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CAPITULO 13

Cuando Dallas surgió a la vista en el horizonte, a través de las olas de calor, no gatilló la memoria dentro de ella, pero sin embargo trajo un vago desconcierto. Había edificios torres, el movimiento urbano, los atascos. Pero era diferente a New York.

La edad, se dió cuenta, era parte de eso. Todo era joven comparado con el este. Insolente de alguna manera, pero sin el filo. Dallas era, después de todo, uno de los tantos asentamientos que habían crecido hasta ser pueblos, luego los pueblos se habían desarrollado hasta ser ciudades, mucho después que New York, Boston, Philadelphia estuvieran establecidas.

Y la arquitectura carecía del ujo escandaloso encontrado en los viejos edificios del este que habían sobrevivido a las guerras urbanas o habían sido restaurados después. Aquí las torres eran limpias y brillantes y la mayoría sin adornos.

Anuncios y carteles anunciaban rodeos, paseos conduciendo ganado, liquidaciones de botas de vaquero y sombreros. Y la barbacoa era el rey.

Parecían estar viajando por Venus.

– Aquí hay más cielo. -dijo elle ausente. -Más cielo, casi demasiado.

El sol reverberaba cegador en las torres de acero, paredes de cristal, los deslizadores circulares. Ella se empujó los anteojos de sol sobre la nariz.

– Más calles. -dijo, y pudo oír el temblor en su propia voz. -No hay mucho tráfico aéreo.

– Quieres ir al hotel?

– No, yo… tal vez podrías dar unas vueltas o algo.

El puso una mano sobre las de ella, luego tomó una salida hacia la ciudad.

Parecía acercarse más, con el plato azul del cielo como una tapa sobre los edificios, presionando en las calles atascadas con demasiados vehículos yendo demasiado rápido en demasiadas direcciones.

Sintió una ola de mareo y luchó para superarla.

– No sé lo que estoy buscando. -Pero eso no era la abrupta sensaciòn de pánico. -El nunca me dejó salir de la maldita habitación, y cuando yo… después que salí, estaba en shock. Agrégale que fue hace más de veinte años atrás. Las ciudades cambian.

Su mano tembló levemente bajo la de él, y él se aferró con fuerza al volante. Se detuvo ante una luz roja, y se volvió a estudiarle la cara. Estaba pálida. -Eve, mírame.

– Estoy bien. Está todo bien. -Pero le tomó una gran dosis de coraje volver la cabeza, encontrar sus ojos. -Estoy bien.

– Podemos ir al hotel, y dejar esto por ahora. Por siempre, si es lo quieres. Podemos ir derecho al aeropuerto y volver a New York. O podemos ir donde te encontraron. Tú sabes donde es. Está en tu archivo.

– Leiste mi archivo?

– Sí.

Ella empezó a retirar su mano, pero él la aferro con fuerza. -Hiciste otra cosa? Alguna búsqueda? -preguntó.

– No. No lo hice, no, porque tú no querías. Pero puedo hacerlo de la forma y cuando tú quieras.

– No quiero hacerlo de esa forma. No quiero hacerlo. -Su estómago empezó a rebelarse. -La luz cambió.

– A la mierda la luz.

– No, sólo avanza. -Suspiró profundamente cuando las bocinas empezaron a sonar detrás de ellos. -Sólo avanza por un minuto. Necesito tranquilizarme.

Ella se deslizó un poco en el asiento y luchó una guerra feroz contra sus propias lágrimas. -Pensarías mal de mi si te pido que des la vuelta y salgamos de aquí?

– Por supuesto que no.

– Pero yo lo haría. Pensaría que soy poca cosa. Necesito pedirte algo.

– Cualquier cosa.

– No me dejes retroceder. Cualquier cosa que diga después, te digo ahora que necesito verlo. Donde sea que esté. Si no lo hago, me voy a odiar a mi misma. Sé que es mucho pedir, pero no me dejes huir como un conejo.

– Vamos a verlo entonces.

Zigzagueó a través del tráfico, girando en calles que ya no eran tan anchas, ni tan limpias. Ahí las fachadas que iban bordeando, eran grises y con mugre.



Luego todo empezó a volverse pulcro otra vez, suavemente, como si algún industrioso droide doméstico hubiera empezado el trabajo y otro lo terminara puliendo todo el camino por detrás.

Pequeñas y modernas tiendas y comedores, departamentos rehabilitados a nuevo y casas de familia. Eso hablaba, claramente, de la gradual adquisición del área liberada por los jovenes urbanitas de altos ingresos con dinero, energía y tiempo.

– Esto está mal. No era así. -Mirando por la ventana, vió el caos de las viviendas públicas, los vidrios rotos, las alucinantes luces del barrio suburbano del ayer sobrepuestas sobre la animada renovación actual.

Roarke se metió en un estacionamiento, encontró un puesto y apagó el motor. -Creo que es mejor que caminemos un poco.

Sus piernas estaban flojas, pero salió del vehículo. -Yo caminé entonces. No se por cuanto tiempo. Hacía calor también. Calor como este.

– Estás caminando conmigo ahora. -El la tomó de la mano.

– No estaba tan limpio como ésto. -Ella le aferró la mano mientras salían caminando del garage, a la acera. -Estaba oscureciendo. Había gente gritando. Había música. -Ella miró alrededor, mirando desde el presente hacia el pasado. -Un club de strip, yo no sabía exactamente lo que era, pero había música brotando cada vez que alguien abría la puerta. Yo miré hacia adentro y pensé que tal vez podía entrar porque podía oler comida. Tenía mucho hambre. Pero pude oler otra cosa. Sexo y alcohol. El olía como eso. Entonces corrí tan rápido como pude. Alguien gritó detrás de mi.

Su cabeza se sentía ligera, su estómago se revolvió con un afilado y taladrante miedo que venía de su memoria.

– Pequeña. Hey, pequeña. El me llamaba así. Corrí cruzando la calle, a través de los autos. Gente que gritaba, bocinas que sonaban. Creo… creo que me caí, pero seguí adelante.

Roarke la mantuvo tomada de la mano cuando cruzaron.

– No pude correr muy lejos porque mi brazo lastimado me dolía mucho, y estaba mareada. Enferma.

Se sentía enferma ahora. Oleadas aceitosas golpeaban en su estómago y subían a su garganta. -Nadie me prestó atención. Dos hombres. -Ella se detuvo. -Dos hombres aquí. Deben haber estado haciendo un negocio con ilegales y algo salió mal. Empezaron a pelear. Uno cayó y me derribó. Creo que me desmayé por un minuto. Debe haber pasado eso porque cuando me desperté, uno de ellos estaba tirado en la acera junto a mi. Sangrando, gimiendo. Y me alejé arrastrándome. Fuera de eso.

Se detuvo en la boca de un callejón, ordenado como como u

– No puedo hacer ésto.

El quería levantarla en brazos, y llevársela lejos. A cualquier lugar que no fuera ese. Pero ella se lo había pedido, y él había prometido acompañarla. -Sí, tú puedes.

– No puedo entrar ahí.

– Voy contigo. -El se llevó la mano helada de ella a los labios. -Estoy contigo, Eve. No voy a dejarte.

– Estaba oscuro, y tenía frío. -Se obligó a dar el primer paso dentro del callejón, luego el segundo. -Me dolía todo otra vez, y sólo quería dormir. Pero el olor. El horrible olor de la basura. El reciclador estaba roto, y había basura por todo el callejón. Alguien vino, y yo me escondí. Si él venía detrás de mi, si me encontraba, me iba a llevar de regreso a la habitación y hacerme todas esas cosas horribles. Me escondí en la oscuridad, pero no era él. Era algún otro, y él orinó contra el muro, y luego se fue.

Ella se tambaleó un poco, sin sentir que la mano de Roarke la sostenía. -Estoy tan cansada. Tan cansada, tan hambrienta. Tengo que salir de aquí, encontrar otro lugar donde esconderme. Uno que no huela tan mal, que no esté tan oscuro. Es horrible la oscuridad aquí. No sé lo que hay en la oscuridad.

– Eve. -A él le preocupó que ella hablara como si todo eso estuviera sucediendo en ese momento, que su voz sonara fina y temblorosa como si estuviera dolorida. -No estás lastimada ahora, o sola, ni eres una niña. -La tomó de los hombros, sacudiéndola con firmeza. -Puedes recordar sin tener que revivirlo.

– Sí, de acuerdo. -Pero tenía miedo. En su estómago había una marea de miedo. Se concentró en el rostro de él, en el límpido y claro azul de sus ojos hasta que se sintió firme otra vez. -Tenía miedo de estar en la oscuridad, miedo de lo que podía salir de ahí. -Miró hacia atrás adonde había estado acurrucada. -De todas formas no podía levantarme porque estaba mareada otra vez. Luego no recuerdo otra cosa hasta que hubo luz.

Señaló el lugar con una mano temblorosa. -Aquí. Yo estaba aquí. Lo recuerdo. Había gente a mi alrededor cuando me desperté. Uniformes azules. Policía. Si hablas con la policía te van a poner en un agujero con serpientes y bichos que te comerán. Roarke.

– Tranquila. Estoy aquí. Quédate conmigo.

Se volvió hacia él. Se aferró a él. -No quería irme con ellos. No quería moverme nunca más. No podía recordar lo que era o quien. Empezaron a hacer preguntas, pero yo no sabía las respuestas. Me llevaron al hospital. Había un olor diferente ahí, como espeluznante. Y yo no quería estar ahí. Ellos no podían dejarme ir. Pero no me pusieron en un agujero con serpientes. Eso era mentira. Y aún cuando no pude decirles quien era yo, no trataron de lastimarme.

– No. -El le acarició el pelo mientras pensaba como había encontrado ella el coraje para conseguirse una placa y hacerse una vida. -Querían ayudarte.

Ella soltó un tembloroso suspiro y descansó la cabeza sobre el hombro de él. -No podía decirles lo que no conocía. No se los hubiera dicho si lo hubiera recordado. Ellos podían hacerme regresar a esa habitación, y hubiera sido peor que cualquier hoyo. Habia hecho algo terrible en esa habitación. No podía recordarlo, pero era malo, y no podía regresar. No podía respirar ahí.

El le deslizó un brazo por la cintura y la llevó fuera del callejón. Ya fuera ella se dobló por la cintura, y apoyándose con las manos en los muslos, respiró ansiosamente.

– Mejor ahora?

Ella asintió. -Sí. Estoy bien. Necesito un minuto. Lamento…

– No te disculpes conmigo. -Su voz chasqueó, azotada por la furia antes que pudiera contenerla. -No lo hagas. Tómate tu tiempo.

– La habitación era en un hotel. -dijo- Viejo. Barras antidisturbios en las ventanas bajas, en el medio de la cuadra. Cruzando enfrente había un sex club. Sexo en vivo. Luces rojas. -Su estómago se revolvió, amenazando el vómito, pero lo contuvo. -La habitación estaba arriba. El siempre tomaba una habitación alta para que no pudiera escaparme por la ventana. Noveno piso. Conté las ventanas a través de la calle. Había un cartel luminoso en el frente, con letras que corrían. Algún nombre extranjero, porque no podía leerlo. Podía leer algo, pero no lo entendía. C, A… C,A,S,A Casa, Casa Diablo.