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Cuando retrocedí después de encajarle la patada, seguramente le pisé la cola a uno de los gatos crichantes y dratsantes , porque slusé un gronco yauuuuuuu y descubrí que un montón de pelos, dientes y garras se me había aferrado a la pierna, y de pronto me encontré lanzando maldiciones y tratando de sacudirme el coto, mientras sostenía la malenca estatua de plata en una ruca y procuraba pasar sobre la vieja ptitsa en el suelo para alcanzar al hermoso Ludwig van que me miraba con enojo de piedra. Y aquí metí el pie en otro plato lleno de moloco cremoso, y así salí volando de nuevo, y toda la vesche era realmente muy graciosa si uno podía imaginarse que le sluchaba a cualquier otro veco, y no a Vuestro Humilde Narrador. Y entonces la starria ptitsa del suelo extendió la ruca pasando por encima de todos los gatos dratsantes y maullantes, y me agarró la noga, sin dejar de gritar -Guaaaaaah-, y como yo casi había perdido el equilibrio, ahora me fui de veras al suelo, en medio del moloco derramado y los cotos scraicantes, y la vieja forella empezó a darme puñetazos en el litso -los dos estábamos en el suelo- al mismo tiempo que crichaba: -Denle látigo, péguenle, arránquenle las uñas, es una chinche venenosa -y sólo hablaba a sus gatitos; y entonces, como obedeciendo a la vieja ptitsa starria, un par de cotos se me arrojó encima y comenzaron a arañarme como besuños. Así que, hermanos, yo mismo me puse verdaderamente besuño, y repartí algunos tolchocos, pero la bábuchca dijo: -Escuerzo, no toques a mis gatitos -y me arañó la cara. De modo que yo criché: -Sumca vieja y hedionda -y alcé la malenca estatua de plata y le di un buen tolchoco en la golová, y así la callé realmente joroschó .

Ahora, mientras me incorporaba entre todos los cotos y las cotas cracantes , slusé nada menos que el chumchum de la vieja sirena policial a la distancia, y comprendí scorro que la vieja forella de los gatos había estado hablando por teléfono con los militsos cuando yo creí que goboraba con sus bestias maulladoras, pues se le habían despertado scorro las sospechas cuando yo toqué el viejo svonoco pretendiendo que necesitaba ayuda. Así que ahora, al slusar el temido chumchum del coche de los militsos, corrí hacia la puerta del frente y me costó un raboto del infierno quitar todos los cerrojos y cadenas y cerraduras y otras vesches protectoras. Al fin conseguí abrir, y quién estaba en el umbral sino el viejo Lerdo, y ahí mismo alcancé a videar la huida de los otros dos de mis llamados drugos. -Largo de aquí -criché al Lerdo-. Llegan los militsos. -El Lerdo dijo: -Tú te quedas a recibirlos juh juh juh juh -y entonces vi que había desenroscado el usy , y ahora lo levantaba y lo hacía silbar juisssss y me daba un golpe rápido y artístico en los párpados, pues alcancé a cerrarlos a tiempo. Y cuando yo estaba aullando y tratando de videar y aguantar el terrible dolor, el Lerdo dijo: -No me gustó que hicieras lo que hiciste, viejo drugo. No fue justo que me trataras de ese modo, brato . -Y luego le slusé las botas bolches y pesadas que se alejaban, mientras hacía juh juh juh juh en la oscuridad, y apenas siete segundos después slusé el coche de los militsos que venía con un roñoso y largo aullido de la sirena, que iba apagándose, como un animal besuño que jadea. Yo también estaba aullando y manoteando, y en eso me di con la golová contra la pared del vestíbulo, pues tenía los glasos completamente cerrados y el jugo me brotaba a chorros, y dolor dolor dolor. Así andaba a tientas por el vestíbulo cuando llegaron los militsos. Por supuesto, no podía videarlos, pero sí podía slusarlos y olía condenadamente bien el vono de los bastardos, y pronto pude sentirlos cuando se pusieron bruscos y practicaron la vieja escena de retorcer el brazo, sacándome a la calle. También slusé la golosa de un militso que decía desde el cuarto de los cotos y las cotas: -Recibió un feo golpe, pero todavía respira -y por todas partes maullidos y bufidos.