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– Todavía te odio -dijo ella débilmente.

– Y yo te quiero.

– No me mientas.

Volvió a besarla, esa vez más despacio, haciéndolo durar.

– No miento, Sarah. Nunca te he mentido.

– Trabajabas para ellos desde el comienzo.

– No, te equivocas. No estoy con ellos. Me arrinconaron. Y luego me lo contaron todo. Sarah, puedes dejar de correr.

– Cuando lo encuentre.

– No puedes encontrarlo.

– ¿Qué quieres decir?

Nick la miró con tristeza.

– Lo siento; está muerto.

Sus palabras la golpearon como un puñetazo. Lo miró atónita.

– No puede estar muerto. Me llamó…

– No fue él. Fue una grabación de la CIA.





– ¿Y qué le ocurrió?

– El fuego. El cuerpo que encontraron en el hotel era el suyo.

Sarah cerró los ojos.

– No comprendo. No comprendo nada -sollozó.

– La CIA te tendió una trampa. Querían que Magus fuera a por ti y saliera a la luz. Pero luego los despistamos. Hasta Berlín.

– ¿Y ahora?

– Se acabó. Han cancelado la operación. Podemos irnos a casa.

¡Casa! La palabra tenía un sonido mágico, como un lugar de cuento de hadas en cuya existencia ya no creía. Y Nick también tenía algo de mágico. Pero sus brazos eran reales. Siempre habían sido reales.

– Vamonos a casa, Sarah -susurró él-. Mañana por la mañana salimos de aquí.

– No puedo creer que haya terminado -musitó ella.

Se besaron con ternura y salieron al pasillo tomados del brazo. Al llegar a la parte superior de la escalera se veía el vestíbulo. Nick se detuvo.

Al principio, ella no supo por qué. Solo veía su mirada sobresaltada. Después, siguió la dirección de sus ojos.

Bajo ellos, al pie de las escaleras, un charco de sangre manchaba una alfombra azul persa. Sobre él yacía Corrie.