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Un día frío de otoño, mientras caminaba por la calle, María vio a una anciana sentada en un banco, mirando al vacío. Sus hombros estaban caídos, su rostro pálido y su mirada perdida. Algo en el interior de María se agitó – como si una fuerza invisible la llamara hacia esa mujer. No podía simplemente pasar de largo.
Al acercarse, María se sentó a su lado sin apresurarse a hacer preguntas. Sabía que a veces, el simple hecho de estar presente era más poderoso que las palabras. Después de unos minutos, la mujer comenzó a hablar por sí sola. Su voz era baja y cansada. Le contó a María lo difícil que había sido para ella la pérdida de su esposo, y cómo ahora la vida le parecía vacía, con hijos que vivían lejos y apenas la llamaban. Con cada palabra, la anciana se abría más, como si su alma se liberara poco a poco del peso que la oprimía.
María escuchaba con atención, sin interrumpir, sin intentar ofrecer consuelos superficiales como "todo estará bien". En lugar de eso, se concentró en las palabras de la mujer, en su dolor. Cuando la mujer terminó de hablar, María simplemente dijo: "Gracias por compartir esto conmigo. Tus sentimientos son importantes". La mujer, de repente, sonrió, y sus ojos se llenaron de lágrimas de gratitud. "Eres la única que realmente me ha escuchado en mucho tiempo", susurró.
María entendió que su habilidad para tranquilizar a las personas no radicaba en las palabras, sino en la sinceridad y en la profunda conexión con sus sentimientos. Esta realización le dio nuevas fuerzas. Ya no tenía dudas de que su camino era ayudar a aquellos que necesitaban una atención sincera y cuidado.
Cuanto más se abría al mundo, más fuertes se volvían sus dones. Pronto, María comenzó a notar que su presencia podía influir en toda una habitación. Cuando entraba en un lugar, las personas parecían sentir una mayor calma. Comenzaban a confiar en ella, incluso sin conocerla personalmente.
Una noche, mientras estaba en una reunión con amigos, María de repente sintió una inquietud inexplicable. Su corazón empezó a latir con fuerza y en su mente comenzaron a aparecer imágenes – destellos que no podía explicar. Se detuvo un momento para procesar lo que sentía y comprendió que su amigo Pedro podría enfrentarse a serios problemas. Se acercó a él y le dijo: «Ten cuidado, mañana podría suceder algo inesperado. Simplemente mantente alerta». Pedro, aunque un poco sorprendido, tomó sus palabras en serio.
Al día siguiente, Pedro conducía hacia casa, como de costumbre. En uno de los tramos de la carretera había una señal que indicaba una limitación temporal de velocidad. Normalmente, él no prestaba atención a esas advertencias; siempre tenía prisa y conocía bien esa ruta. Pero esta vez, algo en su interior lo detuvo. Recordó las palabras de María: «Ten cuidado». Y aunque no había ninguna razón aparente para preocuparse, decidió reducir la velocidad, por si acaso.
Pasando lentamente bajo la señal, Pedro notó que algo extraño comenzaba a suceder en el puente más adelante. Los coches se detuvieron, y un momento después se escuchó un fuerte estruendo. Pedro frenó, sintiendo su corazón latir más rápido. Aún no comprendía lo que había pasado, pero sabía que era algo serio. Continuó avanzando a un ritmo aún más lento, y al acercarse al puente, vio lo que había ocurrido: un grave accidente. Varios coches estaban destrozados, y uno de ellos colgaba de las barandillas, a punto de caer al río.
Pedro sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Apenas unos segundos antes, si no hubiera reducido la velocidad, podría haber estado en el centro de esa catástrofe. Un pensamiento se repetía en su cabeza: si no hubiera sido por María, si no hubiera sido por su advertencia… El miedo lo invadió al imaginar que en ese momento podrían estar sacando su propio cuerpo del agua helada.
Desde ese momento, no podía dejar de pensar en cómo María, de alguna manera, había sabido que estaba en peligro. Su premonición le había salvado la vida. Después de aquello, comenzó a verla de una manera diferente, sin dejar de agradecerle por haberle salvado. Ahora, María ya no dudaba de que había sido elegida para una misión especial. Sus dones no eran simplemente habilidades al azar, le habían sido dados para ayudar a las personas y guiarlas. Pero junto con esta revelación, también surgieron preguntas. ¿Por qué ella? ¿Qué debía hacer con esos poderes? ¿Y quién más, como ella, podría haber sido elegido para cumplir un papel en este mundo?
Estos pensamientos no la dejaban tranquila. Sentía que la esperaban nuevas pruebas, nuevos descubrimientos, y que su camino apenas comenzaba.
Sentimientos que experimentan los elegidos
Esta sensación no apareció de repente. Ha estado contigo desde tu nacimiento. Siempre supiste que había algo dentro de ti, que era diferente, que el mundo a tu alrededor funcionaba de una manera distinta para todos, pero para ti, de una forma especial. En la infancia, esto pudo parecer un susurro tenue, pero con cada año, se fue haciendo más fuerte.
Quizás lo ignoraste. Tal vez intentaste vivir como los demás, encajar en la sociedad y seguir las reglas. Pero, incluso entonces, no pudiste deshacerte de la sensación interna de que algo te guiaba, te dirigía. Notabas cómo a veces el mundo cambiaba a tu alrededor: pequeñas coincidencias, extrañas circunstancias. Tal vez pensabas en alguien, y esa persona inesperadamente aparecía en tu vida. O sentías un presentimiento de que debías cambiar de rumbo, y eso te salvaba de algo malo.
Siempre has sentido una mano invisible que te sostenía en los momentos difíciles. Hubo situaciones en las que todo parecía perdido, pero en el último momento, algo se resolvía de manera milagrosa, como si alguien cuidadosamente te guiara de la mano.
Tal vez hayas tenido sueños en los que sentías que alguien te enseñaba, te orientaba. Te despertabas sin recordar siempre los detalles, pero con la sensación de que había sido algo importante. Estos sueños son más que simples juegos del subconsciente. Son una señal de tu conexión con algo grandioso.
Si te reconoces en estos ejemplos, entonces siempre supiste que esto no era una coincidencia. Has sido elegido desde tu nacimiento, y estas señales siempre te han acompañado, incluso si no las reconociste de inmediato.