Добавить в цитаты Настройки чтения

Страница 68 из 99

– En un cajón de mi mesa, grabados en un disquete con el rótulo de COMPRAS.LST.

– Podemos solicitar que se nos permita acceder a su despacho sin especificar qué estamos buscando.

– Me temo que, en ese caso, borrarán toda la información de mi ordenador y de todos los disquetes.

– No se me ocurre ninguna idea mejor.

– Lo que necesitamos es un ladrón profesional -oyó que decía Steve.

– ¡Oh, Dios mío! -exclamó Jea

– ¿Qué?

Papá.

– ¿Qué ocurre, doctora Ferrami? -preguntó el abogado.

– ¿Puede retener esa solicitud al tribunal? -dijo Jea

– Sí. De todas formas, no empezaría a rodar hasta el lunes. ¿Por qué?

– Acabo de tener una idea. Veamos si la puedo poner en práctica. Si no me resulta factible, la semana que viene nos lanzaremos por el camino de la legalidad. ¿Steve?

– Aquí estoy todavía.

– Llámame luego.

– Cuenta con ello.

Jea

Su padre podía colarse en el despacho. En aquel momento se encontraba en casa de Patty. Estaba sin blanca, así que no podía ir a ninguna parte. Y tenía una deuda con ella. Oh, vamos, se lo debía.

Si lograba encontrar al tercer gemelo, Steve quedaría libre de toda sospecha. Y si le fuera posible demostrar al mundo lo que Berrington y sus camaradas habían hecho en los años setenta, tal vez ella recuperara su empleo.

¿Podía pedirle a su padre que hiciera aquello? Iba en contra de la ley. Si las cosas salían mal, el podía acabar en la cárcel. Claro que estaba arriesgándose continuamente; pero en esa ocasión sería por culpa de ella. Trató de convencerse de que no lo atraparían.

Sonó el timbre de la entrada. Jea

– ¿Si?

– ¿Jea

Era una voz familiar.

– Si -contestó-. ¿Quién es?

– Will Temple.

– ¿Will?

– Te envié una nota por correo electrónico, ¿no la recibiste?

¿Qué diablos estaba haciendo Will Temple allí?

– Pasa -permitió Jea

Subió la escalera vestido con pantalones de dril marrón y polo de color azul marino. Llevaba el pelo corto, y aunque conservaba la barba rubia que tanto le gustaba a Jea

Jea

– Esto sí que es una sorpresa -dijo-. Hace dos días que no puedo recoger mi correo electrónico.

– Asisto a una conferencia en Washington -explico Will-. Alquilé un coche y me vine para acá.

– ¿Quieres un poco de café?

– Seguro.

– Siéntate.

Jea

– Bonito apartamento.

– Gracias.

– Diferente.

– Quieres decir distinto a nuestro antiguo domicilio.

El salón de su piso de Mi

– Supongo que reaccioné contra todo aquel caos.

– En aquella época parecía gustarte.

– Entonces, sí. Las cosas cambian.

Will asintió y enfocó otro tema de conversación.

– He leído lo que dicen de ti en el New York Times . Ese artículo era basura.

– Pero me lo dedicaron especialmente. Hoy me han despedido.

– ¡No!

Jea

– Ese muchacho, Steve… ¿vas en serio con él?

– No lo sé. Tengo una mentalidad liberal.

– ¿No salís en plan formal?

– No, a pesar de que él si quiere hacerlo, y la verdad es que el chico me va. ¿Sigues tú con Georgina Tinkerton Ross?

– No. -Will meneó la cabeza pesarosamente-. En realidad, Jea



A Jea

– Fuiste lo mejor que me ha ocurrido nunca -confesó Will-. Eres fuerte, pero también buena. E inteligente: tengo que tener a alguien inteligente. Nos compenetrábamos. Nos queríamos.

– Me dolió mucho en aquellos días -dijo Jea

– Yo no estoy muy seguro de poder decir lo mismo.

Jea

Había ido a pedirle que volviese con él, eso estaba claro. Y Jea

Sería mucho más clemente evitarle el mal trago de la humillación que representaría el que se declarase y luego rechazarle. Jea

– Will, tengo algo importante que hacer y he de salir zumbando Me gustaría haber recibido tus mensajes, en cuyo caso tal vez hubiéramos podido pasar más tiempo juntos.

Will captó la indirecta implícita en aquellas palabras y su semblante se entristeció un poco más.

– Mala suerte -dijo. Se puso en pie.

Jea

El hombre tiró de ella para darle un beso. Jea

– Desearía poder reescribir el guión -comentó contrito-. Pondría un final más feliz.

– Adiós, Will.

– Adiós, Jea

Ella siguió mirándolo mientras Will bajaba la escalera y salía por la puerta.

Sonó el teléfono. Jea

– Dígame.

– Que te despidan no es lo peor que puede pasarte.

Era un hombre; la voz se oía ligeramente sofocada, como si hablase a través de algo colocado sobre el micrófono para disimularla.

– ¿Quién es? -preguntó Jea

– Deja de meter las narices en lo que no te importa.

¿Quién demonios era aquel individuo? ¿A qué venía aquello?

– El que te abordó en Filadelfia se suponía que iba a matarte.

Jea

La voz continuó:

– Se embarulló un poco y estropeó el asunto. Pero puede volver a visitarte.

– ¿Oh, Dios!… -musitó Jea

– Ándate con ojo.

Se produjo un clic y luego el zumbido de tono. El hombre había colgado. Jea

Nunca la había amenazado nadie con matarla. Era espantoso saber que otro ser humano deseaba poner fin a su vida. Estaba paralizada. «¿Qué se espera que hagas?»

Se sentó en el sofá y luchó para recobrar su fuerza de voluntad. Tuvo la impresión de que se venía abajo y de que optaría por abandonar. Se sentía demasiado apaleada y magullada para seguir contendiendo con aquellos oscuros y poderosos enemigos. Eran demasiado fuertes. Podían conseguir que la despidieran, ordenar que la atacasen, registrar su despacho, sustraerle el correo electrónico; parecían estar en condiciones de hacer cualquier cosa. Quizá, realmente, podían incluso matarla.

¡Era tan injusto! ¿Qué derecho les asistía? Ella era una buena científica y habían aniquilado su carrera. Deseaban ver a Steve encarcelado por la violación de Lisa. La estaban amenazando a ella de muerte. Empezó a hervirle la sangre. ¿Quiénes se creían que eran? No iba a permitir que le destrozasen la vida unos canallas arrogantes que creían poder manipularlo todo en beneficio propio y pisotear a todos los demás. Cuanto más pensaba en ello, mayor era su indignación. No voy a permitirles ganar esta batalla, se dijo. Tengo capacidad para hacerles daño…, debo tenerla, porque, de no ser así, no hubieran considerado necesario advertirme y amenazar con matarme. Y voy a hacer uso de ese poder. Me tiene sin cuidado lo que me pueda ocurrir, siempre y cuando les ponga las cosas difíciles a esos individuos. Soy inteligente, estoy decidida a todo y soy Jea

41

El padre de Jea

Al entrar allí y verle, a Jea

– ¿Cómo pudiste hacer una cosa así? -vociferó-. ¿Cómo pudiste robar a tu propia hija?

El hombre se puso en pie tan bruscamente que derramo el café y se le escapó de la mano el pastel.

Patty entró inmediatamente después de Jea

– Por favor, no hagas una escena -rogó su hermana-. Zip está a punto de llegar a casa.

– Lo siento, Jea

Patty se arrodilló y empezó a limpiar el café del suelo con un puñado de Kleenex. En la pantalla, un apuesto doctor con bata de cirujano besaba a una mujer preciosa.

– ¡Sabes que estoy sin blanca! -insistió Jea

– ¡No deberías emplear ese lenguaje!…

– ¡Jesús, dame fuerzas!

– Lo siento.

– No lo entiendo. Sencillamente, no lo entiendo.

– Déjale en paz, Jea

– Pero es que tengo que saberlo. ¿Cómo pudiste hacerme una cosa como esa?

– Está bien, te lo diré -replicó el padre, con un repentino acceso de energía que sorprendió a Jea

Su aspecto era tan patético que la cólera de Jea

– ¡Oh, papá, lo siento! -dijo-. Siéntate, traeré la aspiradora.

Recogió la volcada taza de café y la llevó a la cocina. Volvió con la aspiradora y limpió las migas de pastel. Patty acabó de eliminar del suelo las manchas de café.