se encogió de hombros-. Estaba aquí, ¿no?

Lena sabía que esa frase se podía entender de muchas maneras. Grant Tech era una buena universidad, pero que cualquiera que tuviera talento quería ir a la Georgia Tech de Atlanta. Al igual que la Universidad Emory de Decatur, Georgia Tech se consideraba una de las universidades más prestigiosas del sur. Sibyl había estudiado en Georgia Tech con una beca completa, lo que enseguida la había hecho sobresalir entre los demás. Podría haber dado clases en cualquier parte, pero en Grant encontró algo que la atrajo.

Richard parecía pensativo.

– Yo quería ir a Georgia Tech, ya lo sabes. Desde siempre. Iba a ser mi pasaporte de salida de Perry. -Sonrió, y durante un segundo pareció un ser humano como cualquier otro-. Cuando era niño tenía todas las paredes cubiertas de pósteres. Yo era un Náufrago Errante -dijo, citando el famoso himno de Georgia Tech-. Iba a enseñarles todo lo que valía.

– ¿Por qué no fuiste? -preguntó Lena, pensando que le incomodaría.

– Oh, me aceptaron -dijo Richard, esperando que eso la impresionara-. Pero mi madre acababa de morir, y… -No acabó la frase-. Bueno. Ahora ya no se puede hacer nada. -Señaló a Lena con el dedo-. Aprendí mucho de tu hermana. Era muy buena profesora. Para mí era un modelo a seguir.

Lena dejó que ese cumplido flotara entre ambos. No quería hablar de Sibyl con Richard.

– Oh, Dios -dijo Richard poniéndose en pie-. Ahí está Jill. Rosen estaba en la puerta, buscando a Lena con la mirada. La mujer parecía perdida, y Lena estaba pensando si debía decirle algo cuando Richard le dedicó uno de sus saluditos de nena.

Jill Rosen le saludó sin mucha convicción, avanzando hacia ellos.

Richard se puso en pie y dijo:

– Oh, cariño -mientras le cogía las manos a Rosen.

– Brian ya está en camino -le explicó-. Intentarán conseguirle plaza en el primer avión que salga de Washington.

Richard frunció el ceño y ofreció su ayuda.

– Si puedo hacer algo por ti o por Brian…

– Gracias -contestó Rosen, mirando a Lena.

– Te veré luego -dijo Lena a Richard.

Richard arqueó las cejas e inició una elegante retirada, insistiendo en su disponibilidad:

– Lo que necesites -le dijo a Jill Rosen.

Ésta le dirigió una tensa sonrisa de agradecimiento cuando se fue.

– ¿Ya ha llegado el jefe Tolliver? -preguntó a Lena.

– Todavía no.

Rosen la miró, probablemente intentando comprobar si Lena mantenía su parte del trato. Y así había sido. Lena estaba sobria. Las dos copas que se había tomado en su apartamento después de contarle a Rosen lo de su hijo no bastaban para emborracharla.

– Antes tenía que hacer un par de cosas -dijo Lena.

– ¿Te refieres a lo de la muchacha? -preguntó Rosen, y Lena imaginó que le habrían contado lo de Tessa Linton al menos veinte veces entre el centro de orientación y la biblioteca.

– No quise contárselo -le explicó Lena.