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En aquel momento, la anciana frunció las cejas, como si algo la desorientara, y dijo:

– ¿Por que llevas ese aro en la nariz, Jea

Jea

– Mamá, me perforé la ventana de la nariz cuando era niña. ¿No te acuerdas de que te pusiste hecha una furia? Creí que ibas a echarme a la calle.

– Se me olvidan las cosas -reconoció la mujer.

– Pues yo sí que me acuerdo -intervino Patty-. Pensé que aquello tuyo era la mayor hazaña de todos los tiempos. Claro que yo tenía once años y tu catorce; para mí, todo lo que hacías era audaz, elegante e inteligente.

– Quizá lo fuese -dijo Jea

Patty rió entre dientes.

– Lo de la chaqueta naranja seguro que no lo fue.

– ¡Oh, Dios santo, aquella chaqueta! Mamá acabó quemándola después de que durmiese con ella puesta en un edificio abandonado y se me llenara de pulgas.

– De eso me acuerdo -tercio la madre de pronto-. ¡Pulgas! ¡Una hija mía!

Se mostraba indignadísima aún, quince años después.

De repente, la atmósfera se tornó más desenfadada. Aquellas reminiscencias llevaron a la memoria de las tres el recuerdo de lo unidas que habían estado. Era un buen momento para despedirse.

– Será mejor que me vaya -dijo Jea

– Yo también tengo que marcharme -se sumo Patty-. He de hacer la cena.

Sin embargo, ninguna de las dos hizo el menor intento de dirigirse a la puerta. Jea

– ¿Cuándo volveréis a visitarme? -quiso saber la madre.

Jea

Patty la rescató, le echó el cable de:

– Yo vendré mañana y traeré a los críos para que te vean, eso te gustará.

Pero la madre no estaba dispuesta a dejar que Jea

– ¿Vendrás tu también, Jea

Jea

– Tan pronto como pueda. -Sofocada por la pena que la asfixiaba, se inclinó sobre la cama y besó a su madre-. Te quiero, mamá. Procura tenerlo presente.

En el momento en que estuvieron en el lado exterior de la puerta, Patty rompió a llorar.

Jea

– Me gustaría tenerla en casa conmigo, pero no puedo -se lamentó Patty, apesadumbrada.

Jea

Jea

– Yo tampoco puedo encargarme de ella -dijo.

Patty mostró su rabia a través de las lágrimas.

– ¿Entonces por qué le dijiste que la sacaríamos pronto de aquí? ¡No podemos!

Salieron al tórrido calor de la calle.

– Iré mañana al banco y pediré un crédito. La ingresaremos en una residencia mejor y pagaré la diferencia. Lo que le falte al seguro médico.

– ¿Y cómo devolverás el préstamo? -Patty fue a lo práctico.

– Me las arreglaré para que me asciendan a profesora adjunta, después obtendré plaza de catedrática, me encargarán la preparación de un libro de texto y conseguiré que tres multinacionales me contraten como asesora.

Patty sonrió a través de las lágrimas.

– Yo te creo, pero ¿te creerá el banco?

Patty siempre había tenido una fe ciega en Jea





Pero Patty también tenía razón, el banco no le concedería otro préstamo tan inmediatamente después de haberle financiado la compra del piso. Y Jea

– Está bien, venderé el coche.

Adoraba su automóvil. Era un Mercedes 230C de veinte años de antigüedad, un sedán rojo de dos puertas con asientos de cuero negro. Lo había comprado ocho años atrás con los cinco mil dólares que obtuvo al ganar el torneo de tenis del Mayfair Lites College. Cosa que ocurrió antes de que se pusiera de moda ser dueño de un viejo Mercedes.

– Probablemente vale ahora el doble de lo que pagué por él -dijo.

– Pero tendrás que comprarte otro coche -observó Patty, aún despiadadamente realista.

– Tienes razón -suspiró Jea

Patty desvió la vista.

– No lo sé.

– Zip gana más que yo.

– Me matará por decírtelo, pero podremos contribuir con unos setenta y cinco u ochenta a la semana. -Patty añadió por último-: Le pincharé un poco para que pida un aumento de sueldo. Es un poco cobardica a la hora de hacerlo, pero me consta que se lo merece, y el Jefe le aprecia.

Jea

– Con cuatrocientos dólares semanales extra podremos conseguirle a mamá una habitación con cuarto de baño propio.

– En cuyo caso podría tener cerca algunas de sus cosas, adornos y quizás unos cuantos muebles de su piso.

– Preguntaremos por ahí, a ver si alguien sabe de algún lugar bonito.

– De acuerdo. -Patty parecía preocupada-. La enfermedad de mamá es hereditaria, ¿no? Vi algo de eso en la tele.

Jea

– Hay un defecto en el gen AD3, estrechamente relacionado con el inicio del mal de Alzheimer.

Jea

– ¿Significa eso que tu y yo acabaremos igual que mamá?

– Significa que existen muchas probabilidades de que sea así.

Permanecieron en silencio durante un momento. La idea de perder las facultades mentales era algo demasiado funesto para hablar de ello.

– Me alegro de haber tenido a mis hijos siendo muy joven -dijo Patty-. Serán lo bastante mayorcitos para cuidarse por sí mismos cuando me suceda eso a mí.

Jea

– El hecho de que hayan descubierto el gen es también esperanzador. Eso significa que para cuando nosotras tengamos la edad que tiene ahora mamá, puede que estén en condiciones de inyectarnos una versión alterada de nuestro propio ADN que no tenga el gen fatal.

– Mencionaron eso en la televisión. Tecnología de recombinación del ADN, ¿verdad?

Jea

– Verdad.

– Ya ves que no soy tan tonta.

– Nunca he dicho que lo fueras.

– La cuestión es -articuló Patty pensativamente- que nuestro ADN nos hace lo que somos, de forma que si yo cambio mi ADN, ¿me convierte eso en una persona distinta?

– No es sólo el ADN lo que te hace ser como eres. También influye tu educación, el ambiente en que te has criado. En eso me ocupo.

– ¿Qué tal tu nuevo trabajo?

– Es emocionante. Se trata de mi gran oportunidad, Patty. Un sinfín de personas leyeron mi artículo sobre la criminalidad y las posibilidades de que se encuentre en nuestros genes.

Publicado el año anterior, mientras ella estaba en la Universidad de Mi

– No llegué a determinar si decías que la criminalidad se hereda o no.

– Identifiqué cuatro rasgos que conducen a la conducta criminal: impulsividad, intrepidez, agresividad e hiperactividad. Pero mi teoría consiste en que ciertos sistemas de educación infantil neutralizan esos rasgos y convierten a criminales potenciales en buenos ciudadanos.

– ¿Cómo puedes demostrar una cosa como esa?

– Mediante el estudio de gemelos que se criaron separados. Los gemelos univitelinos tienen el mismo ADN. Y cuando los adoptan al nacer o los separan por algún otro motivo, se educan de manera distinta. Así que hay parejas de gemelos en las que uno de ellos es un delincuente y el otro una persona normal. De forma que analizo la manera en que se educaron y las diferencias existentes entre los comportamientos educativos de los respectivos padres.