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– ¿A Roarke?

– No hablaba en serio -se apresuró a decir Carter en defensa del fallecido-. Tiene que comprenderlo. Para muchos de nosotros Roarke es, no sé, como un diamante, ¿entiende? Le llueven los créditos, viste ropa elegante, tiene apartamentos de lujo, además de poder, y ahora una nueva esposa sexy… -Se interrumpió, ruborizándose-. Perdone.

– No te preocupes -respondió Eve. Más tarde decidiría si era divertido o asombroso que un chico de apenas veinte años la considerara sexy.

– Sólo que muchos de los técnicos, bueno, un montón de gente en general tiene aspiraciones. Y Roarke es el ejemplo a seguir. Drew sentía una gran admiración por él. Tenía ambiciones, señora… perdón, teniente. Tenía objetivos y planes. ¿Por qué iba a hacer algo así? -De pronto se le llenaron los ojos de lágrimas-. ¿Por qué iba a querer hacer algo así?

– No lo sé, Carter. A veces nunca se sabe el porqué.

Ella le hizo hacer memoria y lo guió hasta que tuvo una imagen lo bastante clara de Drew Mathias. Una hora más tarde no tenía otra cosa que hacer que escribir un informe para quien acudiera a cerrar el caso.

Se apoyó contra el tabique de espejo del ascensor mientras regresaba al ático con Roarke.

– Ha sido un acierto instalarlo en otra habitación y otro piso. Puede que duerma mejor esta noche.

– Dormirá mejor si toma los tranquilizantes. ¿Qué me dices de ti? ¿Crees que dormirás?

– Sí. Le daría menos vueltas si tuviera alguna idea de lo que le preocupaba, de lo que lo empujó a hacer algo así. -Eve salió al pasillo y esperó a que Roarke desconectara el dispositivo de seguridad de su habitación-. La imagen que tengo de tu técnico es de un joven con grandes aspiraciones. Tímido con las mujeres y lleno de fantasías. Y estaba satisfecho con su trabajo. -Alzó los hombros-. No hizo ni recibió llamadas por telenexo, ni recibió o envió nada por correo elecrónico, ni tenía mensajes grabados, y el dispositivo de seguridad de la puerta fue conectado por Mathias a las dieciséis horas, y desconectado a las doce y treinta y tres por Carter. No recibió ninguna visita ni salió. Simplemente se acomodó para pasar la noche y se ahorcó.

– No fue un homicidio.

– No, no lo fue. -¿Mejoraba eso las cosas o las empeoraba?, se preguntó Eve-. No tenemos a nadie a quien culpar. Sólo un muchacho muerto. Una vida desperdiciada. -Eve se volvió hacia él y lo rodeó con sus brazos-. Has cambiado mi vida, Roarke.

Sorprendido, él le alzó el rostro. No tenía los ojos húmedos, sino secos, con una expresión fiera e indignada.

– ¿A qué viene eso?

– Has cambiado mi vida -repitió ella-. Al menos parte de ella. Y empiezo a darme cuenta de que es la mejor parte. Quiero que lo sepas. Quiero que lo recuerdes cuando volvamos y las cosas caigan de nuevo en la rutina, si me olvido de hacerte saber lo que siento o lo que pienso, o lo mucho que significas para mí.

Conmovido, él le besó la frente.

– No dejaré que lo olvides. Vamos a la cama. Estás cansada.

– Sí, lo estoy. -Eve se apartó el cabello y se acercó a la cama.

Les quedaban menos de cuarenta y ocho horas, se recordó. No iba a permitir que una muerte inútil estropeara las últimas horas de su luna de miel.

Ladeó la cabeza y pestañeó.

– ¿Sabes que Carter me encuentra sexy?

Roarke se detuvo y entornó los ojos.

– ¿Cómo dices?

Oh, le encantaba cuando esa melodiosa voz irlandesa se volvía arrogante.

– Y tú eres un diamante -dijo ella, moviendo la cabeza en círculo sobre sus agarrotados hombros mientras se desabrochaba la camisa.

– ¿Lo soy? ¿De verdad?

– Un diamante en bruto que, como diría Mavis, es súper. Y por si te interesa, parte del motivo de que lo seas es porque tienes una nueva esposa sexy.

Desnuda de cintura para arriba, se sentó en la cama y se quitó los zapatos. Él tenía las manos en los bolsillos y sonreía. Ella también sonrió. Sonreír era agradable.

– Así pues, diamante en bruto -continuó, ladeando la cabeza y arqueando un hombro-, ¿qué te propones hacer con tu mujer sexy?

Roarke se pasó la lengua por los labios y dio un paso adelante.

– ¿A qué espero para demostrarlo?

Eve pensaba, respecto al viaje de regreso, que mejor sería ser arrojada al espacio sin más. Se equivocaba.

Discutió, ya que en su opinión eran razones muy lógicas de por qué no debía embarcar en el transporte privado de Roarke.

– No quiero morir.

Él se mofó de ella, lo que la puso furiosa, y se limitó a cogerla en brazos y subirla a bordo.

– ¡No lo consentiré! -gritó ella. El corazón le palpitaba cuando él entró en la cabina de felpa-. Hablo en serio. Tendrás que dejarme inconsciente si quieres que me quede en esta trampa mortal.

– Hummm. -Él escogió una amplia butaca forrada de cuero negro para sentarse, y, sosteniéndola en su regazo, se apresuró a atarla a fin de inmovilizarle los brazos y evitar así posibles represalias.

– Eh, basta.

Presa de pánico, ella forcejeó maldiciéndolo.

– Déjame salir. ¡Suéltame!

El trasero de Eve sacudiéndose en su regazo le dio una idea de en qué emplear las primeras horas del viaje.





– Despega en cuanto te den autorización -ordenó al piloto, luego sonrió a la azafata y añadió-: No la necesitaremos por el momento.

Y en cuanto ella salió discretamente, selló las puertas de la cabina.

– No voy a hacerte daño -prometió a Eve.

Al oír el rumor de los motores preparándose y sentir la débil vibración bajo sus pies anunciando el despegue, consideró seriamente el arrancarse de un mordisco el cinturón de seguridad.

– No pienso pasar por esto -dijo ella-. Dile al piloto que se detenga.

– Demasiado tarde. -Él la rodeó con los brazos y apoyó el rostro en su nuca-. Relájate, cariño. Confía en mí. Estás más segura aquí que conduciendo por el centro de la ciudad.

– Mierda. -Cerró los ojos con fuerza cuando los motores emitieron un fuerte rugido.

Cuando la lanzadera espacial salió disparada hacia el cielo, el estómago de Eve se aplastó, y la fuerza de la gravedad la arrojó a los brazos de Roarke.

Jadeaba cuando cesaron las sacudidas y descubrió que la causa de la opresión que sentía en el pecho era que estaba conteniendo la respiración. Vació los pulmones de golpe, luego aspiró aire como un buceador que sale a la superficie.

Seguía con vida. Y eso ya era algo. Entonces cayó en la cuenta de que no sólo ya no estaba atada, sino que tenía la blusa desabrochada y las manos de Roarke en los pechos.

– Si crees que vamos a hacerlo después de…

Él se limitó a volverla. Eve captó el destello de humor y lujuria en sus ojos antes de que posara la boca en uno de sus senos.

– Canalla. -Pero se echó a reír al sentirse inundada de placer y lo sujetó por la nuca para animarlo a seguir.

Nunca dejaba de sorprenderla lo que él era capaz de hacerle. Esas salvajes oleadas de placer, el lento y excitante ascenso… Se restregó contra él, se olvidó de todo excepto del modo en que sus dientes la mordisqueaban y su lengua la recorría.

Y esta vez fue ella quien lo tendió en la gruesa y blanda alfombra, quien acercó la boca a la suya.

Le quitó la camisa, deseando sentir el tacto de su carne firme y musculosa.

– Te quiero dentro de mí…

– Tenemos horas por delante -repuso él. Y volvió a hundirse entre sus senos, tan pequeños y firmes, encendidos por sus caricias-. Quiero saborearte.

Y así lo hizo, con avidez, de la boca al cuello, del cuello al hombro, del hombro a los senos. La saboreó con ternura y con delicadeza, concentrado en el placer mutuo.

Sintió que ella empezaba a estremecerse bajo sus manos y su boca, que tenía la piel cada vez más húmeda a medida que le recorría el vientre, le bajaba los pantalones y se abría paso entre sus muslos. Una vez allí la lamió, haciéndola gemir. Ella arqueó las caderas al tiempo que él se las sujetaba y la abría de piernas. Cuando él introdujo la lengua Eve sintió el primer orgasmo.

– Más…

Esta vez la devoró. Ella iba a dejarse llevar por él como no lo había hecho jamás, y Roarke lo sabía. Iba a abandonarse completamente.

Cuando Eve se estremeció y dejó caer las manos al suelo, él se colocó a horcajadas sobre ella y la penetró. Eve abrió los ojos y los clavó en los suyos, y vio en ellos concentración, control absoluto. Ella quería, necesitaba destruir ese control, saber que era capaz de hacerlo, como él hacía con ella.

– Más… -repitió, sujetándole la cintura con las piernas para sentirlo más dentro.

Vio el brillo de sus ojos, su profundo y oscuro deseo, y atrayendo su boca hacia la suya se movió debajo de él.

Roarke la sujetó por el cabello y empezó a jadear a medida que la embestía más fuerte, más deprisa, hasta que creyó que el corazón iba a estallarle. Ella se movió a la par, hundiéndole sus cortas uñas en la espalda, los hombros, las caderas, causándole deliciosas punzadas de dolor.

Él sintió que ella volvía a correrse, la violenta y deliciosa contracción de sus músculos. Y una y otra vez la embistió con fuerza, oyendo los jadeos y gemidos de Eve, excitándose por el roce de sus cuerpos húmedos.

Ella se tensó al llegar al éxtasis mientras un gemido gutural le brotaba de los labios. Entonces él hundió el rostro en su cabello y con una última embestida se descargó.

Cayó sobre ella con la mente confusa, el corazón palpitándole. Ella permaneció inmóvil salvo por los furiosos latidos de su corazón.

– No podemos seguir así… -logró articular ella-. Nos mataremos.

Él rió entre jadeos.

– Sería una muerte agradable, en todo caso. Me había propuesto algo un poco más romántico, una copa de vino y música para rematar la luna de miel. -Le sonrió-. Pero esto también ha funcionado.

– Eso no quiere decir que no siga enfadada contigo.

– Desde luego. Nuestras mejores sesiones de sexo han sido cuando estás enfadada conmigo. -Le sujetó la barbilla y le pasó la lengua-. Te adoro, Eve.

Mientras ella se alegraba, como siempre hacía, él rodó en la cama, se levantó ágilmente y se acercó desnudo a la consola con espejo situada entre dos sillas. Apoyó las manos en ella y se abrió una puerta.

– Tengo algo para ti.

Ella vio una caja de terciopelo.

– No tienes por qué comprarme regalos. Ya sabes que no me gusta.

– Sí, te hace sentir incómoda. -Sonrió-. Tal vez por eso lo hago. -Se sentó a su lado en el suelo y le entregó la caja-. Ábrela.