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– No.
– Usted hizo que la soltaran en Londres y luego la siguió. Pensó que lo llevaría hasta Fontaine, ¿verdad?
– Ya sabemos que no puede.
– ¿Qué significa eso?
– No buscamos a Fontaine.
– Cuénteme otra historia.
Potter no pudo seguir callado.
– ¡Maldita sea! -gritó, golpeando la mesa-. ¿Es que no lo entiendes? Fontaine era de los nuestros.
La revelación dejó atónito a Nick. Miró a Potter.
– ¿Quieres decir que… trabajaba para la CIA?
– Exacto.
– ¿Y dónde está?
Potter suspiró con cansancio.
– Está muerto.
Nick trató de asimilar la información. Toda su búsqueda había sido en vano. Habían cruzado Europa en persecución de un muerto.
– ¿Y quién persigue a Sarah? -preguntó.
– No estoy seguro de poder… -intervino Van Dam.
– No tenemos elección -dijo Potter-. Hay que decírselo.
Van Dam asintió después de una pausa.
– Está bien. Adelante.
Potter echó a andar por la estancia.
– Hace cinco años, Simon Dance era uno de los mejores agentes del Mossad. Formaba parte de un equipo de tres personas. Los otros dos eran mujeres: Eve Saint-Clair y Helga Steinberg. Les dieron una misión y fracasaron. Su objetivo sobrevivió. En su lugar mataron a su mujer.
– ¿Dance era un asesino a sueldo?
Potter se detuvo y resopló como un toro.
– A veces, O'Hara, hay que combatir al fuego con fuego. El blanco en este caso era el jefe de un cartel terrorista. Esos tipos no trabajan por ideología sino por dinero. Por cien mil dólares tienen una bomba. Por trescientos mil hunden un barco pequeño. Si lo prefieres, te venden el equipo para que lo hagas tú. Fusiles o misiles tierra-aire. Todo lo que desees. Solo hay un modo de lidiar con un club así. Había que hacer el trabajo y el equipo de Dance era el mejor.
– Pero el objetivo escapó.
– Por desgracia sí. Antes de un año habían puesto precio a la cabeza de los tres agentes del Mossad, que para entonces se habían evaporado. Creemos que Helga Steinberg sigue en Alemania. Dance y Eve Saint-Claire se desvanecieron y durante cinco años nadie supo dónde estaban. Luego, hace tres semanas, uno de nuestros agentes estaba sentado en un pub de Londres y oyó una voz conocida. Había trabajado con Dance hace unos años y conocía su voz. Así descubrimos su nueva identidad.
– ¿Y cómo entró a trabajar para la CIA?
– Lo convencí yo.
– ¿Cómo?
– Probé lo de siempre. Dinero. Una nueva vida. Rechazó ambas cosas. Pero quería una: poder vivir sin miedo. Le señalé que el único modo era terminar el trabajo de Magus, el hombre al que tenía que haber eliminado. Yo llevaba años intentando encontrar a Magus sin éxito. Necesitaba la ayuda de Dance y él accedió.
– No podías hacer tú el trabajo y contrataste a un pistolero -dijo Nick-. ¿Qué pasó? ¿Por qué no hizo su trabajo?
Potter movió la cabeza.
– No sé. En Amsterdam, Dance se puso… nervioso. Salió huyendo como un conejo asustado. Se fue a Berlín y se metió en ese hotel. Esa noche hubo un fuego. Pero eso ya lo sabes. Y no volvimos a tener noticias de Simon Dance.
– ¿El cuerpo del hotel era el suyo?
– No podemos probarlo, pero yo me inclino a pensar que sí. No se ha denunciado ninguna desaparición en Berlín. Dance no ha aparecido en ningún otro sitio. No sé cómo ocurrió. ¿Asesinato? ¿Suicidio? Ambas cosas son posibles. Estaba deprimido. Cansado.
Nick frunció el ceño.
– Pero si murió en aquel hotel, ¿quién llamó a Sarah?
– Yo.
– ¿Tú?
– Fue un montaje que hicimos con grabaciones de su voz. Habíamos intervenido la habitación de su hotel en Londres.
Nick se puso tenso.
– ¿Querías que viniera a Europa? ¿Vas a decirme que la querías como blanco?
– Blanco no, O'Hara. Cebo. Me enteré de que Magus seguía poniendo precio a la cabeza de Dance. No creía que estuviera muerto. Si podíamos hacerle creer que Sarah sabía algo, quizá pudiéramos hacerlo salir a la luz. Nosotros no la perdimos de vista en ningún momento. Hasta que nos esquivasteis, claro.
– ¡Bastardos! -gritó Nick-. ¡Estabais jugando con su vida!
– Hay cosas más importantes en juego…
– A la mierda con tus cosas importantes!
Van Dam se movió incómodo en su silla.
– Señor O'Hara, por favor, siéntese. Intente comprender la situación…
Nick se volvió hacia él.
– ¿Fue idea suya?
– No, fue mía -admitió Potter-. El señor Van Dam no tuvo nada que ver. Se enteró después, cuando apareció en Londres.
Nick miró a Potter.
– Tenía que haberlo supuesto. Huele a ti. ¿Qué es lo próximo que piensas hacer? ¿Atarla en la plaza del pueblo con un cartel que diga «tiro al blanco»?
Potter movió la cabeza.
– No. La operación ha terminado. Van Dam quiere que vuelva.
– ¿Para qué?
– Pronto estará claro para todos que Fontaine ha muerto. La dejarán en paz y nosotros buscaremos a Magus de otro modo.
– ¿Y qué hay de Wes Corrigan? No quiero que le pase nada.
– No le pasará nada. No quedará rastro de esto en ningún sitio.
Nick volvió a sentarse. Miró a Potter con dureza. Su decisión dependía de una cosa.
¿Podía fiarse de aquellos hombres? ¿Y qué opciones tenía si no lo hacía? Sarah estaba sola, huyendo de un asesino. No podría sobrevivir sola.
– Si se trata de alguna trampa…
– No hace falta que me amenaces, O'Hara. Ya sé de lo que eres capaz.
– No -dijo Nick-. Creo que no lo sabes. Y esperemos que no lo descubras nunca.
– ¿Dónde podré encontrarlo en Amsterdam? -preguntó Sarah a la mujer.
Paseaban entre los árboles en dirección al Citroen. El suelo estaba mojado, y los tacones de Sarah se hundían en la hierba joven.
– ¿Seguro que quiere encontrarlo? -preguntó la mujer.
– Es preciso. Es el único al que puedo pedir ayuda. Y me está esperando.
– Quizá no sobreviva a esta búsqueda. Lo sabe, ¿verdad?
Sarah se estremeció.
– Ya apenas sobrevivo. Tengo siempre miedo. No dejo de pensar cuándo terminará todo y si será doloroso o no -se estremeció-. Con Eve usaron una navaja.
Los ojos de la mujer se oscurecieron.
– ¿Una navaja? La marca de fábrica de Kronen.
– ¿Kronen?
– Es el favorito de Magus.
– ¿Lleva gafas de sol y tiene pelo rubio casi blanco?
La mujer asintió.
– Ya lo ha visto. La estará buscando. En Amsterdam. En Berlín. Dondequiera que vaya, estará esperando.
– ¿Qué haría usted en mi lugar?
La mujer la miró pensativa.
– ¿En su lugar y con sus años? Lo mismo que usted. Intentaría encontrar a Simon.
– Entonces ayúdeme. Dígame cómo hacerlo.
– Lo que le diga podría matarlo.
– Tendré cuidado.
La mujer observó el rostro de Sarah, calculando sin duda sus posibilidades.
– Hay un club en Amsterdam… Casa Morro. En la calle Oude Zijds Voorburgwal. La propietaria es una mujer llamada Corrie. Era amiga del Mossad y de todos nosotros. Si Simon está en Amsterdam, ella sabrá encontrarlo.
– ¿Y si no sabe?
– Entonces no sabe nadie.
La puerta del Citroen ya estaba abierta. Subieron y el conductor salió hacia el Kudamm.
– Cuando vea Casa Morro no se escandalice -dijo la mujer.
– ¿Por qué?
La otra rio con suavidad.
– Ya lo verá -se inclinó y habló al conductor en alemán.
– Podemos dejarla cerca de su pensión. ¿Es lo que quiere?
Sarah asintió. Necesitaría dinero para llegar a Amsterdam y Nick lo llevaba casi todo. Cuando estuviera dormido esa noche, le quitaría una parte de la cartera y se marcharía de Berlín. Por la mañana estaría ya muy lejos.
– Me hospedo justo al sur de…
– Sabemos dónde es -dijo la mujer-. Una última cosa. Tenga cuidado en quién confía. El hombre que la acompañaba ayer, ¿cómo se llama?
– Nick O'Hara.
– Podría ser peligroso. ¿Cuánto hace que lo conoce?
– Unas semanas.
La mujer asintió.
– No se fíe de él. Vaya sola. Es más seguro.
– ¿En quién puedo confiar?
– Solo en Simon. No le diga a nadie más lo que le he dicho. Magus tiene ojos y oídos en todas partes.
Se acercaban a la pensión. La calle parecía tan expuesta, tan peligrosa, que Sarah se sentía más segura en el coche. No quería bajar. Pero el Citroen había frenado ya. Se disponía a abrir la puerta cuando el conductor lanzó una maldición y apretó el acelerador.
– Nach rechts! -gritó la mujer, con el rostro tenso.
– ¿Qué ocurre? -preguntó Sarah.
– ¡ La CIA! Están por toda la calle.
– ¿ La CIA?
– Mírelo usted misma.
La pensión era, como las demás casas de esa calle, una caja de cemento gris con un cartel rojo en la fachada. En la acera había dos hombres. Sarah los reconoció a ambos. El robusto de piernas cortas era Roy Potter. Y a su lado, con mirada de incredulidad en el rostro, se encontraba Nick.
Parecía incapaz de moverse, de reaccionar. Se limitó a mirar con fijeza el Citroen cuando pasó a su lado. Por un instante sus ojos se encontraron a través de la ventanilla. Tomó a Potter del brazo y los dos corrieron a la calle tras el vehículo en un intento fútil por abrirle la puerta. Entonces, ella lo comprendió todo. Al fin, estaba claro.
Nick había trabajado con Potter desde el principio. Juntos habían elaborado un plan que la había engañado por completo. Nick era de la CIA. Acababa de ver la prueba. Cuando regresó a la habitación y la encontró vacía, hizo sonar la alarma.
Se hundió en el asiento. Oyó la voz de Nick gritando su nombre, y luego solo el ruido del motor del coche. Se acurrucó contra la puerta como un animal perseguido. Era un animal perseguido. La buscaba la CIA, la buscaba Magus. Y alguien acabaría por encontrarla.
– La dejaremos en el aeropuerto -dijo la mujer-. Si toma un avión de inmediato, quizá pueda salir de Berlín antes de que la detengan.
– ¿Pero adónde irá usted? -preguntó Sarah.
– Lejos. Seguiremos una ruta distinta.
– ¿Pero y si la necesito? ¿Cómo puedo encontrarla?
– No puede.
– ¡Pero ni siquiera sé su nombre!
– Si encuentra a su marido, dígale que la envía Helga.
La señal que anunciaba el aeropuerto apareció muy deprisa, sin darle tiempo a pensar, a hacer acopio de valor. El Citroen paró y ella tuvo que bajar. Ni siquiera pudo despedirse. El vehículo se alejó en cuanto sus pies tocaron el suelo.