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– No deberían ser geniales centros de vacaciones tampoco. Vámonos al diablo de aquí. Este lugar me da escalofríos.

El Oficial de Palabra Otto Shultz tenía sobrepeso, dientes de caballo y solucionaba su problema de calvicie con un peinado que empezaba con una raya al lado de su oreja izquierda.

Eve imaginó que su salario de servidor civil estba lejos de ser estelar, pero pensó porque él no invertía una parte de eso en un básico mantenimiento del cuerpo.

El no estaba feliz de verlos, reclamó estar muy ocupado, criminalmente sobrecargado de trabajo, y trató de despedirlos con promesas de copias de todos los reportes y evaluaciones de Julia

Eve hubiera estado satisfecha con eso, si no hubiera sido por los nervios que podía oler brotando por todos sus poros.

– Usted la ayudó a pasar bajo el sistema, y la primera cosa que hace es matar. Supongo que eso lo tiene algo nervioso, Otto.

– Mire. -Sacó un pañuelo, secándose la cara sudorosa. -Yo seguí el libro. Ella pasó todas las evaluaciones, siguiendo las reglas. Soy un OP, no un adivino.

– Siempre que pensé que la mayoría de los OP tenían un barómetro de mierda realmente bueno. Que piensas tú, Feeney?

– Trabajando con consultores cada día, escuchando todas las historias, las excusas, la basura. -Con los labios fruncidos, él asintió. -Sip, me hubiera imaginado que un OP con alguna experiencia podía oler la mierda.

– Ella pasó todas las pruebas- empezó Otto.

– No sería la primera en saber como maniobrar a los técnicos, las preguntas y las máquinas. -Donde te atrapó ella, Otto. -preguntó Eve tranquilamente. -Aquí en la oficina o te pidió que la llevaras a tu casa contigo?

– Usted no puede sentarse aquí y acusarme de tener una relación sexual con un cliente.

– Cliente, por Cristo. Ese término políticamente correcto está empezando a joderme. No te estoy acusando, Otto. -Eve se inclinó hacia él. -S´ñe que jodiste con ella. Realmente no me importa una mierda, y no estoy interesada en reportar este hecho a tus superiores. Ella es una herramienta de trabajo y jugar contigo debe haber sido un juego de niños. Debes sentirte agradecido de que ella te necesitara para ayudarla a salir, y no quisiera tu muerte.

– Ella pasó las pruebas. -dijo y su voz tembló. -No hizo trampas. Su pizarra está limpia. Yo le creí. No soy el único que le creyó, así que no me tire esto encima. Tenemos gente rezumando odio aquí cada día, y la ley dice que si ellos no rompen sus obligaciones de palabra, tenemos que devolverlos a la sociedad. Julia

– Sí. -Disgustada, Eve se puso de pie. -Ella es diferente.

El primer respiro de aire fresco en el día llegó en un abarrotado y sucio comedor que olía malamente a comida frita. El lugar estaba saturado de policías, y a través de una pequeña mesa, el teniente Frank Boyle y el capitán Robert Spindler se embutían sandwiches de pavo del tamaño de Hawaii.

– Julia

– Te estás olvidando de mi primera esposa. -le recordó Boyle. -Cuesta creer que estemos de vuelta aquí, nosotros cuatro, casi diez malditos años después. -Boyle tenía una alegre cara irlandesa, hasta que le mirabas los ojos. Eran duros y llanos, y un poco atemorizantes.

Eve pudo ver los signos de demasiada bebida, demasiadas preocupaciones en la roja hinchazón de su mandíbula, la ácida curvatura de su boca.

– Pusimos antenas. -continuó Spindler, -Alimentamos los medios, tocamos sus viejos contactos. No conseguimos nada nuevo. -El mantenía su aspecto, el pelocorto como un militar, delgado, autoritario. -No tenemos nada de ella, nada que indique que está metiéndose en nuestro camino. Fui a revisar su libertad condicional. -continuó- Hice un intento personal al que ella se negó. Traje el archivo de los casos, documentación. Los tengo aquí mismo. Ella estaba sentada, como una perfecta dama, los ojos bajos, las manos unidas, el leve brillo de lágrimas. Si yo no hubiera sabido lo que era, me habría creído la actuación.

– Saben algo sobre la adicta que estaba con ella? Lois Loop?

– No me suena. -dijo Spindler.

– Era la mascota de Julia

Tanto Boyle como Spindler sacudieron sus cabezas. -Pero podemos buscar por ahí. -prometió Spindler. -Ver que salta.

– También hay un vaquero y el tipo de Dallas.

– Suena como si estuviera pensando en volver a Texas y cobrársela a su padrastro. -Boyle tomó otro enorme bocado de su sandwich. -a menos que tú seas Dallas y ella esté apuntando a tu amigo.



Eve ignoró el retortijón en su estómago. -Sí, eso va a ocurrir. Vamos a notificar a la policía de Dallas. Yo puedo cuidar a mi propio amigo. New L.A. y Denver son otras de las ciudades que Loopy recordaba. Apostaría a que si su mente estuviera clara, recordaría más.

– Puedo hacerle una pasada. -Boyle miró a Spindler. -Si estás de acuerdo…Capitán.

– Adoro que me recuerdes que tengo las barras. No es mucho más lo que podemos hacer por ustedes. Francamente, me gustaría ver que la atrapas en New York. Me voy a perder la fiesta, pero maldito si no quiero que ella caiga de nuevo en Dockport.

Ella estaba de regreso en New York para las cinco y optó por ir a casa en vez de volver a la Central. Podía trabajar ahí y asegurarse personalmente de la seguridad de Roarke.

El no encajaba en el perfil del objetivo, se recordó a si misma. Era demasiado joven, no tenía ex esposa. Pero tenía una esposa que había jugado un buen papel metiendo a Julia

Casi había llegado a casa cuando dio u

Estacionó en la zona de descarga a media cuadra, compuso un aspecto oficial, y luego corrió hacia el digno y antiguo edificio de piedra. Había flores en suave rosa y blanco en macetas azúl pálido alegrando la entrada. Una puerta más allá una mujer sacó un enorme perro con largo pelo dorado decorado con lazos rojos. Le envió a Eve un amistoso ladrido, y luego se deslizó en la misma forma que su dueña como si estuvieran en un desfile.

En el otro lado, un trío de chicos irrumpieron fuera, ululando como maníacos. Cada uno de ellos cargaba un fluorescente aero patín y se deslizaron calle abajo por la vereda como cohetes fuera de una base de lanzamiento.

Un hombre en traje de negocios con un enlace personal colocado en su oreja trató de eludirlos limpiamente, pero prefirió antes que gritar o sacudir un puño detrás de ellos, emitir una risita, y mientras seguía hablando se volvió hacia la puerta de otra casa.

Otro lado más de New York. -penso Eve. El amistoso vecindario de clase alta. Era muy probable que la gente realmente conociera el nombre de cada uno en esa cuadra. Se juntarían para compartir cócteles, llevarían rebaños de hijos o nietos hacia el parque en grupos, y se pararían a conversar en la puerta de calle.

Era exactamente el tipo de lugar que concordaba con la Dra. Charlotte Mira.

Eve volvió hacia la puerta, tocó la campana. Luego inmediatamente cambió de idea. No tenía que llevar asuntos desagradables al hogar de Mira. Retrocedió, pensando retractarse, cuando la puerta se abrió.

Reconoció al esposo de Mira a pesar de que ellos no habían tenido contacto personal. Era alto y campechano, una especie de amistoso espantapájaros con un cardigan holgado y arrugas flojas. Su cabello era color peltre, en una salvaje e interesante maraña alrededor de una cara larga que era de alguna forma erudita e inocente.

Cargaba una pipa, y su sweater estaba mal abotonado.

El sonrió, y sus ojos, del color de la hierba de invierno, desconcertaban. -Hola. Como está usted?

– Ah. Bien. Lo siento, Sr. Mira, no debería molestarlo en su casa. Yo sólo iba a…

– Usted es Eve. -Su rostro se aclaró, cálido. -Déme un minuto. Reconocí su voz. Pase, pase.

– En realidad, yo debería…

Pero él se estiró, la aferró de la mano, y tiró de ella hacia la puerta. -No me había dado cuenta de que usted iba a venir. No puedo seguir la senda. Charlie! -Gritó hacia los escalones. -Tu Eve está aquí.

La protesta murió en la garganta de Eve ante la idea de que la elegante Mira fuera llamada Charlie.

– Venga a sentarse. Creo que estaba preparando bebidas. Mi mente divaga. La vuelvo loca a Charlie.

– Estoy interrumpiendo. Puedo ver a la Dra. Mira mañana.

– Sí, aquí está el vino. Estaba seguro de que lo había traído. Lo lamento, no puedo evitarlo. La esperábamos a cenar?

El aún sujetaba su mano, y ella no pudo encontrar una forma educada de liberarla. Y él estaba sonriéndole con tan amigable confusión y humor, que ella se sintió un poquito enamorada.

– No, ustedes no me esperaban para nada.

– Entonces que bonita sorpresa.