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CAPITULO 7
Con las mandíbulas caídas y arrastrando los pies, cientos de trabajadores subían a los vuelos. O eran subidos, pensó Eve, como cargamentos y cadáveres, por los zánganos uniformados de rojo y los droides del Manhattan Commuter Transporte Service.
La terminal era una colmena de ruidos, una gran cacofonía de sonidos que más era un zumbido de insectos que un tono bajo. Por encima de esto, las incomprensibles voces de los anunciadores de vuelos zumbaban, los niños gemían, los enlaces de bolsillo chillaban.
Ella pensó quien había tenido la idea de diseñar lugares como este, con techos elevados y muros blancos donde aquellos que tenían el infortunio de usar los servicios eran como hromigas atrapadas dentro de un tambor.
Olió café malo, sudor, insoportables colonias, y lo que asumió era un pañal con una desesperada necesidad de ser cambiado.
– Como en los viejos tiempos. -dijo Feeney después que hicieran uso de sus músculos y atraparan dos de los asientos diseñados para culos estrechos de anoréxicos de veinte años. -Cuanto hace que no usas un transporte público?
– Creo que lo olvidé. -Ella hizo su mejor esfuerzo para mantener la cara lejos del desfile de entrepiernas y traseros que presionaban dentro del pasillo embutido obligando a arrastrar los pies. -Como conseguiste algo tan malo?
– No es tan malo. Estaré aquí adentro una media hora, si no la fastidian. -El jugó con las almendras azucaradas de la bolsa que sacó de uno de sus bolsillos. -Hubiéramos ganado tiempo con uno de los transportes de Roarke.
Ella pescó en la bolsa, masticó, consideró. -Piensas que soy estúpida por no usar sus cosas?
– Nah, tú eres sólo tú, chica. Estar sofocados aquí nos ayuda a mantenernos en contacto con el hombre común.
Cuando la tercera maleta la golpeó en la espinilla, y un tipo se enroscó como un sacacorchos en el asiento junto a ella, aplastándola contra Feeney de modo que el espacio personal entre ellos era menos que el de un par de gemelos siameses, Eve decidió que mantenerse en contacto con el hombre común estaba sobrevalorado.
Despegaron con esa especie de temblor mecánico que siempre le enviaba el estómago hasta las rodillas. Ella mantuvo los dientes apretados y los ojos cerrados hasta que aterrizaron. Los pasajeros fueron vomitados fuera del vuelo, dispersándose. Eve y Feeney se unieron al rebaño que se dirigía hacia el tren con destino al este.
– No fue tan malo. -comentó él.
– No si te gusta empezar el día con un paseo por el carnaval. Esto nos va a dejar a una media cuadra de las instalaciones. El nombre del director es Miller. Vamos a bailar con él primero.
– Quieres que recorramos la lista juntos o la repartimos?
– Estaba pensando que podemos dividirnos, ganar tiempo, pero hay que poner la siembra en la tierra primero. Supongo que necesitamos jugar a los políticos, parando en los policías de Chicago.
– Podría ser que Julia
Eve optó por quedarse parade en el tren, y se aferró a un gancho. -Sí. No puedo meterme dentro de su cabeza. Cual es su propósito esta vez? Es lógico que lo tenga. Es fastidioso, pero es lógico. Estoy pensando si volvió a New York porque tenía cosas importantes pendientes. Tiene algo que probarnos, a nosotros, Feeney. Si es así, entonces los objetivos son secundarios. Esto es sobre golpearnos a nosotros, golpear al sistema esta vez. – Sacudió la cabeza. – De cualquier forma que lo pongas, ella ya tiene su próxima marca.
Dockport se asemejaba a una pequeña ciudad, autocontenida y ordenada, con torres de guardia, barras y muros electrificados. Ella dudó que los residentes apreciaran en su totalidad las calles bien mantenidas, los parches de verde, o la arquitectura suburbana. No cuando la abrumadora urgencia de dar un paseo fuera de los límites podía resultar en la alerta de un sensor y una enérgica sacudida que podía enviarte a caer de culo a unos buenos diez pies de distancia.
Perros droides patrullaban el perímetro. El campo de recreación de las mujeres era vasto y estaba equipado con cancha de basket, sendas para correr, y mesas de picnic pintadas de un alegre azul.
Los muros que lo rodeaban tenían doce pies de alto y tres de grosor.
Adentro los pisos eran tan limpios y brillantes como la cocina de una abuela. Los pasillos eran anchos y espaciosos. Las áreas estaban divididad con puertas de vidrio reforzado diseñado para contener el golpe de explosivos caseros o tiros de laser.
Los guardias vestían de azul oscuro, otro equipo con ropas de calle cubiertas con chaquetas blancas de chef. Los reclusos vestían de monos color naranja neon con un blasón en la espalda con las iniciales negras CRD.
Pasaron a través de la seguridad de la entrada principal, educadamente etiquetados con sus escudos de ID y brazaletes, y les requirieron entregar todas sus armas.
Miller, pulcro y distinguido a pesar de la estúpida chaqueta, era todo sonrisas cuando los saludó. Aferró con sus dos manos la de Eve y luego la de Feeney, disparando bienvenidas como el propietario de un centro turístico de moda.
– Apreciamos que que se tome tiempo para recibirnos, Director Miller. -empezó Eve.
– Supervisor. -Emitió una risita campechana. -Hace mucho que no usamos términos anticuados como director. El Centro de Rehabilitación Dockport es una instalación completamente moderna. Fue construído hace justo veinticinco años y empezó a aceptar residentes en el 34. Aquí en el Centro de Mujeres del CRD, albergamos un máximo de mil quinientos, y mantenemos un equipo de seiscientos treinta a tiempo completo, cincuenta y ocho a tiempo parcial y veinte consultores externos. Estamos totalmente auto-equipados con instalaciones de salud, bancos, tiendas y comedores. Esperamos que nos acompañen a almorzar en el comedor del personal. Tenemos alojamiento para pasar la noche para visitantes y consultores, terapia física y ejercicios, centros de salud mental y emocional, instalaciones para entrenamiento que ofrecen clases de una variedad de cuidadosas elecciones y recursos dirigidos hacia la resocialización están totalmente disponibles en los locales. El Centro para Hombres está equipado en forma similar.
Pasaron a través de un área de oficinas donde la gente estaba ocupada en sus asuntos, corriendo a lo largo de los corredores, ocupando escritorios, respondiendo enlaces. Un número de ellos vestía el brillante mono naranja.
– Los prisioneros están permitidos en esta área? -preguntó Eve.
– Residentes. -corrigió Miller con suavidad. -están permitidos fomentando su aplicación en trabajos rentables después de que hayan completado la mitad de su entrenamiento de rehabilitación. Esto los ayuda a ajustarse al mundo exterior cuando salgan de aquí, por lo que pueden reinsertarse en la sociedad con propia significativa propuesta.
Uh-uh.Bueno, una de sus antiguas residentes se ha reinsertado en la sociedad con una significativa propuesta. Le gusta asesinar hombres. Necesitamos hablar sobre Julia
– Si. -El juntó las manos como un predicador antes de llamar a la congregación a la oración. -Estoy muy angustiado de saber que usted cree que ella está involucrada en un homicidio.
– Yo no creo que está involucrada. Sé que ella es una asesina. Justo lo que era cuando llegó aquí.
El se detuvo. -Con su perdón, teniente, pero por su tono tengo la impresión de que no cree en los principios de la rehabilitación.
– Creo en crimen y castigo, y que algo se aprende de él. Aprender lo suficiente para cambiar el modo en que viven en el mundo real. También creo que hay algunos que no pueden cambiar o no quieren hacerlo.
A través de la puerta de vidrio a la espalda de Miller, observó a dos reclusas haciendo un rápido intercambio de envoltorios. Créditos por ilegales, supuso Eve.
– A ellos les gusta lo que son. -agregó- y no pueden esperar la oportunidad de regresar a ello. Julia
– Ella era una residente modelo, -dijo él molesto.
– Apuesto a que si. Y apuesto a que se aplicó en una posición de trabajo donde pasaba la mitad de su tiempo. Donde trabajaba ella?
El resopló. La mayor parte de su cálida actitud se enfrió bajo el insulto y la desaprobación. -Estaba empleada en Centro de coordinación de visitantes.
– Con acceso a computadoras? -preguntó Feeney-
– Por supuesto. Nuestras unidades están aseguradas y tienen códigos de seguridad. Los residentes no tienen permitido transmisiones sin supervisión. Su inmediata superior, Georgia Foster, le dio a Julia
Eve y Feeney cambiaron miradas. -Si quisiera apuntarme en la dirección del centro, -dijo Feeney- quisiera hablar con la Sra. Foster.
– Y yo quisiera entrevistar a las reclusas de esta lista. -Eve sacó un papel de su bolsillo. -Lo siento, residentes. -corrigió, pero no sin un desdén en su voz.
– Por supuesto. Voy a arreglarlo. -La nariz de Miller se había levantado en el aire y Eve dudó que la invitación a almorzar estuviera todavía sobre la mesa.
– Viste ese pase? -murmuró Feeney cuando Miller les dio la espalda para hablar por su comunicador interno.
– Sip.
– Vas a decirle a ese imbécil?
– Nop. Las iniciativas de negocios de las residentes y las actividades recreacionales son su problema. Y si tengo que escuchar su conferencia otra vez, tal vez me de un toque con un poco de Zoner yo misma.
Eve tomó las entrevistas una a la vez en un área de conferencia equipada con seis sillas, un sofá alegremente estampado, una pequeña pantalla de entretinimiento, y una robusta mesa hecha unproducto de papel reciclado.
Había unas pinturas insulsas de arreglos florales en los muros y una señal en la parte interior de la puerta que les recordaba a las residentes y sus visitantes que debían comportarse de manera cortés.
Eve supuso que ella era la porción invitada de esa declaración.
No había espejos de dos vías, pero divisó las cuatro cámaras escondidas en las esquinas. La puerta que conducía adentro era de vidrio con pantalla de privacidad opcional. Ella no la puso.
La guardia, una mujer de hombros anchos y cara de torta y que parecía tener bastante experiencia y sentido para no pensar que las reclusas eran residentes, trajo a María Sánchez primero.
Sanchez era una fuerte y pequeña latina mezclada con abundante pelo negro rizado atado en una cola. Había un pequeño tatuaje de un rayo en la accidentada cicatriz al costado derecho de su boca.