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– ¿Cuándo la llamó por última vez?

– Hace una semana. Desde Londres.

– ¿Puede estar segura de que estaba en Londres?

– No. Llamó él en llamada directa.

– ¿Su marido tenía seguro de vida?

– No que yo sepa. Nunca dijo nada de eso.

– ¿Se beneficia alguien de su muerte? Económicamente, me refiero.

– No lo creo.

Nick frunció el ceño. Cruzó los brazos y apartó la vista un momento. Sarah casi podía verlo asimilando los datos, jugando con las piezas del puzzle. Estaba tan perpleja como él. Aquello no tenía sentido. Geoffrey había sido su marido. Y de repente empezaba a preguntarse si no tendría razón Nick O'Hara en que nunca lo había conocido. Que solo habían compartido una casa y una cama, pero no sus corazones.

No, eso era traicionar su recuerdo. Ella creía en Geoffrey. ¿Por qué hacer caso a ese desconocido?

– Si ha terminado… -dijo, haciendo ademán de levantarse.

Nick la miró sobresaltado, como si hubiera olvidado su presencia.

– No, todavía no.

– No me encuentro bien. Me gustaría irme a casa.

– ¿Tiene una foto de su marido? -preguntó él con brusquedad.

Sarah, tomada por sorpresa, abrió el bolso y sacó una foto de su cartera. Era una buena foto de Geoffrey, tomada en Florida durante la luna de miel. Sus ojos azules miraban de frente a la cámara. Su cabello era dorado brillante, y la luz del sol caía en ángulo sobre él, provocando sombras en sus rasgos atractivos. Sonreía. Sarah se había sentido atraída desde el principio por aquel rostro, no solo por su belleza, sino también por la fuerza e inteligencia que había visto en sus ojos.





Nick O'Hara estudió la foto sin comentarios. Sarah pensó que era muy distinto a Geoffrey. Cabello oscuro y rostro serio. Se preguntó qué pensaría en ese momento. Sus ojos eran de un gris impenetrable. Pasó un momento la foto al señor Greenstein y luego se la devolvió en silencio.

La joven cerró el bolso y lo miró.

– ¿Por qué me pregunta todo esto?

– Tengo que hacerlo. Lo siento, pero es necesario.

– ¿Para quién? -preguntó ella, tensa-. ¿Para usted?

– Para usted también. Y quizá para Geoffrey.

– Eso no tiene sentido.

– Quizá lo tenga cuando conozca las circunstancias de su muerte.

– Usted dijo que fue un accidente.

– Dije que parecía un accidente -la observócon atención-. Cuando hablé después con el señor Corrigan, tenían ya más detalles. Durante la investigación del fuego, encontraron una bala entre los restos del colchón.

La joven lo miró incrédula.

– ¿Una bala? ¿Quiere decir…?

Nick asintió.

– Creen que fue asesinado.