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– ¡No te acerques!

Harvey avanzó hacia ella, sonriente.

– Voy a arrancarte esos vaqueros tan ajustados que llevas y a echar un vistazo a lo que hay debajo.

Jea

– No me asustas -afirmó, tratando de que su voz sonara tranquila. «Pero si me tocas, juro que te mataré.»

Harvey actuó con aterradora rapidez. La cogió como un rayo, la levantó en vilo y la arrojó contra el suelo.

Sonó el teléfono.

Jea

– ¡Socorro! ¡Señor Oliver! ¡Socorro!

Harvey cogió el paño de encima del mostrador de la cocina y se lo metió sin contemplaciones en la boca, magullándole los labios. Amordazada, Jea

El teléfono seguía repicando.

Harvey enganchó la mano en la cintura del vaquero. Jea

– ¡Joder, que peludo! -ponderó.

Jea

– ¡Socorro, ayúdenme, socorro!

Harvey le tapó la boca con su manaza, sofocando los gritos, y se dejó caer sobre ella. Jea

El teléfono continuaba sonando. Y entonces se le unió también el timbre de la puerta de la calle. Harvey no se detuvo.

Jea

El timbre de la puerta volvió a sonar, prolongada e insistentemente.

Jea

– ¡Socorro! -a pleno pulmón-. ¡Socorro, socorro, socorro! ¡Qué alguien me ayude!

Escaleras abajo resonó un golpe estruendoso, seguido de otro y, a continuación, el chasquido de madera que se astilla.

Harvey se puso en pie y se agarró la mano herida.

Jea

Se abrió de golpe la puerta del apartamento. Harvey giró en redondo, quedando de espaldas a Jea

Steve irrumpió en la estancia.

Steve y Harvey se quedaron mirándose el uno al otro, durante un congelado instante de estupefacción. Eran exactamente iguales. ¿Qué ocurriría si se enzarzasen en una pelea? Tenían el mismo peso, estatura, fortaleza y perfección física. Un combate entre ellos podía durar eternamente.

Movida por un impulso instintivo, Jea

Alcanzó a Harvey en la parte posterior de la cabeza, en la coronilla.

El golpe produjo un ruido sordo, repulsivo. A Harvey parecieron reblandecérsele las piernas. Cayó de rodillas, balanceante. Como si se precipitara hacia la red para coronar la jugada con una volea, Jea

– Vaya -dijo Steve-, me alegro de que no te equivocaras de gemelo.

Jea

– Se acabó -dijo.

– No, no se ha acabado -replicó ella-. No ha hecho más que empezar.

El teléfono aún seguía sonando.

57

– Lo dejaste fuera de combate «comentó Steve» ¿Quién es ese cabrón?

– Harvey Jones- respondió Jea

Steve se quedó de piedra.

– ¿Berrington crió a uno de los ocho clones como hijo suyo? Vaya, que me aspen.

Jea

– ¿Qué vamos a hacer ahora?

– Para empezar, ¿por qué no contestas el teléfono?

Automáticamente, Jea

– Casi me ocurrió a mí también lo que a ti- dijo Jea

– ¡Oh no!

– El mismo individuo.

– ¡No puedo creerlo? ¿Me dejo caer por tu casa ahora?

– Gracias, me gustaría.

Jea



– Estamos en un punto muy peligroso, Steve, La gente con la que nos enfrentamos tiene amigos muy influyentes.

– Ya lo sé.

– Es posible que intenten matarnos.

– A mí me lo dices.

La idea hizo que a Jea

– ¿Crees que si prometo no contar a nadie lo que sé, tal vez me dejen en paz?

Steve reflexionó un instante y luego propuso:

– No, no lo creo.

– Ni yo tampoco. Así que no tengo más opción que luchar.

Sonaron pasos en la escalera y el señor Oliver asomó la cabeza por el hueco de la puerta.

– ¿Qué infiernos ha pasado aquí? -preguntó. Sus ojos fueron del inconsciente Harvey tendido en el suelo a Steve, para volver otra vez a Harvey-. Vaya, esta sí que es buena.

Steve recogió los Levi's negros y se los tendió a Jea

– Este debe de ser el sujeto de Filadelfia. No me extraña que pensaras que era tu novio. ¡Tienen que ser gemelos!

– Voy a atarle antes de que vuelva en sí -dijo Steve-. ¿Tienes una cuerda a mano, Jea

– Yo tengo cordón eléctrico -ofreció el señor Oliver-. Traeré mi caja de herramientas. Salió del cuarto.

Jea

– Creí que eras tú -manifestó-. Fue como ayer, pero esta vez no me volví paranoica, esta vez era verdad.

– Dijimos que estableceríamos una clave secreta, pero luego no volvimos a hablar del asunto.

– Podemos hacerlo ahora. Cuando me abordaste en la pista de tenis el domingo pasado dijiste: «Yo también juego un poco al tenis».

– Y tú, como eres así de modesta, respondiste: «Si sólo juegas un poco al tenis, lo más probable es que no estés en mi división».

– Ese es el código. Si uno pronuncia la primera frase, el otro tiene que contestar con el resto del diálogo.

– Hecho.

Regresó el señor Oliver con la caja de herramientas. Dio media vuelta a Harvey y procedió a maniatarle por delante, con las palmas una contra otra, pero dejando sueltos los meñiques.

– ¿Por qué no le ata las manos a la espalda? -quiso saber Steve.

El señor Oliver pareció un poco vergonzoso.

– Si me disculpa por mencionarlo, le diré que así podrá sostenerse la pilila cuando tenga que hacer pis. Lo aprendí en Europa, durante la guerra. -Empezó a ligar los pies de Harvey-. Este bigardo no causara más problemas. Y ahora, ¿qué piensan hacer respecto a la puerta de la calle?

Jea

– La dejé bastante destrozada -confesó éste.

– Lo mejor será llamar a un carpintero -sugirió Jea

– Tengo algo de madera en el patio -dijo el señor Oliver-. La remendaré lo suficiente como para que podamos dejarla cerrada esta noche. Mañana buscaremos a alguien que haga un buen trabajo con ella.

Jea

– Gracias, muchas gracias, es usted muy amable.

– Ni lo menciones. Esto es lo más interesante que me ha sucedido desde la Segunda Guerra Mundial.

– Le ayudaré -se brindó Steve.

El señor Oliver denegó con la cabeza.

– Vosotros dos tenéis un montón de cosas de las que discutir, ya lo veo. Como, por ejemplo, si llamáis o no a la policía para que se haga cargo de este fulano que tenéis amarrado encima de la alfombra.

Sin esperar respuesta, cogió su caja de herramientas y se fue escaleras abajo.

Jea

– Mañana se venderá la Genético por ciento ochenta millones de dólares y Proust emprenderá la ruta presidencial. Mientras tanto, estoy sin empleo y con mi reputación por los suelos. Nunca volveré a realizar ninguna tarea científica. Pero con lo que sé podría darle la vuelta a ambas situaciones.

– ¿Cómo harías tal cosa?

– Bueno… Podría publicar en la prensa un comunicado en el que explicara el asunto de los experimentos.

– ¿No necesitarías alguna clase de prueba?

– Harvey y tú juntos constituiríais una prueba bastante espectacular. Sobre todo si consiguiera que aparecieseis juntos en televisión.

– Sí… en Sesenta Minutos o algún programa por el estilo. Me gusta la idea. -Volvió a poner cara larga-. Pero Harvey no colaborará.

– Pueden filmarlo atado. Luego llamamos a la policía y también pueden filmar eso.

Steve asintió.

– Lo malo es que tú probablemente tengas que actuar antes de que la Landsma

– Tal vez deberíamos celebrar nuestra propia conferencia de prensa.

Steve chasqueó los dedos.

– ¡Ya lo tengo! Nos colaremos en su conferencia de prensa.