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– Rayos, si. Entonces quizá la gente de la Landsma

– Y Berrington se quedará sin todos esos millones de dólares.

– Y Jim Proust se quedará sin su campaña por la presidencia.

– Debemos estar locos -puntualizó Steve realista-. Esas son algunas de las personas más poderosas de Estados Unidos y estamos aquí hablando de reventarles la fiesta.

Llegó de abajo el ruido de los martillazos indicadores de que el señor Oliver empezaba a arreglar la puerta.

– Odian a los negros, ya sabes -dijo Jea

– Nos hace falta un plan -dijo Steve, yendo a lo práctico.

– Muy bien, ahí va -dijo Jea

– Seguramente en un hotel de Baltimore.

– Podemos llamarlos a todos, si es preciso.

– Probablemente deberíamos alquilar una habitación en ese hotel.

– Buena idea. Luego nos colamos en la conferencia de prensa, nos plantamos en mitad de la sala y les soltamos un buen parlamento a los medios de comunicación que cubran el acto.

– Te acallarán.

– Debería llevar preparada una nota de prensa, lista para soltarla allí. Y entonces entras tú con Harvey. Los gemelos son fotogénicos y todas las cámaras os enfocaran.

Steve frunció el entrecejo.

– El que nos presentes allí a Harvey y a mí, ¿qué demostrará?

– El hecho de que seáis idénticos proporcionará la clase de impacto dramático que inducirá a los periodistas a disparar sus preguntas. No costará mucho tiempo cerciorarse de que tenéis madres distintas. Una vez captaran eso, sabrían que hay un misterio por descubrir, lo mismo que me pasó a mí. Y ya sabes como investiga la prensa a los candidatos presidenciales.

– Sin embargo, resulta indudable que tres serían mejor que dos -dijo Steve-. ¿Crees que podríamos lograr que alguno de los otros apareciese en la conferencia?

– Podemos intentarlo. Invitarlos a todos, con la esperanza de que se presente al menos uno.

En el suelo, Harvey abrió los ojos y emitió un gemido.

Jea

– Teniendo en cuenta como le he sacudido, probablemente debería verle un médico.

Harvey se recobró enseguida.

– Desátame, puta asquerosa -barbotó.

– Olvidémonos del médico -dijo Jea

– Suéltame ahora mismo o te juro que en cuanto esté libre te rebanaré los pezones con una navaja barbera.

Jea

– Cierra el pico, Harvey -dijo.

– Va a ser muy interesante -comentó Steve, pensativo- eso de introducirle a hurtadillas en una habitación de hotel.

Llegó de la planta baja la voz de Liza, que saludaba al señor Oliver. Al cabo de un momento entraba en el cuarto, vestida con pantalones azules y calzada con pesadas botas Doc Marten. Miró a Steve y a Harvey y exclamó:

– ¡Dios mío, es cierto!

Steve se puso en pie.

– Yo soy el que señalaste en la rueda de identificación -dijo-. Pero el que te asaltó fue él.

– Harvey intentó repetir conmigo lo que te hizo a ti -explicó Jea

Lisa se acercó al tendido Harvey. Lo miró fijamente durante un buen rato; luego, pensativamente, echó hacia atrás la pierna para cobrar impulso, y le descargó un puntapié en las costillas, con todas sus fuerzas. La puntera de las pesadas botas Doc Marten chasqueó sobre el costado de Harvey, que emitió un gemido y se retorció de dolor.

Lisa repitió la patada.

– ¡Jolines! -dijo, al tiempo que sacudía la cabeza-. ¡Qué a gusto se queda una!

En un dos por tres, Jea

– ¡La cantidad de cosas que han pasado mientras dormía! -exclamó Lisa, asombrada.

– Llevas un año en la UJF, Lisa… -dijo Steve-, me extraña que no hayas visto nunca al hijo de Berrington.

– Berrington no alterna con sus colegas académicos -respondió ella-. Es una celebridad demasiado importante. Es absolutamente posible que en la Universidad Jones Falls nadie haya visto nunca a Harvey.

Jea

– Tal como dijimos, nuestra confianza subiría muchos enteros si asistiese al acto alguno de los otros clones.

– Bueno, Per Ericson ha muerto y De

– Yo también -dijo Jea

– Podríamos consultar los vuelos por CompuServe -dijo Lisa-. Dónde está tu ordenador, Jea

– Me lo robaron.

– Llevo mi PowerBook en el maletero, iré a buscarlo.

Mientras Lisa estaba ausente, Jea

– Tendremos que pensar bien cómo podemos convencer a esos chicos para que vuelen a Baltimore. Es difícil, avisándoles con tan poco tiempo. Y tendremos que ofrecernos a pagarles el billete y los demás gastos. No estoy muy segura de que mi tarjeta de crédito de para tanto.

– Tengo una tarjeta American Express que me dio mi madre para emergencias. Sé que ella considerará esto una emergencia.

– Tienes una madre estupenda -observó Jea



– Eso es verdad.

Regresó Lisa y conectó su ordenador al modem de Jea

– Un momento -dijo Jea

58

Jea

Al cabo de tres intentos, se le ocurrió que tal vez la conferencia no iba a tener lugar en un hotel. Quizá la celebraran en un restaurante o en algún sitio más exótico, como a bordo de un barco; o acaso la sede de la Genético, situada al norte de la ciudad, dispusiera de un salón de actos lo bastante amplio. Pero en la séptima llamada, un empleado amable dijo:

– Sí, es en la Sala Regencia, a mediodía, señor.

– ¡Estupendo! -se animó Steve. Jea

– Le pasó con Reservas. Tenga la bondad de esperar un momento.

Steve alquiló la habitación, que pagó con la tarjeta American Express de su madre. Cuando colgó, Lisa dio su informe:

– Hay tres vuelos que podrían traernos a Henry King a tiempo de asistir a la conferencia, todos son de la USAir. Salen a las seis y veinte, a las siete cuarenta y a las nueve cuarenta y cinco. Todos ellos tienen plazas disponibles.

– Encarga un asiento para el de las nueve cuarenta y cinco -dijo Jea

Steve pasó a Lisa la tarjeta de crédito y la muchacha tecleó los datos.

– Aún no sé cómo voy a convencerle para que venga -confesó Jea

– ¿No dijiste qué es estudiante y que trabaja en un bar? -preguntó Steve.

– Sí.

– Seguro que anda a la cuarta pregunta. Déjame intentar una cosa. ¿Qué número tiene?

Jea

– Le llaman Hank -aclaró.

Steve marcó el número. Nadie contestó al teléfono. Steve sacudió la cabeza, decepcionado.

– No hay nadie en casa.

Jea

Dio a Steve el número y éste lo marcó. Contestó un hombre con acento hispano.

– Blue Note…

– ¿Me puede poner con Hank?

– Se supone que está trabajando, ¿sabe? -replicó el hombre en tono irritado.

Steve sonrió a Jea

Al cabo de un minuto llegó por la línea una voz exactamente como la de Steve.

– ¿Sí, quién es?

– Hola, Hank, me llamo Steve Logan y tenemos algo en común.

– ¿Vende algo?

– Tu madre y la mía recibieron tratamiento en un lugar llamado Clínica Aventina, antes de que tú y yo naciéramos. Puedes comprobarlo con ella.

– Sí, ¿y qué?

– Para abreviar: he demandado a la clínica por diez millones de dólares y me gustaría que te unieras a mi querella.

Una pausa reflexiva.

– No sé si lo que dices es verdad o no, colega, pero tampoco tengo dinero para entablar un juicio.

– Correré con los gastos del proceso. No quiero tu dinero.

– ¿Por qué me llamas, entonces?

– Porque mi caso tendrá mucha más fuerza contigo a bordo.

– Será mejor que me escribas y me des los detalles…

– Ese es el problema. Te necesito aquí en Baltimore, en el hotel Stouffer, mañana al mediodía. He convocado una conferencia de prensa, previa al litigio, y quiero que asistas a ella.

– ¿Quién quiere ir a Baltimore? Vaya, no es Honolulu.

«Sé un poco serio, imbécil.» -Tienes reservada una plaza en el vuelo de la USAir que despega de Logan a las diez menos cuarto. El billete ya está pagado, puedes comprobarlo con la línea aérea. Recógelo en el aeropuerto.

– ¿Estás ofreciéndome compartir diez millones de dólares contigo?

– Ah, no. Tú recibirás tus propios diez millones.

– ¿En qué basas tu demanda?

– Quebrantamiento por fraude de contrato implícito.

– Estudio comercio. ¿No hay un estatuto de limitaciones sobre eso? ¿No prescribe ese delito? Algo que sucedió hace veintitrés años…

– Hay un estatuto de limitaciones, pero el caso empieza a contar a partir de la fecha del descubrimiento del fraude. Que en este caso fue la semana pasada.