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Una intervención bastante eficaz, pensó Steve acerbamente. Le había pegado un buen pinchazo a su contrainterrogatorio. Se esforzó en evitar que Jea

Era el turno de Jea

Esperaba que Qui

Qui

– Esta es una crisis que nunca debió producirse -dijo-. Las autoridades universitarias han procedido sensatamente en todo momento. Fue la impetuosa irreflexión y la intransigencia de la doctora Ferrami lo que ocasionó todo este drama. Naturalmente, tiene un contrato y ese contrato rige las relaciones entre ella y la institución que la emplea. Pero, después de todo, el profesorado decano está obligado a supervisar al profesorado más joven; y los miembros de éste, si tienen un mínimo de sentido común, atenderán los prudentes consejos de los mayores y más expertos que ellos. La terca rebeldía de la doctora Ferrami hizo que un problema degenerara en crisis, y la única solución para esa crisis consiste en que ella abandone la universidad.

Se sentó.

Le tocaba a Steve pronunciar su argumentación. Se había pasado la noche ensayándola. Se levantó.

– ¿Qué promueve la Universidad Jones Falls?

Hizo una pausa para darle alas al efecto dramático.

– La respuesta puede expresarse en una palabra: saber. Si deseáramos una definición sucinta del papel de la universidad en la sociedad estadounidense, podríamos decir que su función es buscar el saber y difundir el saber.

Miró uno por uno a todos los miembros de la comisión, invitándoles a mostrarse de acuerdo. Edelsborough asintió con la cabeza. Los demás permanecieron impávidos.

– De vez en cuando -continuó Steve-, esa función se ve atacada. Nunca faltan personas que desean ocultar la verdad, por una u otra razón: motivos políticos, prejuicios religiosos -miro a Berrington- o lucro comercial. Creo que todos ustedes están de acuerdo en que la independencia intelectual de la universidad es decisiva para su reputación. Esa independencia, evidentemente, tiene que mantener un equilibrio respecto a otras obligaciones, tales como la necesidad de respetar los derechos civiles de los individuos. Sin embargo, una defensa vigorosa del derecho de la universidad a buscar el saber acrecentaría su reputación entre todas las personas inteligentes.

Agitó una mano para indicar la universidad.

– Jones Falls es importante para cuantos están aquí. La reputación de un académico puede aumentar o disminuir junto con la de la institución en la que trabaje. Les pido que piensen en el efecto que tendrá su veredicto sobre la reputación de la Universidad Jones Falls como institución académica libre e independiente. ¿Va a dejarse amedrentar la universidad por el ataque frívolo de un diario? ¿Va a cancelarse un programa de investigación científica a cambio de que se remate sin problemas la operación de compraventa de una empresa? Espero que no. Confío en que la comisión impulsará el buen nombre de la Universidad Jones Falls demostrando que lo que importa aquí es un valor sencillo: la verdad.

Contempló a los miembros de la comisión y dejó que sus palabras calasen. Le fue imposible pronosticar, por la expresión de sus rostros, si el discurso les había impresionado o no. Al cabo de un momento, se sentó.

– Gracias -dijo Jack Budgen-. ¿Tendrían la bondad todos ustedes, salvo los miembros de la comisión, de retirarse de la sala mientras deliberamos?

Steve sostuvo la puerta a Jea

– ¿Qué opinas? -preguntó.

– Hay que ganar -dijo él-. Tenemos razón.

– ¿Qué voy a hacer si perdemos? -aventuró Jea

– ¿Quién es Pe

Antes de que tuviera tiempo de contestar, Jea

– Estuviste muy agudo e inteligente ahí dentro -dijo Qui

Jea

Steve se mostró más objetivo. Se suponía que los abogados eran así, amistosos con sus oponentes, fuera de la sala del tribunal. Además, era posible que algún día llamase a la puerta de Qui

– Gracias -dijo cortésmente.

– Desde luego, presentaste el mejor de los argumentos -prosiguió Qui

– Son todos intelectuales -alegó Steve-. Tienen un compromiso con la razón.

Qui

– Puede que estés en lo cierto. -Dirigió a Steve una mirada especulativa y preguntó-: ¿Tienes idea de lo que realmente se debatía aquí?



– ¿Qué quiere decir? -preguntó Steve, cauto.

– Salta a la vista que hay algo que aterra a Berrington, y no es la publicidad negativa. Me preguntaba si la doctora Ferrami y tú sabríais de qué se trata.

– Creo que lo sabemos -repuso Steve-. Pero no podemos demostrarlo, aún.

– Sigue intentándolo -aconsejó Qui

Se alejó.

Con que esas tenemos, pensó Steve; nos ha salido un progresista encubierto.

Apareció Jack Budgen en la entrada e hizo un gesto indicándoles que volvieran. Steve cogió a Jea

Examinó los rostros de los miembros de la comisión. Jack Budgen sostuvo su mirada. Jane Edelsborough le dedicó una sonrisita.

Esa era una buena señal. Las esperanzas de Steve se remontaron hacia las alturas.

Todos se sentaron.

Jack Budgen revolvió sus papeles i

– Agradecemos a ambas partes las facilidades que han dado para que esta audiencia haya podido desarrollarse con dignidad. -Hizo una pausa solemne -Nuestra decisión es unánime. Recomendamos al consejo de esta universidad el despido de la doctora Jean Ferrami. Gracias.

Jea

40

Cuando por último Jea

Lloró durante largo rato. Golpeó las almohadas, gritó a la pared y pronunció las palabrotas más obscenas que conocía, después hundió la cara en la colcha y lloró todavía más. Las sábanas se humedecieron con las lágrimas y se llenaron de negros churretones de rimel.

Al cabo de un rato, se levantó, se lavó la cara y preparó café.

«No es como si te hubiesen detectado un cáncer -se dijo-. Vamos, compórtate.» Pero era muy duro. No iba a morirse, desde luego, pero había perdido todo por lo que consideraba que merecía la pena vivir.

Pensó en cómo era a los veintiuno. Aquel mismo año se había licenciado summa cum laude y había ganado el torneo del Mayfair Lites. Se vio en la pista, con la copa levantada en el tradicional gesto de triunfo. Tenía el mundo a sus pies. Al volver ahora la mirada hacia atrás tuvo la sensación de que era una persona distinta la que sostenía aquel trofeo.

Sentada en el sofá, bebió café. Su padre, el muy desgraciado, le había robado el televisor, así que ni siquiera podía ver los culebrones para distraerse y apartar su mente de la angustia que le abrumaba. Se hubiera atiborrado de bombones, de tener alguna caja por allí. Pensó en coger una buena borrachera, pero eso la deprimiría aún más. ¿Ir de compras? Probablemente se echaría a llorar en el probador y, de todas formas, estaba todavía más arruinada que antes.

El teléfono sonó hacia las dos. Jea

Era Steve. Después de la audiencia había vuelto a Washington para reunirse con su abogado.

– Ahora estoy en su bufete -dijo-. Estamos hablando de emprender una acción legal contra la Jones Falls para recuperar tu lista del FBI. Mi familia correrá con los gastos. Creen que merece la pena apurar las posibilidades de dar con el tercer gemelo.

– Me importa una mierda el tercer gemelo -profirió Jea

Sucedió una pausa, al cabo de la cual Steve dijo:

– Para mí es importante.

Jea

– Perdóname, Steve -se excusó-. Me estoy compadeciendo a mí misma. Claro que voy a ayudarte. ¿Qué quieres que haga?

– Nada. El abogado planteará el caso ante el tribunal, siempre y cuando le des permiso.

Jea

– ¿No es un poco arriesgado? Quiero decir que supongo que a la Universidad Jones Falls le notificarán nuestra petición. Y Berrington sabrá entonces dónde está la lista. Y se apoderará de ella antes de que nosotros podamos recuperarla.

– Tienes razón, maldita sea. Espera un momento, que se lo digo.

Al cabo de unos instantes sonó otra voz por el teléfono.

– Aquí Runciman Brewer, doctora Ferrami, en estos momentos estamos conferenciando con Steve. ¿Dónde se encuentran esos datos?