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– ¡Lo haré! -aulló, a pesar de saber que él no podía oírla-. ¡Dispararé!

El helicóptero despegó.

Jean-Pierre empezó a correr.

Mientras el aparato alzaba el vuelo, pegó un salto y aterrizó en la cabina. Jane tuvo la esperanza de que volviera a caer, pero él consiguió recuperar el equilibrio. La miró con ojos llenos de odio y se preparó para saltar sobre ella.

Jane cerró los ojos y apretó el gatillo.

La pistola se disparó con un fuerte retroceso.

Ella volvió a abrir los ojos. Jean-Pierre todavía seguía allí, de pie, con una expresión de estupefacción en el rostro. En la chaqueta tenía una mancha oscura que se iba extendiendo. Presa del pánico Jane volvió a apretar el gatillo una vez y otra vez y después una tercera. Erró los dos primeros disparos, pero tuvo la sensación de que el tercero le daba en el hombro. Jean-Pierre giró sobre sí mismo, quedó de cara hacia afuera y después cayó hacia delante y se desplomó en el vacío a través de la puerta.

Entonces desapareció.

Lo maté, pensó ella.

Al principio se sintió invadida por una especie de júbilo salvaje. El había tratado de capturarla, de aprisionarla y de convertirla en una esclava. Trató de darle caza como si fuese un animal. La traicionó y le pegó. Y ahora ella le había dado muerte.

Después se sintió sobrecogida por el dolor. Se sentó en la cabina y sollozó. Chantal también empezó a llorar y Jane comenzó a mecer a su hijita mientras ambas sollozaban juntas.

No supo cuánto tiempo permanecieron allí. Pero en algún momento se levantó y se dirigió a la cabina del piloto, quedando junto al asiento de éste.

– ¿Estás bien? -preguntó Ellis a gritos.

Ella asintió y ensayó una débil sonrisa.





Ellis le devolvió la sonrisa, señaló uno de los indicadores y gritó:

– ¡Mira: tenemos los tanques llenos de combustible!

Ella lo besó en la mejilla. Algún día le contaría que había matado a Jean-Pierre a tiros, pero ahora no.

– ¿A qué distancia de la frontera estamos? -preguntó.

– A menos de una hora. Y no pueden mandar a nadie a perseguirnos porque tenemos la radio.

Jane miró a través del parabrisas. Directamente delante de sí podía ver las montañas de blancos picos que hubiesen tenido que escalar para poder huir. No creo que hubiera podido hacerlo -se dijo para sí-. Creo que me habría acostado en la nieve para morir. Ellis tenía una expresión nostálgica en el rostro.

– ¿En qué estás pensando? -preguntó ella.

– Pensaba en lo que me gustaría comer un sándwich de carne asada con lechuga, tomate y mayonesa, hecho de pan integral -contestó él, y Jane sonrió.

Chantal se movió inquieta y lloró. Ellis retiró una mano de los controles para acariciarle la mejilla sonrosada.

– Tiene hambre -advirtió.

– Iré a la cabina y la alimentaré -contestó Jane.

Regresó a la cabina de pasajeros y se instaló sobre el banco. Se desabrochó la chaqueta y la blusa y alimentó a su hijita, mientras el helicóptero volaba hacia el sol naciente.