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A Case se le revolvió el estómago.

– Estarás bien, hombre -dijo Aerol, con la sonrisa enmarcada entre incisivos de oro.

De alguna forma, la salida se había convertido en el fondo del túnel. Case se abrazó a la débil gravedad como un náufrago que encuentra una balsa neumática.

– Arriba -dijo Molly-. ¿Ahora la vas a besar? -Case yacía extendido sobre el puente, boca abajo, los brazos abiertos. Algo le golpeó el hombro. Se dio la vuelta y vio un grueso rollo de cable elástico.- Tenemos que jugar a la dueña de casa -dijo ella-. Ayúdame con esto. -Case miró el espacio amplio y anónimo de alrededor y advirtió que había anillos de acero soldados en todas las superficies, aparentemente al azar.

Cuando hubieron enhebrado los cables de acuerdo con un complejo plan de Molly, les colgaron unas gastadas láminas de plástico amarillo. Mientras trabajaban, Case tuvo conciencia poco a poco de la música que palpitaba sin cesar en el cúmulo. Se llamaba dub , un sensual mosaico compuesto en los vastos archivos del pop digitalizado; eran plegarias, dijo Molly, y expresaban un sentimiento de comunidad. Case empujó una de las láminas amarillas; era liviana pero difícil de manejar. Sión olía a verdura cocida, a humanidad, y a ganja.

– Bien -dijo Armitage, deslizándose con soltura por la escotilla y asintiendo al ver el laberinto de láminas. Lo seguía Riviera, menos seguro de sí mismo en la gravedad parcial.

– ¿Dónde estabas cuando te necesitábamos? -preguntó Case a Riviera.

El hombre abrió la boca para hablar. Una pequeña trucha nadó hacia afuera, arrastrando burbujas imposibles. Pasó rozando la mejilla de Case. -En la cabeza -dijo Riviera, y sonrió.

Case se echó a reír.

– Está bien -dijo Riviera-, te puedes reír. Me habría gustado ayudaros pero soy muy torpe con las manos.

Extendió las manos, que se duplicaron de golpe; cuatro brazos, cuatro manos.

– Sólo el payaso inocente, ¿verdad, Riviera? -Molly se interpuso entre los dos.

– Eh… -llamó Aerol desde la escotilla-. Ven, sígueme, hombre.

– Es tu consola -dijo Armitage-, y el resto del equipo. Ayuda a entrarlo desde la cubierta de carga.

– Estás muy pálido, hombre -dijo Aerol, mientras llevaban la terminal Hosaka, forrada en espuma, por el corredor central-. Tal vez quieras comer algo.

A Case se le hizo agua la boca; sacudió la cabeza.

Armitage anunció una estancia de ochenta horas en Sión. Molly y Case practicarían, dijo, y se aclimatarían para trabajar en gravedad cero. Les informaría sobre Freeside y la Villa Straylight. No estaba claro lo que haría Riviera, pero Case no quiso preguntar. Pocas horas después de que llegaran, Armitage lo había enviado al laberinto amarillo a buscar a Riviera para ir a comer. Lo encontró acurrucado como un gato sobre un delgado colchón de espuma, desnudo, aparentemente dormido, con la cabeza envuelta en un halo giratorio de pequeñas formas geométricas blancas: cubos, esferas y pirámides. -Eh, Riviera. -El anillo siguió girando. Case regresó para decírselo a Armitage.- Está volado -dijo Molly, levantando la vista de las piezas de la pistola de dardos-. Déjalo.

Armitage parecía pensar que la gravedad cero afectaría a Case cuando operara en la matriz. -No se preocupe -contestó Case-. Me siento a trabajar y ya no estoy aquí. Es todo uno.

– Tus niveles de adrenalina han subido -dijo Armitage-. Y todavía estás un poco mareado. No podemos esperar a que se te pase. Aprenderás a trabajar con eso.

– ¿Entonces activo el programa desde aquí?

– No. Practica, Case. Ahora. Allá en el corredor…

El ciberespacio, tal como lo mostraba la consola, no tenía ninguna relación con los alrededores del ordenador. Case se sentó a trabajar y abrió los ojos a la familiar configuración de la pirámide azteca de información en el Centro de Fisión de la Costa Este.

– ¿Cómo te va, Dixie?

– Estoy muerto, Case. He pasado ya bastante tiempo en este Hosaka como para saberlo.

– ¿Qué se siente?

– No se siente.

– ¿Te molesta?

– Lo que me molesta es que nada me molesta.

– ¿Cómo es eso?

– Tenía un amigo en el campo ruso, en Siberia. Se le había congelado el pulgar. Llegaron los médicos y se lo cortaron. Un mes después pasó toda la noche moviéndose en la cama. Elroy, dije, ¿qué te pasa? Me pica el maldito pulgar, dice él. Así que le dije, ráscatelo. McCoy, dice, es el otro condenado pulgar. -Cuando la estructura rió, Case no lo sintió como risa sino como una puñalada de hielo en la espalda.- Hazme un favor, muchacho.

– ¿Qué, Dix?

– Este asunto tuyo, cuando lo hayas terminado, bórralo todo.

Case no entendía a los sionitas.

Aerol, sin motivo aparente, narró la historia de un bebé que le había salido de la frente y que entró correteando en una selva de ganja hidropónica. -Un bebé muy pequeño, hombre, más pequeño que tu dedo. -Frotó la palma de la mano contra una frente morena y lisa, y sonrió.

– Es la ganja -dijo Molly cuando Case le contó la historia-. No distinguen mucho entre un estado y otro, ¿sabes? Aerol te dice que sucedió: bueno, le sucedió a él . No son inventos, es más bien poesía. ¿Entiendes?

Case asintió con aire de duda. Los sionitas siempre lo tocaban a uno cuando hablaban, te ponían las manos en los hombros. Eso no le gustaba.





– Eh, Aerol -gritó Case, una hora después, cuando se preparaba para un ensayo en el corredor de caída libre-. Ven aquí. Quiero mostrarte esto. -Le enseñó los trodos.

Aerol tropezó en cámara lenta. Los pies descalzos chocaron con la pared de metal y con la mano libre se agarró de una viga. En la otra sostenía una bolsa de agua transparente, llena de algas verdiazules. Parpadeó distraído y sonrió.

– Pruébalo.

Aerol tomó la cinta, se la puso, y Case ajustó los trodos. Aerol cerró los ojos. Case encendió el aparato. Aerol se estremeció. Case lo desconectó. -¿Qué viste, eh?

– Babilonia -dijo Aerol con tristeza. Le devolvió los trodos y salió de un salto.

Riviera estaba sentado, inmóvil, sobre el colchón de espuma, con el brazo derecho extendido en línea recta a la altura del hombro. Una serpiente de escamas enjoyadas, de ojos como rubíes de neón, estaba apretadamente enrollada a unos pocos milímetros de su codo. Case observó cómo la serpiente, que era del diámetro de un dedo, y tenía bandas negras y escarlatas, se contraía lentamente, cerrándose alrededor del brazo de Riviera.

– Vamos -dijo el hombre con voz acariciadora al pálido y ceroso escorpión que tenía en la palma de la mano-. Vamos… -El escorpión movió las garras oscuras y subió corriendo por el brazo, siguiendo las tenues y oscuras líneas de las venas. Cuando llegó a la altura del codo, se detuvo y pareció que vibraba. Riviera emitió un suave sonido sibilante.- El aguijón asomó, tembló, y se hundió en la piel que cubría una vena abultada. La serpiente de coral se distendió y Riviera exhaló un lento suspiro.

Entonces la serpiente y el escorpión desaparecieron, y Rivera sostenía una jeringa de plástico lechoso en la mano izquierda. -«Si Dios hizo algo mejor, se lo guardó para él.» ¿Conoces la expresión, Case?

– Sí… -dijo Case-. La he oído acerca de muchas cosas. ¿Siempre lo transformas en un espectáculo?

Riviera aflojó el trozo elástico de sonda quirúrgica y se lo sacó del brazo. -Sí. Es más divertido. -Sonrió, la mirada ahora distante, las mejillas sonrojadas.- Hice que me implantaran una membrana, justo encima de la vena, así no tengo que preocuparme de la condición de la aguja.,

– ¿No duele?

Los ojos brillantes se encontraron con los de Case.

– Claro que duele. Forma parte del asunto, ¿no?

– Yo sólo usaría dermos -dijo Case.

– Pedestre -se burló Riviera, y rió, mientras se ponía una camisa de algodón blanca de manga corta.

– Debe de ser agradable -dijo Case, poniéndose de pie.

– ¿Tú te colocas, Case?

– Tuve que dejarlo.

– Freeside -dijo Armitage, tocando el panel del pequeño proyector de hologramas Braun. La imagen se aclaró temblando: medía casi tres metros de extremo a extremo-. Aquí hay casinos. -Se acercó a la representación diagramática y señaló:- Hoteles, propiedades de títulos estratificados; por aquí hay tiendas grandes. -Movió la mano. – Las áreas azules son lagos. -Caminó hasta un extremo del modelo. – Un gran habano. Más estrecho en las puntas.

– De eso nos damos cuenta -dijo Molly.

– Efecto montaña, en las partes estrechas. El terreno parece más elevado, más rocoso, pero es fácil subir. Cuanto más subes, menor es la gravedad. Deportes ahí. Hay un velódromo. -Señaló.

– ¿Un qué? -Case se inclinó hacia adelante.

– Carreras de bicicletas -dijo Molly-. Baja gravedad, ruedas de alta tracción, llegan a los cien por hora.

– Este extremo no nos interesa -dijo Armitage con la seriedad total de costumbre.

– Mierda -dijo Molly-. Soy una fanática del ciclismo.

Riviera soltó una risita.

Armitage caminó hacia el otro extremo de la proyección. -Pero este extremo sí. -El detalle interior del holograma terminaba allí, y el segmento final del huso estaba vacío.- Ésta es la Villa Straylight. Una subida empinada desde la gravedad, y una sola entrada, aquí, exactamente en el medio. Gravedad cero.

– ¿Qué hay adentro, jefe? -Riviera se inclinó hacia adelante, estirando el cuello. Cuatro figuras pequeñas brillaban en la punta del dedo de Armitage. Armitage les echó un manotazo, como si fueran insectos.

– Peter -dijo Armitage-, tú serás el primero en averiguarlo. Vas a conseguir una invitación. Cuando estés allí, te encargarás de que Molly entre.

Case miró fijamente el vacío que representaba a Straylight, recordando la historia del finlandés: Smith, Jimmy, la cabeza parlante, y el ninja.

– ¿Hay detalles? -preguntó Riviera-. Necesito un guardarropa, ¿entiendes?

– Apréndete las calles -dijo Armitage, regresando al centro del modelo-. Aquí tienes la calle Desiderata. Ésta es la Rue Jules Verne.

Riviera revolvió los ojos.

Mientras Armitage recitaba los nombres de las avenidas de Freeside, una docena de brillantes pústulas apareció en la nariz, las mejillas y el mentón de Riviera. Hasta Molly se echó a reír.

Armitage hizo una pausa, y los miró a todos con una mirada fría y vacua.