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Volvió a sonreír con una gran dosis de su encanto habitual al tiempo que alargaba sus esbeltas manos.

– Toda esa gente de la que hablabas anoche, no la conozco. He oído hablar de ellos, desde luego, pero no los conozco personalmente ni he tenido nada que ver con su decisión de quitarse la vida. Yo mismo me opongo a ella. En mi opinión la vida es demasiado corta tal y como es. Todo esto es un malentendido, y estoy deseando olvidarlo.

Eve se recostó en su asiento y lanzó una mirada a su ayudante.

– Peabody, está deseando olvidarlo.

– Es generoso de su parte, teniente, y no es sorprendente en estas circunstancias. La pena por violar el estatuto de la intimidad personal mediante la electrónica es muy severa. Y, por supuesto, está el cargo añadido de diseñar y utilizar un equipo con subliminales individuales. En estos momentos estamos hablando de diez años como mínimo de cárcel.

– No puedes demostrar nada. Nada. No tienes argumentos.

– Te estoy dando la oportunidad de confesar, Jess. Te ponen las cosas más fáciles cuando confiesas. Y en lo que se refiere a la demanda que mi marido y yo tenemos derecho a poner contra ti, que conste en acta que renunciaré a ese derecho siempre que admitas tu culpa en los cargos mencionados, y que esa admisión llegue en treinta segundos. Piénsalo.

– No tengo nada que pensar porque no he hecho nada. -Jess se echó hacia adelante-. No eres la única que tiene gente detrás. ¿Qué crees que ocurrirá con tu gran carrera si voy a la prensa con esta historia?

Ella le sostuvo la mirada y luego echó un vistazo al reloj de la grabadora.

– La oferta ha sido denegada. -Eve asintió hacia la cámara-. Peabody, por favor, descodifica la puerta para que entre el capitán Feeney.

Feeney entró con una radiante sonrisa. Dejó en la mesa un disco y un dosier, y tendió la mano a Jess.

– Tengo que decirte que tu trabajo es lo mejor que he visto nunca. Es un auténtico placer conocerte.

– Gracias. -Jess adoptó la actitud que adoptaba al tratar con el público y estrechaba manos calurosamente-. Me gusta mi trabajo.

– Y se nota. -Feeney se sentó-. Hacía años que no disfrutaba tanto como lo he hecho desmontando esa consola.

En otro momento, en otro lugar, habría resultado cómica la transformación que sufrió el rostro de Jess: de una expresión amable a una palidez mortal y a rojo de ira.



– ¿Me has jodido el equipo? ¿Lo has desmontado? ¡No tenías ningún derecho a tocarlo! Eres hombre muerto. ¡Estás acabado!

– Que conste en acta que el interrogado está exaltado -recitó Peabody con serenidad-. Sus amenazas contra la persona del capitán Feeney son aceptadas como emocionales antes que literales.

– Bueno, al menos por esta vez -repuso Feeney alegremente-. Pero ándate con cuidado, amigo. Si constan en acta muchas cosas así, solemos cabrearnos. -Se apoyó en los codos-. En fin, hablemos del trabajo. Tenías un sistema de seguridad admirable. Tardé un rato en anularlo. Pero llevo en el oficio tanto como años tienes tú. Diseñar ese escáner cerebral ha sido todo un logro. Es tan consistente y tan sensible al tacto. Calculé que tenía un alcance de dos metros. Vamos, eso es muchísimo para un aparato tan pequeño y portátil.

– No entraste en mi equipo -replicó Jess con voz temblorosa-. Estás fingiendo. No pudiste llegar al centro.

– Bueno, los tres dispositivos de seguridad eran peliagudos -reconoció Feeney-. Me pasé cerca de una hora con el segundo, pero el último sólo estaba acolchado. Supongo que nunca creíste que necesitarías nada a ese nivel.

– ¿Has revisado los discos, Feeney? -preguntó Eve.

– He empezado. Estás en ellos, Dallas. Roarke no está en el archivo. Es un civil, ya sabes. Pero encontré el tuyo y el de Peabody.

La oficial parpadeó.

– ¿El mío?

– Y estoy comprobando si aparecen los nombres que me has pedido, Dallas. -Volvió a dedicar una sonrisa radiante a Jess-. Has estado ocupado coleccionando especímenes. Has diseñado una bonita opción de almacenamiento, con una increíble capacidad de compresión de datos. Me va a partir el corazón tener que destruir ese equipo.

– ¡No puedes hacerlo! -exclamó Jess. Los ojos se le llenaron de lágrimas-. He puesto en él todo lo que tengo. No sólo dinero, sino tiempo, ideas, energía. Tres años de mi vida, sin un descanso. Dejé mi carrera para diseñarlo. ¿Tienes idea de lo que puedo llegar a hacer con él?

Eve recogió la pelota.

– ¿Por qué no nos lo dices, Jess? Con tus propias palabras. Nos encantaría saberlo.