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«Diablos, nuestro cariño hacia ti fue creciendo más y más, mientras tu te hacías cada vez menos adorable. Todos los malditos años nos llegaba el mismo informe del colegio: "Es muy agresivo, no ha aprendido aún a compartir, pega a los otros chicos, tiene dificultades en los deportes de equipo, alborota la clase, debe aprender a respetar a los integrantes del sexo contrario". Cada vez que te expulsaban de un colegio, teníamos que emprender una penosa peregrinación para rogar e implorar que te admitiesen en otro. Contigo lo intentamos a base de mimos, de golpes, de retirarte los privilegios. Te llevamos a tres psicólogos infantiles distintos. Nos amargaste la vida.

– ¿Estás diciendo que destrocé vuestro matrimonio?

– No, hijo, de eso me encargue yo solito. Lo que trato de decirte es que te quiero, hagas lo que hagas, exactamente igual que los demás padres quieren a sus hijos.

Harvey seguía turbado.

– ¿Porqué me cuentas todo eso ahora?

– Seleccionaron a Steve Logan, uno de tus dobles, como sujeto de estudio en mi departamento. Como puedes imaginar, me llevé un sobresalto de todos los diablos cuando le vi allí. Luego la policía lo detuvo por la violación de Lisa Hoxton. Pero una de las profesoras, Jea

– ¿Es la mujer que conocí en Filadelfia?

Berrington se quedó de piedra.

– ¿Qué la conociste?

– Tío Jim me llamó y me encargó que le diera un susto.

Berrington montó en cólera.

– El muy hijo de perra, voy a arrancarle su jodida cabeza de encima de los hombros…

– Cálmate, papá, no pasó nada. Sólo dimos un paseo en su coche. Es mona la chica, a su modo.

Le costó un buen esfuerzo, pero Berrington se dominó.

– Tu tío Jim siempre ha sido un irresponsable en su actitud hacia ti. Le encanta tu insensatez, sin duda porque también el es un imbécil nervioso.

– A mí me cae bien.

– Vamos a hablar de lo que debemos hacer. Necesitamos enterarnos de las intenciones de Jea

Harvey asintió.

– Quieres que vaya a hablarle, haciéndome pasar por Steve Logan.

– Sí.

Harvey sonrió.

– Suena divertido.

Berrington gruñó.

– No cometas ninguna tontería, por favor. Sólo habla con ella.

– ¿Quieres que vaya ahora mismo?

– Sí, hazme el favor. No sabes lo que me molesta pedirte que hagas esto…, pero has de hacerlo por ti tanto como por mí.

– Tranquilo, papá… ¿qué puede pasar?

– Tal vez me preocupe demasiado. Supongo que no entraña un gran peligro ir al piso de una chica.

– ¿Y si el verdadero Steve estuviese allí?

– Echa una mirada a los coches aparcados en la calle. Steve tiene un Datsun como el tuyo; esa es otra razón por la que la policía estaba tan segura de que era el autor de la violación.

– ¡Te estás quedando conmigo!

– Sois como gemelos idénticos, elegís las mismas cosas. Si ves su coche en la calle, no subas. Me llamas y trataremos de idear algún modo de hacerle salir de la casa.

– Supongamos que se presenta cuando yo estoy allí.

– Vive en Washington.

– Está bien. -Harvey se levantó-. ¿Cuál es la dirección?

– La chica vive en Hampden. -Berrington escribió las señas en una tarjeta y se la tendió-. Ve con cuidado, ¿de acuerdo?

– Claro. Hasta pronto, Moctezuma.

Berrington sonrió forzadamente.

– Hasta dentro de un plís plas, carrasclás.

56

Harvey recorrió la calle de Jea

Encontró un hueco cerca de la casa de Jea

No dudaba que Jea

Estaría obligado a responder a ellas sin demostrar ignorancia. Debía conservar la confianza de la muchacha el tiempo suficiente para descubrir las pruebas que tenía contra él y lo que proyectaba hacer con lo que había averiguado. Sería muy fácil cometer algún desliz y traicionarse.

Pero mientras meditaba sobriamente en el amedrentador desafío que constituía suplantar a Steve, a duras penas lograba contener su emoción ante la perspectiva de volver a ver a Jea

Jea

– ¡No dejó usted también un mensaje urgente a primera hora de esta mañana? -le preguntaron.

– Sí, pero este es otro, tan importante como aquél.



– Haré cuánto esté en mi mano para transmitirlo -manifestó la voz escépticamente.

La siguiente llamada la hizo a la casa de Steve, pero no descolgaron el teléfono. Supuso que estarían con el abogado, intentando conseguir la libertad de Charles, y que Steve la llamaría en cuanto le fuera posible.

Se sentía desilusionada; estaba deseando dar a alguien la buena noticia. La emoción de haber dado con el apartamento de Harvey se disipó y Jea

Se preparó un desayuno tardío como método para animarse. Se hizo tres huevos revueltos, puso en la parrilla el beicon que compró el día anterior para Steve y se lo comió acompañado de tostadas y café. Cuando dejaba los platos en el fregadero sonó el timbre del portero automático.

Cogió el interfono.

– ¡Hola!

– ¿Jea

– ¡Entra! -acogió ella, eufórica.

Steve llevaba un jersey de algodón del mismo color que sus ojos, y parecía estar en buena forma para comer. Jea

Al cabo de un momento, Jea

– No vayamos demasiado aprisa jadeó. Deseaba saborear aquello-. Sentémonos. ¡Tengo muchas cosas que contarte!

El chico se sentó en el sofá y ella se acercó al frigorífico.

– ¿Vino, cerveza, café?

– Vino me parece de perlas.

– ¿Crees que estará bueno?

Qué diablos quería decir con eso de «¿Crees que estará bueno?».

– No sé -respondió.

– ¿Cuánto tiempo hace que la descorchamos?

«Muy bien, compartieron una botella de vino, pero no se la acabaron, así que volvieron a ponerle el corcho, la guardaron en el frigorífico y ahora ella se pregunta si el vino estará bien. Pero quiere que sea yo quien decida.»

– Veamos, ¿qué día fue?

– El miércoles; hace cuatro días.

El chico ni siquiera sabía si se trataba de vino tinto o blanco. «Mierda.»-Demonios, echa un poco en un vaso y lo probaremos.

– Genial idea.

Jea

– Se deja beber -dijo el muchacho.

Jea

– Deja que lo pruebe. -Le besó en los labios y dijo-: Abre la boca, quiero catar el vino. -El rió entre dientes e hizo lo que le pedía. Jea

Se echó a reír, llenó la copa del chico e hizo lo propio con la suya.

El falso Steve empezó a sentirse a gusto.

– Pon algo de música -sugirió.

– ¿En qué?

El no tenía idea de lo que Jea

– Mi padre me robó el estero, ¿no te acuerdas? -dijo Jea

«El padre le robó el estero, la madre esta pirada… ¿de qué clase de familia procede?»

– Suena fatal, pero es lo único que tengo. -Lo encendió-. Siempre está sintonizado en la 92Q.

– Veinte éxitos seguidos -dijo el muchacho automáticamente.

– ¿Cómo lo sabes?

«Ah, mierda, Steve no conocería las emisoras de radio de Baltimore.»

– La cogí en el coche cuando venía.

– ¿Qué clase de música te gusta?

«No tengo ni idea de los gustos de Steve, pero supongo que tu tampoco, así que la verdad servirá.»

– Me va el rap gangsta… Snoop Doggy Dog, Ice Cube, ese tipo de cosas.

– Joder, haces que me sienta una carrozona de mediana edad.

– ¿Qué te gusta a ti?

– Los Ramones, los Sex Pistols, los Damned. Quiero decir cuando era chica, una chica de verdad, una punki, ya sabes. Mi madre oía toda esa charanga horrible de los sesenta que a mí nunca me dijo nada. Luego, cuando me anduve por los once años, de pronto, zas! Talking Heads. ¿Te acuerdas de «Psycho Killer»?