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Pero ahora estaba inquieto y desesperado. Aquella tarde, su abogado había ido a hablar con la sargento Delaware de la Unidad de Delitos Sexuales. La detective le dijo que tenía ya los resultados de la prueba de ADN. Las muestras de ADN del esperma extraído de la vagina de Lisa Hoxton coincidían exactamente con el ADN de la sangre de Steve.

Estaba destrozado. Había tenido la absoluta certeza de que la prueba de ADN iba a poner fin a aquella angustia.

Se daba cuenta de que su abogado ya no le creía inocente. Mamá y papá sí, pero estaban desconcertados; ambos tenían suficientes conocimientos como para comprender que las pruebas de ADN eran extraordinariamente fiables.

En sus peores momentos se preguntaba si no tendría alguna clase de doble personalidad. Tal vez existía otro Steve que tomaba las riendas, violaba mujeres y luego le devolvía su cuerpo. De ese modo, él ignoraría lo que había hecho. Recordó, alarmado, que durante su pelea con Tip Hendricks, hubo unos cuantos segundos en los que perdió el control de la razón. Y también había estado decidido a hundir los dedos en el cerebro de Gordinflas Butcher. ¿Era su alter ego quien hacía esas cosas? En realidad, no lo creía así. Debía existir otra explicación.

El rayo de esperanza lo representaba el misterio que los envolvía a él y a De

Los chicos de la escuela desaparecieron dentro de sus casas y el sol se ocultó tras la hilera de viviendas del otro lado de la calle. Hacia las seis de la tarde, el Mercedes rojo aparcó en un hueco, a unos cincuenta metros de distancia, y Jea

Cuando la tuvo cerca de si, Steve se irguió, sonriente, y avanzó un paso hacia ella.

Jea

Se quedo boquiabierta y luego emitió un grito.

Steve se detuvo en seco. Preguntó hecho un lío:

– ¿Qué ocurre, Jea

– ¡Apártate de mí! -chilló Jea

Anonadado, Steve alzó las manos en gesto defensivo.

– Claro, claro, lo que tú digas. No voy a tocarte, conforme? ¿Qué diablos te pasa?

En la puerta del domicilio de Jea

– ¿Todo va bien, Jea

– Fui yo, señor Oliver -dijo Jea

– ¿qué te agredí? -exclamó Steve, incrédulo-. ¡Yo no haría semejante cosa!

– Lo hiciste hace un par de horas, hijo de Satanás.

Steve se sintió dolido. Que le acusaran de brutalidad le molestaba.

– Vete a hacer gárgaras. Hace años que no he estado en Filadelfia.

Intervino el señor Oliver.

– Este joven caballero lleva más de dos horas sentado en esa tapia, Jea

Jea

Steve observo que no llevaba medias; sus piernas al aire resaltaban de modo extraño entre la formal indumentaria que vestía. Un lado del rostro estaba ligeramente hinchado y enrojecido. El enfado de Steve se evaporó. Alguien la había atacado. Deseaba con toda el alma abrazarla y consolarla. El hecho de que ella le tuviese miedo aumentaba la aflicción del muchacho.

– Te hizo daño -dijo-. El malnacido.

Cambió la cara de Jea

– ¿Llegó aquí hace dos horas?

El hombre se encogió de hombros.

– Hace una hora y cuarenta minutos, quizá cincuenta.

– ¿Está seguro?

– Jea

Jea

– Debió de ser De

Steve anduvo hacia ella. Jea

– Pobre Jea

– Creí que eras tú. -Las lágrimas afluyeron a los ojos de Jea

La acogió en sus brazos. Poco a poco, el cuerpo de Jea



El señor Oliver tosió.

– ¿Les apetecería una taza de café, jóvenes?

Jea

– No, gracias -declinó-. Voy a cambiarme de ropa.

La tensión estaba escrita en su rostro, pero eso la hacía aparecer más encantadora. Me estoy enamorando de esta mujer, pensó Steve. No es sólo que desee acostarme con ella… aunque eso también. Quiero que sea mi amiga. Quiero ver la tele con ella, acompañarla al supermercado y darle cucharadas de jarabe cuando esté resfriada. Quiero contemplarla mientras se cepilla los dientes, se pone los vaqueros y unta la mantequilla en la tostada. Quiero que me pregunte que tono naranja de lápiz de labios le sienta mejor y qué hojas de afeitar debería comprar y a qué hora volveré a casa.

Se preguntó si tendría valor para decirle todo eso.

Jea

Jea

– Venga, vamos -dijo.

La siguió escaleras arriba y entró tras ella en el vestíbulo. Jea

– Jamás volveré a ponerme estas malditas prendas -afirmó en tono furibundo.

Se quitó la chaqueta y la arrojó al mismo sitio que los zapatos Después, mientras Steve la miraba incrédulo, se desabotonó la blusa, se la quitó y la echó también al cubo de la basura.

Llevaba un sencillo sostén negro de algodón. Steve pensó que no iría a quitárselo delante de él. Pero Jea

Jea

Miró a Steve durante unos segundos, con incertidumbre en la expresión, casi como si no estuviese segura de lo que pudiera estar haciendo allí. Luego dijo:

– Tengo que ducharme.

Desnuda, pasó por su lado. Steve volvió la cabeza y se la comía con los ojos, observó vorazmente su espalda y absorbió los detalles de los omóplatos, la estrecha cintura, la rotundez curvilínea de las caderas y los músculos de las piernas. Era tan adorable que hacía daño.

Jea

– ¡Jesús! jadeo. Se sentó en el sofá tapizado de negro. ¿Qué significaba aquello? ¿Era alguna clase de prueba? ¿Qué trataba Jea

Estuvo duchándose un buen rato. Steve se dio cuenta de que, con el dramatismo de la acusación a él se le olvidó darle la desconcertante noticia. Por fin, el rumor del agua cesó. Un minuto después Jea

– ¿Lo he soñado o me desnudé delante de ti?

– De sueño, nada -repuso Steve-. Tiraste toda tu ropa al cubo de la basura.

– Dios mío. No sé qué me ha pasado.

– No tienes porque excusarte. Me alegro de que confiaras en mí hasta ese extremo. No puedo explicarte lo que significa para mí.

– Debes de pensar que me falta un tornillo.

– No, pero creo que probablemente estabas conmocionada por lo que te sucedió en Filadelfia.

– Quizá sea eso. Sólo recuerdo que sentía la imperiosa necesidad de desembarazarme enseguida de la ropa que llevaba cuando ocurrió.

– Puede que este sea el momento de abrir la botella de vodka que guardas en la nevera.

Jea

– Lo que realmente me apetece es un té de jazmín.

– Deja que te lo prepare. -Steve se levantó y pasó al otro lado del mostrador de la cocina-. ¿Por qué llevas de un lado a otro esa bolsa de basura?

– Hoy me han despedido. Metieron todos mis efectos personales en esta bolsa, la dejaron en el pasillo y cerraron la puerta con llave.

– ¿Qué? -Steve no podía creerlo-. ¿Cómo ha sido eso?

– El New York Times ha publicado hoy un artículo en el que dice que el empleo por mi parte de bases de datos viola la intimidad de las personas. Pero creo que lo que ocurre es que Berrington Jones utiliza ese artículo como excusa para deshacerse de mí.

Steve ardía de indignación. Deseaba protestar, salir en defensa de Jea

– ¿Pueden despedirte así, sin más?

– No, mañana por la mañana se celebrará una audiencia ante la comisión de disciplina del consejo de la universidad.

– Tú y yo estamos pasando una semana increíblemente mala.