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Todo estaba oscuro, y por aquí y por allá camas y armarios, y bolches y pesadas banquetas y pilas de cajas y libros. Pero yo caminé virilmente hacia la puerta del cuarto, porque de allí venía un rayo de luz. La puerta hizo escuiiiiiiic, y me encontré en un corredor polvoriento, con otras puertas. Qué despilfarro, hermanos, me refiero a tantos cuartos y una sola filosa starria y sus regalones, pero tal vez los cotos y las cotas tenían dormitorios separados, y vivían tomando crema y comiendo cabezas de pescado como reinas y príncipes reales. Desde abajo venía la golosa apagada de la vieja ptitsa que decía: -Sí, sí, sí, eso es-, pero seguramente goboraba a las bestias maullantes y meneantes que hacían miaaaaaa pidiendo más moloco. Entonces vi la escalera que bajaba al vestíbulo y pensé que les mostraría a mis inútiles y veleidosos drugos que yo valía tanto como los tres y más. Lo haría todo odinoco . Si era necesario aplicaría la ultraviolencia a la ptitsa starria y a sus regalones, luego tomaría rucadas de lo que me pareciera realmente polesño , e iría bailando hasta la puerta de calle y abriría para mostrar el oro y la plata a mis drugos, que esperaban afuera. Así aprenderían quién era el jefe.
Empecé a bajar la escalera, lento y silencioso, admirando en el descenso grasñas imágenes de otros tiempos -débochcas con pelo largo y cuello alto, cosas del campo con árboles y caballos, el santo veco barbado todo nago colgando de la cruz. Había un vono realmente mohoso a gatitos y a pescado y a polvo starrio en este domo, diferente de lo que se olía en los edificios de viviendas. Y cuando llegué a la planta baja pude videar el cuarto iluminado del frente, donde ella había estado sirviendo moloco a los cotos y las cotas. Más, pude ver las grandes scotinas bien rellenas que iban y venían ondulando la cola y como frotando el piso con la barriga. Sobre un arcón de madera, en el vestíbulo oscuro, había una bonita y malenca estatua que brillaba a la luz de modo que decidí crastarla para mí: era una débochca delgada y joven, de pie sobre una noga con las rucas extendidas; en seguida vi que era de plata. De modo que la tenía en la mano cuando me metí en el cuarto iluminado, diciendo: -Ja, ja, ja. Al fin nos encontramos. Nuestra breve goborada por el agujero de las cartas no fue, digamos, satisfactoria, ¿sí? Reconozcamos que no, oh ciertamente no lo fue, hedionda y starria vieja filosa. -Tuve que frotarme los ojos cuando vi el cuarto y a la vieja ptitsa . Había cotos y cotas por todas partes, yendo y viniendo sobre la alfombra, y mechones de pelo amontonados, y las scotinas gordas eran de diferentes formas y colores, blanco, negro, moteado, jengibre, carey, y también de todas las edades, así que había cachorritos que jugaban, y gatos crecidos, y otros realmente starrios y de muy mal carácter. La dueña, la vieja ptitsa, me miró agresiva como un hombre, y dijo:
– ¿Cómo entró? Mantenga la distancia, perverso joven, o me veré obligada a pegarle.
No tuve más remedio que smecar realmente joroschó, videando que ella tenía en la ruca venosa un bastón de madera oscura que alzó, amenazante. Así que mostrándole los subos blancos me le acerqué un poco más, sin prisa, y en eso vi sobre un estante una veschita hermosa, la cosa malenca más linda que un málchico aficionado a la música como yo hubiese podido videar con los propios glasos, pues era la golová y los plechos del propio Ludwig van, lo que llaman un busto, una vesche como de piedra, con largos cabellos de piedra y los glasos ciegos, y la corbata suelta y ancha. Me le eché encima sin pensarlo, mientras decía: -Bueno, qué hermoso y todo para mí. -Pero al acercarme, los glasos clavados en la vesche, y la ruca hambrienta extendida, no vi los platos en el suelo, metí el pie en uno y casi pierdo el equilibrio.- Huuup -dije, tratando de enderezarme, pero la viejita ptitsa se había acercado por detrás sin que yo la notara, con mucho scorro para su edad, y ahí comenzó a hacer crac crac sobre la golová con el palo. Y entonces me encontré apoyado en las rucas y las rodillas, tratando de incorporarme y diciendo: -Mala, mala, mala. -Y ella seguía crac crac, gritando:- Perverso piojo de albañal, metiéndose en las casas de la gente auténtica. -No me gustaba el crac crac crac, así que tomé un extremo del palo cuando volvió a bajarlo sobre mi golová, y ella perdió el equilibrio y quiso apoyarse en la mesa, pero entonces se vino abajo el mantel con la jarra y la botella de leche, y se oyó splosh splosh en todas direcciones, y la vieja ptitsa cayó al suelo gruñendo y gritando: -Maldito seas, muchacho, esto me lo pagarás. -Ahora todos los gatos comenzaron a spugarse , y corrían y saltaban aterrorizados, y se agarraban entre ellos, y había tolchocos de gatos con mucha movida de lapas , y ptaaaaa y grrrr y craaaaaarc. Me enderecé sobre las nogas y ahí estaba la maligna y vengativa forella starria con los pelos alborotados y gruñendo mientras trataba de levantarse del suelo, de modo que le di un malenco puntapié en el litso, y no le gustó nada, y gritó: -Guaaaaaah -y se podía videar que el litso venoso y manchado se le ponía púrpura donde yo había aplicado la vieja noga.