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Susa

Cuando se dio cuenta de que su mandíbula estaba apretada, él casi tuvo que comprobarlo con el tacto.

"¿Sucede algo, milord? " preguntó Susa

"Nada en absoluto," dijo él, en voz alta. "¿Por qué piensa eso? "

"Usted parece un poco" – ella parpadeó varias veces mientras consideraba su expresión- "enojado".

"En absoluto," dijo él, suavemente, forzando a todos los pensamientos de Clive y Susa

Ella se alejó, como la chica lista que era. "Creo que este es el momento de tomar un té," dijo ella, con tono, de alguna forma, dulce y resuelto al mismo tiempo.

Si aquel tono no hubiera significado tan obviamente que él no iba a conseguir lo que quería, – a saber, su cuerpo íntimamente alineado con el de ella, preferentemente tumbados sobre el suelo -podría haberla admirado. Evidentemente era un talento, conseguir exactamente lo que uno quería sin necesidad alguna de borrar la sonrisa de la cara de alguien.

"¿Le gusta el té? " preguntó ella.

"Desde luego," mintió él. Detestaba el té, aún cuando esto fastidiaba siempre enormemente a su madre, que sentía que era el deber patriótico de todos beber la espantosa bebida. Pero sin el té, él no tendría ninguna excusa para no marcharse.

Entonces ella frunció el ceño, y mirándolo directamente dijo, "Usted odia el té. "

"Lo recuerda," comentó él, algo impresionado.

"Me ha mentido," indicó ella.

"Quizás porque esperaba permanecer en su compañía," dijo él, mirándola fijamente como si ella fuera un bizcocho de chocolate.

Él odiaba el té, pero el chocolate -bien, eso era otra historia.

Ella dio un paso al lado. "¿Por qué? "

"¿Por qué? en efecto," murmuró él. "Esa es una buena pregunta. "

Ella dio otro paso al lado, pero el sofá bloqueó su camino.

Él sonrió.

Susana le devolvió la sonrisa, o al menos lo intentó. "Puedo hacer que traigan otra bebida para usted. "

Él pareció considerarlo durante un breve momento y entonces dijo, "No, creo que es hora de que me marché. "

Susa

Estaba jugando con ella. Y lo peor era… que una pequeña parte de ella disfrutaba con ello.

Él dio un paso hacia la puerta. "¿La veré el jueves, entonces? "

"¿El jueves? " repitió ella.





"La reunión de patinaje," le recordó él. "Creo que dije que la recogería treinta minutos antes."

"Pero nunca acepté ir," soltó ella.

"¿No? " Él sonrió suavemente. "Podría jurar que lo hizo. "

Susa

En menos de un segundo, él había retrocedido a su lado, y estaba de pie cerca… muy cerca. Tan cerca que el aliento abandonó su cuerpo, sustituido por algo más dulce, más peligroso.

Algo completamente prohibido y delicioso.

"Creo que lo va a hacer," dijo él suavemente, tocando con sus dedos su barbilla.

"Milord," susurró ella, atontado por su proximidad.

"David," dijo él.

"David," repitió ella, demasiado hipnotizado por el fuego de sus ojos verdes para decir algo más. Pero de alguna forma le pareció correcto. Ella no había pronunciado nunca su nombre, ni siquiera había pensado en él como en algo más que el hermano de Clive o Renminster, o simplemente el conde . Pero ahora, de alguna manera, él era David, y cuando ella examinó sus ojos, tan cerca de los suyo, vio algo nuevo.

Vio al hombre. No el título. Ni la fortuna.

El hombre.

Él tomó su mano y se la llevó a los labios. "Hasta el jueves, entonces," murmuró, su beso acarició su piel con dolorosa ternura.

Ella asintió con la cabeza, porque no podía hacer nada más.

Congelada en el sitio, contempló silenciosamente como se separaba y caminaba hacia la puerta.

Pero entonces, cuando él extendió su mano hacia el tirador de la puerta-justo en aquella fracción de segundo antes de que él realmente lo tocara -se paró. Se paró y se giró y mientras ella permanecía allí de pie mirándolo, él dijo, más para si mismo que para ella, "No, no debería hacerlo."

Él solo necesitó tres largos pasos para alcanzarla. En un movimiento tan alarmante como fluidamente sensual, la estrechó contra él. Sus labios encontraron los suyo, y la besó.

La besó hasta que ella pensó que podría desmayarse de deseo.

La besó hasta que ella pensó que podría prescindir del aire.

La besó hasta que ella no podía pensar en nada más que en él, no podía ver nada más que su rostro en su mente, y no quería nada más que el sabor de él sobre sus labios… para siempre.

Y luego, con la misma brusquedad con la que la había traído a sus brazos, se separó.

"¿El jueves? " preguntó suavemente.

Ella asintió, con una mano rozándose los labios.

Él sonrió. Despacio, con hambre. "Pensaré con mucha ilusión en ello," murmuró él.

"Y yo," susurró ella, aunque no antes de que él se hubiera marchado. "Y yo. "