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CAPITULO 2

Boyd pareció haberlo visto también, porque se levantó y se acercó a ella rápidamente. -No pasa nada. -Le tocó el brazo, en un ligero gesto de reafirmación antes de tomar las bolsas de ella. -Están aquí por lo de Marsha. Un seguimiento de rutina.

– Oh, bueno… Trade?

– En su habitación. Ella está…

Mientras él hablaba, la niña se disparó como una pequeña bala rubia, abrazándose a las piernas de su madre. -Mami! Vamos a las hamacas!

– Los vamos a dejar seguir con lo suyo tan pronto como sea posible. -dijo Eve. -Podríamos hablar con usted un momento, Sra. Stibbs?

– Lo siento, no se lo que yo puedo… Los alimentos.

– Tracie y yo podemos ocuparnos de ellos, no es así, compañera?

– Preferiría…

– Ella no cree que nosotros sepamos donde va cada cosa. -Boyd interrumpió a su esposa con un guiño hacia su hija. -Vamos a mostrárselo. Vamos, linda. Trabajo en la cocina.

La pequeña corrió delante de él, charlando en la extraña lengua extranjera de los niños.

– Lamento este inconveniente. -empezó Eve. Su mirada, fija en el rostro de Maureen, era tranquila, e inexpresiva. -Esto no nos va a llevar mucho. Usted era amiga de Marsha Stibbs?

– Si, de ambos, de ella y de Boyd. Esto es muy triste para Boyd.

– Si, estoy segura de que lo es. Por cuanto conoció a la Sra. Stibbs antes de su muerte?

– Un año, un poco más. -Ella miró desesperadamente hacia la cocina donde se sentían traqueteos y risas. -Ella se fue hace más de seis años ya. Tenemos que dejarlo atrás.

– Seis días, seis años, alguien tomó su vida. Eran íntimas?

– Eramos amigas. Marsha era muy extrovertida.

– Ella nunca le confió que se estaba viendo con algún otro?

Maureen abrió la boca, dudó, luego sacudió la cabeza. -No. Yo no sabía nada. Hablé con la policía cuando sucedió, y les dije todo lo que pude. Lo que sucedió fue horrible, pero esto no lo cambia. Tenemos una nueva vida ahora. Una buena vida, tranquila. Usted viene aquí con esto y sólo hace que Boyd sufra otra vez. No quiero que mi familia se moleste. Lo siento, pero me gustaría que se fueran ahora.

Fuera en el hall, Peabody miró hacia atrás mientras Eve caminaba hacia el elevador. -Ella sabe algo.

– Oh, si, ella sabe.

– Me imagino que vas a presionarla un poco.

– No en su casa. -Eve entró en el elevador. Ya estaba calculando, ya estaba reacomodando las piezas en el rompecabezas. -No con su hija aquí, y Stibbs. Marsha esperó hasta ahora, un poco más de tiempo no es problema para ella.

– Tú crees que él está limpio.

– Pienso… -Eve sacó el archivo en disco de su bolso, y se lo dio. -Tú podrías trabajarlo.

– Señor?

– Trabaja en el caso, Peabody. Ciérralo.

Con la mandíbula colgando, Peabody la miró. -Yo? Como primaria? En un homicidio?

– Puedes hacer el trabajo principalmente en tu propio tiempo, especialmente si conseguimos algún activo. Lee el archivo, estudia los reportes y declaraciones. Puedes rehacer las entrevistas. Conoces el paño.

– Me estás dando un caso a mí?

– Haces las preguntas, y las contestas. Puedo asesorarte cuando lo necesites. Dame copia de todos los datos y reportes del progreso.

Peabody sintió que la adrenalina surgía a través de su sangre, y los nervios le inundaban el estómago. -Sí, señor. Gracias. No voy a dejarla atrás.

– No debes dejar atrás a Marsha Stibbs.

Peabody abrazó el archivo contra su pecho como si fuera un niño amado. Y lo mantuvo ahí durante todo el camino de regreso a la Central.

Mientras salían desde el garage, Peabody le envió a Eve una larga mirada de costado. -Teniente?

– Hmm.

– Me pregunto si tal vez podría preguntarle a McNab si puede asistirme con los datos electrónicos. Los enlaces de la víctima, los discos de seguridad del edificio de apartamentos y todo eso.

Eve enterró sus manos en los bolsillos. -Es tu caso.

– Es mi caso. -repitió Peabody, con un susurro respetuoso. Estaba sonriendo, de oreja a oreja, cuando entraron al corredor que llevaba a la oficina de detectives.

– Que demonios es ese jaleo? -Las cejas de Eve se unieron, sus dedos danzaron instintivamente sobre su arma ante el sonido de golpes, silbidos y el retumbo general que salía de la División Homicidios.



Ella entró primero, revisando la habitación. Nadie estaba en su escritorio o cubículo. Al menos había una docena de debidamente autorizados oficiales de la ley apiñados en el centro de la habitación haciendo lo que sonaba sospechosamente como una fiesta.

Su nariz se movió. Olfateó delicias de panadería.

– Que demonios pasa aquí! -Tuvo que gritar y su voz apenas se sintió a través del estruendo. -Pearson, Baxter, Delricky! -A la vez que acompañaba esto con un rápido puñetazo en el hombro de Pearson, un codazo al estómago de Baxter mientras pasaba a través de la multitud, trató de conseguir algo de atención. -Están bajo la ilusión de que la muerte se ha tomado unas jodidas vacaciones? De donde demonios sacaron esa masas?

Mientras Eve señalaba con un dedo, Baxter se metió una entera en la boca. Como resultado, su explicación fue incoherente. El simplemente sonrió con la boca rodeada de glaseado y señaló.

Ella vió ahora masas, galletas, y lo que parecía haber sido un pastel antes de que una partida de lobos hubiera descendido sobre él. Y divisó a dos civiles en el medio de la partida. El hombre alto y escuálido y la mujer robusta y bonita sonreían de oreja a oreja y servían una suerte de líquido color rosa pálido de una enorme juguera.

– Deténganse! Cada uno de ustedes deténganse y regresen a sus asuntos. Esto no es un maldito servicio de té.

Antes de que pudiera abrirse camino hacia los civiles, escuchó el grito de Peabody.

Se volvió, el arma lista en su mano, y casi se cayó cuando su ayudante la hizo a un lado y se lanzó hacia los civiles.

El hombre la atrapó, y escuálido o no, se las arregló para levantar a la robusta Peabody sobre sus pies. La mujer se giró, su larga falda azul revoloteando cuando los envolvió en sus brazos haciendo un raro sandwich con Peabody.

– Esta es mi chica. Esta es mi DeeDee. El rostro del hombre relucía con obvia admiración, y la mano de Eve deslizó el arma en la funda y quedó colgando a un costado.

– Papi. -Con algo que sonó entre un sollozo y una risita, Peabody enterró la cara contra el cuello del hombre.

– Me ahogué. -Murmuró Baxter y atrapó otra masa. -Llegaron aquí hace alrededor de quince minutos. Trayendo esas cosas maravillosas con ellos. Hombre, esas cosas son letales. -agregó y se zampó la masa.

Eve tamborileó sus dedos en su muslo. -Que clase de pastel era ese?

Baxter sonrió. -Excepcional. -le dijo, y volvió detrás de su escritorio.

La mujer aflojó su abrazo mortal alrededor de la cintura de Peabody y se volvió. Era remarcablemente bonita, con el mismo cabello oscuro de su hija peinado en una larga cascada que caía por su espalda. Su falda azul caía sobre sencillas sandalias de soga. La blusa era larga y suelta de color manteca y tenía sobre ella al menos media docena de cadenas y pendientes.

Su cara era blanda como la de Peabody, con líneas del tiempo saliendo desde las esquinas de sus directos y brillantes ojos marrones. Se movió como una bailarina cuando cruzó hacia Eve con ambas manos extendidas.

– Usted es la teniente Dallas. Tenía que conocerla alguna vez. -Atrapó las manos de Eve con las suyas. -Soy Phoebe, la madre de Delia.

Sus manos eran cálidas, algo ásperas en las palmas, y tachonadas con anillos. Los brazaletes chocaron y tintinearon en sus muñecas.

– Encantada de conocerla, Sra. Peabody.

– Phoebe. -Ella sonrió, y aferrando aún las manos de Eve tiró de ella. -Sam, suelta a la chica y ven a conocer a la teniente Dallas.

El la soltó, pero mantuvo su brazo alrededor de los hombros de Peabody. -Estoy tan feliz de conocerla. -Tomó las manos de Eve, en la misma forma que su esposa. -Siento como si ya la conociera, con todas las cosas que Delia nos dijo de usted. Y Zeke. Nunca vamos a poder agradecerle bastante por lo que hizo por nuestro hijo.

Un poco incómoda con toda las buenas intenciones hacia ella, Eve liberó su mano. -Y como está él?

– Muy bien. Estoy seguro de que le hubiera enviado sus mejores deseos si hubiera sabido que veníamos.

El sonrió entonces, suave y fácilmente. Ella pudo ver el parecido ahora, entre él y el hermano de Peabody. La cara estrecha de apóstol, los ojos soñadores de color gris. Pero había un toque agudo en los ojos de Sam Peabody, algo que hizo que el cuello de Eve picara.

El hombre no era el cachorrito manso que era su hijo.

– Déle los míos cuando hable con él. Peabody, tómate un tiempo libre.

– Sí, señor. Gracias.

– Es muy amable de su parte. -dijo Phoebe. -Pienso si será posible para nosotros tener un poco de su tiempo. Usted debe estar ocupada. -dijo antes de que Eve pudiera hablar. -pero tengo la esperanza de que podamos comer juntos esta noche. Y con su esposo. Tenemos regalos para usted.

– No es necesario que nos de nada.

– Los regalos no son por obligación sino por afecto, y espero que ustedes los disfruten. Delia nos habló mucho sobre usted, y Roarke y su casa. Debe ser un lugar magnífico. Espero que Sam y yo tengamos oportunidad de verla.

Eve sintió que la caja se cerraba alrededor de ella, viendo que la tapa se cerraba lentamente. Y Phoebe sólo continuaba sonriendo serenamente mientras Peabody de repente miraba con ávido interés hacia el techo.

– Seguro. Ah. Podrían venir a cenar.

– Nos encantaría. Le queda bien a las ocho en punto?

– Sí, a las ocho está bien. Peabody conoce el camino. De todas formas, bienvenidos a New York. Tengo que hacer algunas… Cosas. -terminó pobremente y tratando de escapar.

– Teniente? Señor? Vayan saliendo. -murmuró Peabody a sus padres y salió detrás de Eve. Antes de que llegaran a la puerta de la oficina el nivel de ruido del salón se elevó otra vez.

– Ellos no pueden evitarlo. -dijo Peabody rápido. -Mi padre realmente ama la panadería y siempre están llevando comida a todos lados.

– Como demonios trajeron todo eso en un avión?

– Oh, ellos no vuelan. Han venido en su caravana. Cocinando todo el camino. -agregó con una sonrisa. -No son grandiosos?

– Si, pero debes decirles que no traigan masas cada vez cada vez que vengan a verte. Vamos a terminar con un puñado de detectives gordos en coma diabético.